Hoy la víctima lleva el nombre y
el rostro de Guillermina; como ayer llevó el rostro sereno y patriarcal de
Teodoro –tan parecido, según la imagen que publicaron los papeles, a Fray
Leopoldo de Alpandeire-, o el de Pedro, o el de Carmen, o el de José María, o
el de tantos otros rostros anónimos que han padecido, que padecen, la
represalia cruel por el delito de haber plantado cara a la tiranía.
Sí, digo tiranía y digo tirano;
porque tirano, según Aristóteles, es quien mira más a su provecho particular
que al común. Aquí, en la administración de un régimen gobernado hoy por la
hidra policéfala, de mirada letal y ponzoñoso aliento, incurre en delito quien
opone la majestad de la Ley –expresión del interés común- a la voluntad del
tirano. Puede ser que me repita, que ya lo haya contado, si es así pido
disculpas, en cierta ocasión tuve la osadía de indicar en un informe la escasa
consistencia jurídica de una orden del Consejero de Salud, cuyo contenido violaba
descaradamente lo establecido en una ley. Tratando el asunto, el secretario
general técnico me espetó ríspidamente: ¿Quién te has creído que eres para
llevarle la contraria al Consejero?
¿A quién le cabe duda a estas
alturas de que a este gobierno, continuación de los que le han precedido en
treinta años, es decir, a este régimen, le molesta la Ley? Para este régimen la
ley es un obstáculo; por tanto, la elude; o la retuerce. Nunca, como ahora, ha
sido más fácil comprobarlo, cuando diariamente los medios de comunicación –no
confundir con Canal Sur, por favor- llenan sus páginas con dos ejemplos
paradigmáticos: el escandaloso robo durante una década de los fondos destinados
a las políticas de empleo –vulgo, ERE; o el rollo de los ERE, para el Consejero
de Justicia-; y la menos escandalosa, aunque más grave, suplantación de la
administración legítima por una administración de partido. En uno y otro caso
se pone de manifiesto la esencia del problema: elusión del Derecho,
retorcimiento del Derecho, desprecio del Derecho.
Esa es la cuestión fundamental.
Esos son los términos del conflicto: estar sometido a la Ley versus estar por
encima de la Ley.
Por tanto, no puede sorprendernos
que los lacayos del régimen reaccionen con fiereza ante la mera invocación de
la ley; es como meter los dedos en la llaga fétida y supurante por la que
padecen; es como mostrarles la cruz a los vampiros.
Obviamente, el trabajo sucio no
lo hacen los que mandan. Suelen servirse de personas –llamémoslas así- de
condición lacayuna, que hay gente tan vil que hacen carrera sólo por los
méritos de su sumisión y falta de escrúpulos. Que se anticipan a los deseos del
capo, haciendo exhibición de talento para la crueldad, con métodos, incluso, de
sutileza jesuítica. Como en el caso de Guillermina, con la innovadora técnica del
acosador ausente.
Lo malo es que no se trata de
retórica. Hablo de personas, y hablo de sacrificio, y hablo de sufrimiento.
Hablo de ilusiones pisoteadas, de legítimas y nobles expectativas agraviadas.
Hablo de personas postergadas y ultrajadas. Hablo de humillación.
Y aun lo peor no es eso. Lo peor
es que haya gente –dentro y fuera- que contempla inconmovible la injusticia y
el sufrimiento, como si se tratara de una representación, ajena a la realidad
de sus vidas. Lo exponía muy bien Alberto Manguel en el prólogo a la edición de
2004, de un libro de hace ocho siglos, “La leyenda dorada”, de Santiago de la
Vorágine: “…inundados por imágenes de sufrimiento en las que lo ficticio se
confunde con lo real…nos cuesta imaginar el sufrimiento ajeno. Lo vemos, pero
no lo sentimos”.
Para esos, insensibles, tibios, hago
mías las palabras del Apocalipsis: “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni
caliente…puesto que eres tibio…voy a vomitarte de mi boca”. Piensan que no les
concierne la injusticia. Piensan que quien la padece la merece, por no hacer
como ellos, inhibirse. No saben que si todos fuesen como ellos, estaríamos aún
más sometidos. Creen que están a salvo porque ven, oyen y callan. No saben que
–como dijo Quevedo- para el tirano, igualmente es cómplice el que calla como el
que responde.
A esos les decimos: mañana seréis
vosotros, o vuestros hijos. Entonces, demasiado tarde, comprenderéis.
Max Estrella, cesante
de hombre libre.
Septiembre, 2012