El remake andaluz de
Minority report
La Junta que cual Midas invertido
–aludo al participio del verbo y no a la condición sexual del rey frigio-
corrompe cuanto toca, ha convertido un luctuoso drama personal, familiar y
social en un vil episodio de adoctrinamiento ideológico. Me refiero a la
violencia contra la mujer o violencia sexista (no me gusta el término violencia
de género acuñado por el correctismo feminista. Es más, no me gustan las
feministas, precisamente porque creo en la igualdad de todas las personas sea
cual sea su sexo.)
Todos los totalitarismos, pasados
y presentes, usan el lenguaje y la propaganda como instrumentos para el
adoctrinamiento; cuestión esencial para su supervivencia. Se trata de la
mixtificación de la realidad. De enmascarar la realidad, de manipularla al
servicio de la ideología. Se trata en suma, como señaló Orwell, de controlar la
realidad y mantener la mentira siempre unos pasos delante de la verdad. El régimen
andaluz no es diferente; es más, derrocha maestría en la tarea.
La Junta –administración del
Partido Hegemónico (HP)- usa la flébil tragedia de la violencia sobre la mujer
para ocultar una inconfesable y vergonzosa realidad: el estrepitoso fracaso de
sus políticas. Para ocultar su falta de convicción en el empeño. Y su
ineptitud, su incompetencia y su incuria.
Según los datos contenidos en el
VII informe del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer, Andalucía
encabeza -¡cómo no!- la funesta estadística de víctimas mortales, partes de
lesiones y número de denuncias; muy por encima de comunidades como Cataluña,
Madrid, Valencia o País Vasco.
Los fatídicos datos evidencian y
destapan otra triste realidad: el atraso económico, educativo y cultural en que
este inicuo régimen tiene sumida a la sociedad andaluza. Pues la violencia
contra la mujer es propia de sociedades poco desarrolladas. La violencia de
esta naturaleza suele darse entre sectores de población de escasos recursos
económicos, cultura y educación. Y, también, en sociedades ideológicamente
contaminadas del buenismo multiculturalista, que no sólo se muestran cobardemente
incapaces de plantar cara a creencias retrógradas y reaccionarias, sino que,
incluso, exigen respeto, compresión y tolerancia –es su cultura, dicen- respecto
a costumbres, hábitos y convenciones sociales que limitan la libertad de la
mujeres y degradan su dignidad, rebajándolas a la aberrante condición de mero
objeto doméstico; y todo ello ante el estrepitoso silencio del feminismo gobernante.
No conviene al Régimen atacar el
problema en sus causas (es decir, en el déficit educativo y en el subdesarrollo
económico que propicia una sociedad subsidiada y, por tanto, sumisa y acrítica)
porque es tirar piedras sobre el propio tejado. Y, también, porque ello sería
un reconocimiento implícito de la existencia de una desagradable realidad que
desdice la imagen de la Arcadia feliz que vende la propaganda oficial. Ya lo
advirtió Quevedo: en la ignorancia de los súbditos está la garantía de los
tiranos.
En ese contexto, ya de por sí
suficientemente vergonzoso, viene el Régimen a añadir su marca de la casa: un
esperpento neototalitario al que ha bautizado en su neolengua como “detección
precoz de la violencia de género”.
Algún iluminado ideólogo del
Régimen ha decidido resucitar a Lombroso, ese trasnochado criminólogo del XIX,
que sostenía que el delincuente nace no se hace; que no es preciso que el
delincuente delinca (delinqua, según Chaves) pues se le puede identificar a
priori por la forma del cráneo y sus facciones.
O, más probablemente, el
iluminado vio Minority report y pensó que si tres idiotas visionarios (precogs) eran capaces de convertir el
delito mismo en pura metafísica, aquí se podría hacer lo mismo; al fin y al
cabo, en el Régimen no faltan idiotas.
Y así nos vemos ante ese engendro
totalitario, imaginado por Philip K. Dick, implantado en la Arcadia socialista.
La teoría del precrimen. La abolición del sistema punitivo posdelictivo. La
detención de los delincuentes en potencia, antes de que puedan cometer un acto
violento. El estigma de Caín marcándolos antes de que infrinjan ninguna ley,
porque sin duda lo harán.
Ninguno de estos iluminados
propagandistas se ha parado a pensar que aplicar el término precoz a un hecho
delictivo es una estupidez, amén de una contradictio in terminis, un oxímoron.
El delito existe o no existe. El Régimen confunde precocidad con prevención.
Pero claro, lo de la prevención ya está inventado; por otros. Y encima no vende
como lo de la detección precoz. ¡Lástima!
En fin, este es el nuevo orden: unos
cuantos idiotas (lo dice Philip K. Dick, no yo) rigen nuestro destino.
Max Estrella, cesante de
hombre libre
Noviembre, 2015