Echa a andar la legislatura y sus
primeros pasos no auguran nada bueno. En la sesión inaugural hemos visto el
verdadero rostro de la política española y el de sus primeros actores: farsa
castiza, tragicomedia ibérica. Me vienen a la mente los versos de Gil de
Biedma:
Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?
¡Ay, la madre España!, este país de todos los demonios en donde el
odio, la intolerancia, el resentimiento no son, sin más, resentimiento,
intolerancia y odio sino el estado natural del español, en el que sólo parece
hallarse a gusto.
¡Ay, la madre España!, que siempre ha sabido estigmatizar la
diferencia. Que siempre ha sabido transformar la diferencia en odio. Que
siempre ha sabido convertir en enemigo al diferente.
¡Ay, la madre España!, que siempre ha vivido de espaldas a la razón y
al sentido común. En la que de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa,
como advirtió y lamentó Machado.
¡Ay, la madre España!, que nunca ha sido una sino dos,
irreconciliables –esto también lo profetizó Machado-; moros y cristianos,
cristianos viejos y marranos, isabelistas y carlistas, monárquicos y
republicanos, centralistas y federalistas, conservadores y progresistas, rojos
y azules, izquierda y derecha, odio frente a odio; y así hasta que, a fuerza de
intentarlo, consigamos que esta desgraciada piel de toro quede reventada y
podrida en medio de la nada, pasto de los buitres carroñeros –como poética y
alegóricamente quedó registrado en las bellas y flébiles imágenes finales de la
Vaquilla.
Empiezan a florecer los frutos de la semilla que sembró el zapaterismo:
los pactos del Tinell, las líneas rojas, la estigmatización del PP y sus
votantes, el furioso afán, en fin, de excluir de la vida política a media
España, la otra media España que no comulga con los bobos dogmas del
“correctismo progresista”. Comienza a prender de nuevo la llama del
resentimiento, del odio, del guerracivilismo, cuyos rescoldos estuvo avivando
el estúpido sectarismo zapateril durante ocho años.
¿A dónde nos llevará esta estéril insensatez? ¿Cómo va a terminar esta
locura estúpida? Vuelve a mí Gil de Biedma:
De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.
El pesimismo que profeso respecto a nuestra especie –y,
particularmente, respecto a nuestros gobernantes- no me permite albergar otro
juicio: acabará mal, sin remedio.
Max Estrella, cesante de
hombre libre
Enero, 2016