Un hombre llevó su coche al
taller para realizar la revisión periódica, a la que obligaba el fabricante so
pena de perder los beneficios de la garantía. Entregó el coche un día 20 de
diciembre. Pasaban los días, las semanas, los meses y el sufrido cliente no
obtenía ninguna satisfacción del taller, sólo excusas: “ya pronto estará…; los
mecánicos lo están discutiendo…; el jefe de taller los ha llamado…; es que hay
una cosilla que…; a ver…parece que…; no, no puede llevárselo, está en el contrato,
lo firmó usted a la entrega...” Y así, el hombre sentía su propiedad
secuestrada y sus nervios alterados. Al cabo de cuatro meses y medio el taller
comunicó al cliente que podía retirar su vehículo, pero que debía traerlo de
nuevo el 26 de junio, y no usarlo hasta entonces. No habían podido hacer nada.
En verdad, no habían hecho nada –decían- pero era necesario para el buen
funcionamiento del vehículo hacer lo conveniente. Por eso debía volver al taller.
Ahora bien, antes de retirar el coche debía abonar la factura. ¿Qué factura?
dijo sorprendido el cliente, reprimiendo a duras penas su cólera. ¡Me dejan sin
coche medio año; no hacen ustedes absolutamente nada al respecto, más que
molestarme con llamadas y mensajes y excusas y, encima, pretenden que les
pague. A ver, esa factura!
La factura contenía los
siguientes conceptos: Por tener la empresa el taller, tanto; por tenerlo,
además, abierto al público, tanto; por admitir el coche, tanto; por meterlo dentro,
tanto; por tenerlo aquí tantos meses, a tanto el mes, tanto; sueldos de los 350
mecánicos contratados para su caso, tanto; sueldo de los 266 mecánicos que
revisan el trabajo de los otros 350, tanto; gastos de herramientas (Ipod, tablet,
internet, etc., que pasan a propiedad de los mecánicos), tanto; gastos de
transporte por todo el globo terráqueo de los 616 mecánicos (para inspirarse y
hacer el trabajo mejor, si llegan algún día a hacerlo), tanto; otros gastos
varios, tanto.
Dejo ahí la historia y les
pregunto: ¿No pensarían ustedes, acaso, que ese taller, más que taller, es una
cueva de ladrones; y que el dueño del coche es un tonto, si llega a pagarles lo
que le piden? ¿Llevarían sus coches a un taller como ese?
Pues bien, aunque tal vez no se
hayan parado a pensarlo eso es exactamente lo que la oligarquía partitocrática
(incluidos los nuevos oligarcas de los autodenominados partidos
“regeneracionistas”), que mangonea este país de todos los demonios, está
haciéndole a usted y a mí. Nos cobraron el 20 de diciembre: por el taller, por
meter el coche, etc.; los 616 parlamentarios han cobrado durante estos meses,
han viajado a costa nuestra, han comido, han bebido y… ¡no han hecho
absolutamente nada! Y ahora pretenden que el 26 de junio volvamos a pagarles
por lo que no hicieron el 20 de diciembre.
Si no se lo cree, vea los
siguientes datos y juzgue luego si no se trata de un robo. BOE del 8 de mayo:
Por cada diputado o senador: 21.167 euros; por cada voto al Congreso: 0,81
euros; por cada voto al Senado: 0,32 euros; para gastos de correo –se manden o
no las cartas-: 0,18 euros por elector (36 millones de electores). Ríase ahora:
los partidos reciben 0,18 euros por elector, pero si deciden hacer los envíos
postales sólo pagarán ¡0,006! Y, lo más grave, el resto hasta el coste de la
tarifa, es decir aproximadamente 0,50 euros por carta, los pagaremos los
contribuyentes. ¡Siiii, usted va a pagar aunque no desee recibir la basura electoral
(opción, la de rechazar publicidad no deseada, que no le van a dar porque
dañaría sus intereses económicos). En fin, muchas decenas de millones de euros,
a los que hay que sumar bastantes centenares más por otros conceptos:
gratificaciones a jueces y funcionarios de la llamada Administración electoral;
gastos extraordinarios de seguridad; indemnizaciones a los miembros de las 60.000
mesas electorales; elaboración de centenares de millones de papeletas y sobres;
etc., etc., etc., total centenares de millones de euros. De nuevo.
Creo que en alguna otra ocasión
–y es que en la política española nada cambia- he citado el cuento que Quevedo
narra en “La Fortuna con seso y la hora de todos”: Uno enfadado porque los
ratones le roían los mendrugos de pan, las cortezas del queso y los zapatos
viejos, trajo gatos para que le cazasen los ratones. Y viendo que los gatos, además
de los ratones, se comían la carne del asador, le vaciaban la olla y le
limpiaban de viandas de la despensa, dijo: “Vuelvan los ratones. Pues, como
gatazos, en lugar de limpiar la res pública, os engullís el reino entero.
Infames, ratones quiero, y no gatos.”
Esto, ni más ni menos, es lo que
nos sucede. La enfermedad de este país. El problema de este país se llama
partitocracia. Aquellos que debieran ser la solución son, sin embargo, el
problema. Esta casta inicua estraga el reino y roba a los que debiera servir. Y
no hay ámbito alguno en la sociedad que pueda sustraerse a su voraz ambición.
Tampoco la libertad se salva. Dicen que el régimen chino, en su crueldad,
obliga a los condenados a pagar la bala que ha de matarlos. Esto se parece en
el concepto. Pagar al verdugo.
Claro que esto sucede
porque lo toleramos. Ahora -del mismo modo que las ranas de la fábula de Esopo-
toca padecer las consecuencias de nuestros actos y deseos.
Mayo, 2016.