"Mas del caballo no os fiéis, troyanos: yo temo al griego, aunque presente dones..." (Eneida,II,66-67)
BREVE REFLEXIÓN SOBRE EL PRESIDENTE INTERMITENTE
CERDOS ILUSTRES
Claro que, como digo, todo esto ocurría exclusivamente en el terreno de la ficción... hasta que llegó George Clooney, que erigió el segundo gran mojón, con perdón, en la historia porcina. El primero fue, obviamente, la domesticación de la especie, después George Clooney, con su cerdito Max, supo exaltar la condición porcuna y convertir al cerdo en animal de compañía. Luego otros famosos de la beautiful people siguieron su ejemplo y cambiaron los perros o los gatos por los gorrinos. La duquesita, Paris Hilton, Miley Cyrus, y hasta la mismísima Elsa Pataki, ¡qué contrariedad!, porque a la Pataki, tan dulce, lo que le pega es un bichón maltés o un gato de Angora y no un guarrillo.
Cabra, mi pueblo, que no se queda atrás en nada, no se sabe por qué misteriosa razón -dicen algunos que por el agua de la Fuente del Río- producía, desde mucho antes de Carmen Calvo, gente ilustre como churros. Ahí está, por ejemplo, el célebre conde de Cabra que aparte de sus gestas galantes, de las que dan cuenta el excelso romancero español y las canciones infantiles de Lorca, protagonizó la memorable hazaña de hacer prisionero al rey Boabdil, el Chico, el Llorón; eso sucedió en la batalla de Lucena, cuando el conde de Cabra tuvo que acudir al rescate de los lucentinos y librarlos del asedio de las tropas nazaríes, del mismo modo en que, muchos años después y en dos ocasiones, hicieron los norteamericanos por los franceses, es decir, sacarles las castañas del fuego, si el lector me permite el símil retórico. Y muchos siglos antes de eso, en la remota España visigoda del siglo VII, ya teníamos un obispo -Bacauda- que participó en el Concilio de Toledo; o, un par de siglos más tarde, una secta herética -los acéfalos o casianos- que llegó a constituir una iglesia cismática, supra arenam constructam, como dijo el concilio, porque el hecho, siendo de tal importancia y gravedad, llegó a provocar la convocatoria de un concilio -"no inserto en nuestras antiguas colecciones y del todo desconocido”, según afirma don Marcelino en su Historia de los heterodoxos- para la erradicación de sus herejías. O sea, que el pueblo ha dado incluso herejes de categoría premium. Y hasta los íberos llegaron a asentar sus reales en el pueblo, llamado entonces Licabrum, en tiempo inmemorial, según acreditan los recientes descubrimientos del yacimiento arqueológico del Cerro de la Merced. Eso sin contar que, ya en época moderna, tuvimos hasta Banco de España, con sus dos guardiaciviles armados en la puerta, a la manera de los dos leones del Congreso; que, para redondear, sólo nos hubiese faltado un premio Nobel, da igual de qué, de lo que fuera, entre los paisanos.
Lo que quiero decir es que, con tales propicios hados y tan distinguidos antecedentes, no íbamos a ser menos en eso de los cochinos.
Y es que si el hombre primitivo consiguió meter en los corrales a los cerdos salvajes, haciéndoles ver que les convenía renunciar a su libertad a cambio de tener satisfechas todas sus necesidades vitales, sin precisar someterse para obtenerlo a las desagradables vicisitudes de la vida salvaje -lo que, por cierto, sirvió de inspiración a los modernos déspotas, que descubrieron la forma de rendir nuestra libertad a sus caprichos, a cambio de proveernos de lo necesario para ahorrarnos el trabajo y las fatigas de pensar, decidir y ganárnoslo, es decir, la molestia de vivir, como lúcidamente advirtiera Alexis de Tocqueville-, y todo ello, por supuesto, una vez aceptada por éstos, los cerdos, la ineludible ley natural del más fuerte, conforme a la cual, salvajes o domesticados, su destino final era servir de alimento a otros; pues bien, prosigo, si ese fue el logro del hombre primitivo respecto a los cerdos, George Clooney consiguió dar una vuelta de tuerca al asunto y meterlos en nuestras alcobas y salones.
Pero, más allá de ambos logros, mi pueblo se alzó con el mérito de haber sabido cubrir el espacio social que había vacante entre la intimidad familiar del hogar y la deshumanizada zahúrda. Digamos que socializó al cerdo, ennobleciéndolo en sus relaciones sociales, poniéndolo en la calle, como un vecino más, y elevándolo a la categoría de animal social, zoon politikón, como dijo Aristóteles. No se alarme el lector, seguidamente expondré los hechos en que fundo tal inferencia.
No sabría indicar con exactitud el momento fundacional de la costumbre -el cerdo domesticado tenía ya miles de años, el edificio del asilo se construyó en el siglo XVII, la lotería se inició en el siglo XVIII, y la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados se fundó a finales del XIX-, deduzco de tales datos que la costumbre de rifar un cerdo por Navidad, implantada por el asilo egabrense regentado por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, pudo, dentro de lo probable, iniciarse, como muy pronto, a principios del siglo XX. En todo caso, puede afirmarse con certeza, excluyendo cualquier posibilidad de error, que a mediados del XX estaba plenamente arraigada, pues en esa época yo la conocí y doy testimonio de ello en estas páginas. Obviamente, no es el mero hecho de la rifa lo que sustenta el logro egabrense respecto al cerdo, pues rifas ha habido, desde su invención, de toda clase y condición y en todos sitios. Lo peculiar de la costumbre consistía en que, dada la escasez de recursos materiales de que disponían las hermanitas para mantener y sainar al animal, tuvieron la ocurrencia de abrirse al pueblo y hacer partícipes del evento a todos los actores implicados en el lance. Y así, de tal manera, desde que, aproximadamente en mayo o junio, el cerdo ingresaba en el asilo y hasta finales de diciembre o principios de enero en que lo abandonaba, el cerdo en compañía de un par de ancianos residentes recorrían las calles del pueblo, pidiendo en las casas los despojos de la comida y ofreciendo la compra de alguna papeleta de la rifa. El cochino, en el transcurso de los días, daba testimonio de la eficaz solidaridad popular y alentaba con su creciente hermosura el interés de los vecinos por la rifa.
Los niños que jugábamos en la calle -entonces los niños podían jugar en la calle-, a la voz de alarma: ¡que viene el cochino del asilo!, disfrutábamos viendo pasar la comitiva o, incluso, la acompañábamos hasta la esquina, porque el cochino del asilo era ya una institución para nosotros, casi comparable al revoleo de la bandera de la Virgen de la Sierra. Pero a este cerdo debemos sólo la mitad del mérito, o aún menos, pues la costumbre no duró demasiados años, ¡el progreso!, y porque el cochino del asilo, aún siendo de carne y hueso, fue pronto superado por el de Los Granaínos, menos sanguíneo pero más afamado y reputado.
Cuando se acercaba la Navidad, pese a que aún seguíamos inmersos en la grisura de la autarquía implantada en la potsguerra, las calles egabrenses, o más propiamente, el ambiente reinante en ellas, se teñía, al menos para los niños, de un color especial y se contagiaba de una alegre agitación. Eso se manifestaba, sobre todo, en los escaparates de los numerosos y variados comercios que colonizaban las calles centrales del pueblo. A falta de otras diversiones, visitar escaparates constituía un entretenimiento habitual. A los niños nos gustaban sobre todos los demás tres de ellos: El escaparate de la confitería de Emilia Fernández, siempre tan primoroso, con su roscón con forma de serpiente, sus exquisitas chucherías, los paquetes de cigarrillos y las monedas doradas y plateadas de chocolate; la tienda de Pérez -la primera que vendió televisores y gas butano- con sus enormes y numerosos escaparates repletos de toda clase de juguetes, inasequibles la mayoría de ellos para las modestas economías de nuestros padres, pero que, pese a las decepcionantes experiencias de los años precedentes, no dejábamos de visitar, embobados, casi a diario; y, en tercer lugar, el de Los Granaínos. Los Granadinos era un comercio como los que en las películas del oeste, que echaba Galisteo en el Cine Principal, llamaban General Store, o sea, que tenía una variedad de género de lo más diverso y heterogéneo. Y, allá por el mes de noviembre, cuando se acercaba la época de la matanza, Los Granaínos acostumbraban a exhibir en el escaparate los pertrechos relacionados con tan popular -y tan pragmático, en época de necesidad- rito. Y así, rodeado de los cuencos de coloridas especias, las tripas para embutir, los cuchillos, picadoras y demás instrumental de la matanza, presidiendo la zona más destacada del escaparate, era colocado el celebérrimo cochino de Los Granaínos. Era éste una talla policromada, de unos cincuenta centímetros de altura, que representaba la imagen de un cerdo erecto sobre sus dos patas traseras, de semblante risueño, con una mano posada en la cintura y la otra flexionada y alzada a la altura del rostro, como si fuese un camarero llevando una bandeja -que no descarto hubiera sostenido realmente en sus primeros tiempos-, y una pierna adelantada ofreciendo un aspecto garboso y saleroso, y vestido recatadamente con una especie de calzón corto de gruesas rayas verticales rojas, que, de haber sido azules, hubiesen sugerido un muy probable parentesco con Obelix. En algún momento, se le colocaba un cuchillo, en una hendidura que tenía a la altura del cuello, pero tal cosa no convertía su aspecto en macabro ni le restaba un ápice a su bizarría; más bien resultaba un detalle gracioso y pedagógico.
Y así fue, gracias a la ocurrente estrategia publicitaria de unos avispados comerciantes, cómo el cochino de Los Granaínos fue adentrándose en la memoria, conversaciones, historias y chanzas de niños y viejos, hasta convertirse en una institución cultural del pueblo; que pervive en nuestros días, pese a haber desaparecido hace años la casa comercial que lo engendró. Dicen que hasta se ha creado en el pueblo una asociación cultural que lleva su nombre; no me extraña, pues el fenómeno, de no haber estado exclusivamente circunscrito al ámbito egabrense, hubiese constituido un destacado hito cultural en la historia de nuestra decadente y periclitada civilización occidental, en la que el cerdo ha desempeñado siempre un papel importante. Creo yo que la aportación del cochino de Los Granaínos al copioso acervo cultural egabrense no ha sido reconocida como merece. Se me ocurre que el pueblo debería honrar su memoria erigiendo un fastuoso monumento en su honor; que bien podría ser, a imitación del famoso Torico de Teruel, una soberbia columna coronada con su polícroma figura, que sería situada en lugar destacado del pueblo, por ejemplo, en medio de la Plaza Vieja, donde antiguamente se colocaba sobre su pedestal el muy mentado y denigrado municipal de la Plaza Vieja a dirigir -o como quiera que se llamase lo que hacía- el tráfico procedente de los cuatro puntos cardinales. Y así, además, el cochino de Los Granaínos desbordaría, sin duda, las fronteras del pueblo, y pasaría a ser conocido y reconocido más allá del territorio de la Subbética, como tantos otros ilustres paisanos. Ahí lo dejo, a ver si cuaja.
Marzo de 2024
CERRALBOS DEL SELLA
Sin más causa o razón que un deseo caprichoso, se me antojó el otro día volver a ver la trilogía -trilogía de tres películas, como dice un buen amigo mío- de Cerralbos del Sella. Antojo, por otra parte, que no resulta inusual en mí, pues no dejo pasar mucho tiempo sin sucumbir al deseo vehemente de ver alguna de las películas de José Luis Garci, que me encantan.
Se ha definido el cine como lenguaje visual; siendo así, muchas de sus películas, no sólo las de Cerralbos del Sella, son, pues, poesía visual. En general, me gustan casi todas, por no pararme a pensar si hay alguna que no me guste; historias tan reales, llenas de amables personajes -interpretados soberbiamente-, cargados de ternura y humanismo y de melancólica tristeza, de diálogos tan auténticos como refinados y no exentos en muchas ocasiones de un simpático y exquisito sentido del humor, los magníficos decorados de Gil Parrondo, la cuidada fotografía… Me agrada la recurrencia de una serie de elementos que configuran sus señas de identidad: la nostalgia de otro tiempo, tal vez menos próspero, incluso atrasado, pero más entrañable y cercano; y de otros lugares, siempre presentes y añorados: Manhatan y su Madison Square, la Penn station, la Quinta avenida…; Asturias, sus playas, sus pueblos, sus ciudades; Madrid, por supuesto, Madrid, visto desde el cielo y la tierra, el Madrid antiguo y el nuevo, el Manzanares, sus jardines, sus plazas…; la nostalgia de los deleitosos placeres del espíritu: la Navidad, su Atleti, el boxeo, la cantata Jesús alegría de los hombres de Bach, el mus…, todos siempre ahí en sus historias, como la lluvia en las de Theo Angelopoulos. Pero, discúlpeme el lector el excurso, y regresemos a Cerralbos del Sella. Allí cae lánguida la sedeña nieve y su albura va alfombrando de gala las pocas calles del pueblo. El radiante manto ampo acentúa, en la oscuridad temprana de la noche, el contraste de luces y sombras, haciendo la estampa más bella y primorosa. En la esquina cercana a la taberna, donde sopla quejumbroso el aire, se arremolinan los copos como si ejecutaran una alegre danza, representada bajo los acordes del silencio -desatendido y despreciado silencio, en este tiempo amante del alboroto y la trivialidad, ignorante de que el silencio es la música de los dioses y de la errante luna y del alma-.
Si fuese sábado, en la calle de la taberna se oiría, sin embargo, el eco de las voces de John Wayne o de Humphrey Bogart, pues la taberna de Cerralbos del Sella no es sólo taberna sino salón de cine, de juegos, de baile y de cualquier otra actividad festiva o cultural. Asomo mi imaginación a la ventana, casi opacada por el vaho del cálido ambiente interior, y me embeleso complacido contemplando el ambiente apacible y cordial que se respira. En un rincón, las fuerzas vivas del pueblo -el cabo de la Guardia Civil, el alcalde, el cura y el boticario- juegan al dominó; los paisanos se solazan con el clarete y la tía Gala discute con don Matías, el cura, desde su mesa, mientras reproduce, solitaria, una partida del inmortal Alekhine, en un tablero con piezas Staunton 6, en el que curiosamente las blancas juegan con dos reyes, cosa, amén de irregular, insólita, pues en el tablero, como en la vida, la corona solo puede descansar sobre una cabeza. Un fallo de utilería, que pasó desapercibido a Garci, lo que me inclina a pensar que entre sus aficiones no figura el ajedrez. Pero, olvidemos eso, que carece de importancia. Lo importante es que le dan a uno ganas de vivir en un pueblo así.
Me conmueve ver esas historias, como siempre, hasta hacer brotar alguna lágrima, pese a haberlas visto tantas veces. Y me acuesto llevándolas conmigo y reproduciendo in mente sus secuencias. Me veo entrando en el pueblo por la estrecha carretera, me da la bienvenida en su cabalgadura el jinete del anuncio de Nitrato de Chile, cuyos azulejos ocupan casi todo el muro de la casilla de los peones camineros, y en el sopor del sueño no sé si llego a Cerralbos o a Cabra, si son recuerdos o ensoñaciones lo que discurre. En el fondo da igual, pues memoria y fantasía son la misma cosa. En todo caso, pienso o imagino pensar, lo importante es que esa nostalgia de un tiempo y un lugar que remite a los lejanos días felices de la niñez, sea real o soñada, resulta un dulce bálsamo para aliviar las cotidianas congojas.
Marzo de 2024
LA MUJER DEL CÉSAR
Los funcionarios, aun jubilados, padecemos como los ratones una pulsión irrefrenable hacia los papeles. Hurgando en una librería de viejo en Salamanca, di con un legajo polvoriento que me hizo fantasear que estaba descubriendo para el mundo misceláneas inéditas de don Juan de Mairena, como aquella vez en que confundí el bohordo de una pequeña pita con un gigantesco espárrago, pensando que a los avispados buscadores de espárragos le había pasado desapercibido precisamente por su tamaño descomunal, y ya me vi en el libro Guinness, para envidia y escarnio de mi amigo César y de otros expertos y perspicaces esparragueros.
Obviamente, la realidad estaba muy lejos de mis fantasías; pero eso me llevó a pensar que no se hacen necesarios nuevos sorprendentes descubrimientos, que Antonio Machado es inmortal y sigue vivo en sus apócrifos personajes; de modo y manera que, siendo así, no resultaría extraño que Juan de Mairena volviera a las aulas, ahora que se hace tan necesaria, y se echa tanto de menos, su honesta y profunda sabiduría, su rectitud de criterio y su filosófica sencillez. Así que me lo imagino de nuevo sobre el entarimado del aula y pienso qué es lo que diría a sus alumnos sobre los sucesos consuetudinarios que acontecen en la rúa en estos días convulsos; por ejemplo, que les diría sobre los inconvenientes e inadecuados negocios, por no decir turbios e inmorales, de la mujer de nuestro césar.
Ahí lo dejamos, pues:
JUAN DE MAIRENA HABLA A SUS ALUMNOS
- Plutarco, que era un intelectual polifacético del siglo primero de nuestra era, en su faceta de escritor, dejó para la historia una notable obra biográfica: sus Vidas Paralelas. En aquella que se ocupa de Cayo Julio César, cuenta Plutarco que cuando éste repudió a Pompeya, su mujer, por causa de una supuesta infidelidad, cuando fue preguntado en el juicio por tales hechos, declaró no tener constancia de ninguna de las imputaciones que se hacían al supuesto adúltero. Entonces, ¿como es que has repudiado a tu mujer?, le preguntaron. A lo que él respondió: “Porque estimé que mi mujer ni siquiera debe estar bajo sospecha.”
Esa frase hizo fortuna y pasó la historia. Desde entonces, suele decirse que la mujer del César no sólo debe ser honesta, sino parecerlo.
A ver, señor Pérez, ¿qué entiende usted por eso?
- Pues que importa más parecer honrado que serlo; y que a la mujer del césar le interesa y conviene más ser sinvergüenza y parecer honrada, que ser decente y parecerlo.
- Señor Pérez, si en el futuro se dedica usted a la política, le auguro que llegará muy lejos, incluso a presidente del Gobierno.
Marzo de 2024
LA CALVO
A nadie se le escapa ya, a estas alturas del sexenio dictatorial de Sánchez, que el plan para consolidar en España, o como quiera que llegue a llamarse este país, un neototalitarismo plurinacional, como lo vienen designando los enemigos de la Nación española, bajo el dominio hegemónico del Psoe, pasa necesariamente por liquidar la separación de poderes y someter a éstos y a todas las instituciones del Estado a la férula del partido, es decir, al dominio del déspota; porque, aunque los partidos españoles siempre han estado controlados por una oligarquía, siguiendo la inexorablemente Ley de Hierro que formulara Michels, el Psoe de ahora, sin embargo, está absolutamente sometido a la voluntad, o al capricho, de uno solo.
Así, vamos asistiendo -sin que el rebaño se rebele- al calamitoso espectáculo de cómo el dictador va paso a paso, pero infatigablemente, sometiendo los poderes del Estado y corrompiendo y parasitando con aliados, correligionarios y amiguetes las altas instituciones de la Nación, con el único propósito de mantenerse en el poder. De esa manera, el legislativo ha pasado a ser el Congreso de Sánchez, una delegación gubernamental regentada por una lacaya que obedece los dictados del autócrata, sin molestarse siquiera en aparentar el más mínimo ostugo de decoro; y, cautivo y desarmado, el Tribunal Constitucional ha pasado también a ser el Tribunal de Sánchez, bajo el mando de un arriero togado, con la toga empercudida del lodo del camino, guiando una recua dizque de juristas de reconocido prestigio, aunque más bien lo son de acreditado descrédito. Y en ese afán de doblegar al tercer poder del Estado, la tarea de la dictadura sanchista está centrada en este momento en la persecución de los jueces que considera hostiles a sus propósitos, por incorruptibles y respetuosos de la ley, y en la toma y control del Consejo General del Poder Judicial, a la manera de lo perpetrado en el Tribunal Constitucional, y que ambas cosas sirvan de amonestación, advertencia y amenaza a quienes estuviesen pensando servir a la justicia antes que al tirano. Y, asimismo, ahí tenemos cómo los más importantes organismos y altas instituciones del Estado, sin excepción, han sido puestos bajo la dirección de amiguetes, fiadores, acreedores políticos, parientes o correligionarios, manifiestamente incompetentes para servir los intereses generales, pero perfectamente dóciles e idóneos para el servicio del dictador. Valgan algunos ejemplos: Tezanos en el CIS (Centro de Investigaciones de Sánchez); la negra de Sánchez en el CSD (Consejo Sanchista de Deportes), y ahora en una sinecura de cuento; y, así, tantos otros amiguetes en tantos otros organismos, como la Fiscalía General del Estado, la mayoría de las embajadas importantes, la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia, Paradores Nacionales, Hipódromo de la Zarzuela, Sociedad Estatal de Correos y Telégrafos, Sociedad Estatal de Participaciones Industriales, RENFE, Red Eléctrica Española, RTVE, etc., etc.; en definitiva, el sanchismo practica lo que en la teoría política se denominó spoils system, o sistema de botín, algo que hoy día no es que sea inaceptable en una democracia sino que es propio de satrapías bananeras.
Pero, como el sátrapa se perfecciona en su vileza, ahí está la última de sus ocurrencias: Carmen Calvo para presidir el Consejo de Estado, después de que el Tribunal Supremo revocara el nombramiento de su antecesora; en un claro gesto de desafío, como quedará patente a continuación, pues su inconmensurable soberbia no puede sufrir tal correctivo sin dejar claro a todo el orbe quien es en realidad el Supremo.
Tengo un amigo socarrón que, conocedor de que en tiempos pasados me unió a ella una gran amistad -tan íntima como lejana-, me espolea tercamente para que le haga un retrato, como los que le hice a Magdalena Álvarez, la inefable Maleni, o a Susana Díaz -Ródope de Triana-, o al impostor inverosímil Mariano Zapatero -Rajoy para el siglo-, o a algún otro politicastro segundón. Y como, tras su último cambio de opinión -que así se llama en la neolengua sanchista a las mentiras- sobre la amnistía a los golpistas catalanes, más que espolearme me azuza para que le muerda, como decía el propio Diógenes de sí mismo: que mordía a los malvados, me resulta ya ineludible darle satisfacción.
Lo que ha colmado el vaso de la indignación de mi amigo no ha sido, como digo, que ahora donde dijo digo, diga Diego; sino que tal mentira la haya proferido con absoluto descaro, cinismo, impudicia, desvergüenza, y falta de respeto o, mejor dicho, con altanero desprecio y oprobiosa insolencia, insultando hasta la inteligencia de los burros, con perdón de tan nobles animales.
Decía hace poco en el Congreso: “...la amnistía no es planteable porque sería suprimir literalmente uno de los tres poderes del Estado que es el judicial.” Luego, en una entrevista abundó en esa idea: “...es que la amnistía está prohibida en nuestra Constitución, absolutamente prohibida, y en todas las democracias, ninguna democracia contempla las amnistías…”.
Ahora, tras la inspiración del ángel revelador de la Moncloa, esto es lo que dice: “El indulto generalizado, que es lo que en su momento se planteó, no; era lo que opinaba en aquel momento y lo que sigo opinando. La amnistía y el indulto parcial es lo que está contemplado en nuestra democracia y en cualquier otra.”
Y esta señora es la que va a presidir el Consejo de Estado. Hoy, cuando escribo esto, obtendrá el plácet del Congreso como condición previa a la formalización de su nombramiento. Pocas son las exigencias legales para ser designado; de hecho sólo dos: ser jurista de reconocido prestigio y poseer experiencia en asuntos de Estado. El Tribunal Supremo anuló el nombramiento de su antecesora por carecer de prestigio reconocido. Ahora nos encontramos ante el mismo supuesto; pues lo mismo que afirmaba el TS respecto a su depuesta antecesora, podríamos decir sin temor a equivocarnos en lo más mínimo de la Calvo: “Su curriculum vitae muestra una carrera funcionarial meritoria, pero de ella no se puede deducir la pública estima en la comunidad jurídica que implica el prestigio reconocido.”
Es más, podría decirse que su experiencia en asuntos de Estado supera a la de su antecesora, pero, al contrario que esta, su carrera profesional no es que no sea en absoltuto meritoria, sino que no trasciende la más elemental grisura y mediocridad, pues accedió a profesora titular de universidad -el rango más bajo del escalafón funcionarial docente- con al menos 35 años de edad y en él sigue. Eso sin entrar en otro tipo de consideraciones, como las relativas a su ingreso en el cuerpo (“Me ha dicho Javi -aludía a Javier Pérez Royo- que la próxima plaza que salga será para mí”; Calvo dixit.) o a su tesis doctoral. Pero yendo a lo del reconocido prestigio jurídico, decía el TS en la sentencia referida que “sin duda alguna acredita su profunda experiencia en asuntos de Estado, pero no sirve para tenerla por jurista de reconocido prestigio. Su curriculum vitae muestra una carrera funcionarial meritoria, pero de ella no se puede deducir la pública estima en la comunidad jurídica que implica el prestigio reconocido…”; y lo que yo puedo decir al respecto, tras más de cuarenta años de ejercicio profesional del derecho, es que jamás me he encontrado con cita alguna o referencia a sus publicaciones jurídicas -inexistentes- o a sus opiniones jurídicas o a sus actuaciones forenses, no digo ya de naturaleza encomiable y elogiosa, sino ni siquiera críticas o vilipendiosas.
De lo que, por el contrario, sí tenemos constancia y conocimiento y, desgraciadamente, padecimiento, es de haber sido, durante su mandato de vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de la Presidencia, la muñidora de la declaración de los dos estados de alarma anulados por contrarios a la Constitución por el Tribunal Constitucional, y del cierre del Parlamento, asimismo declarado inconstitucional. Y que todos los honores, medallas y reconocimientos que iluminan su biografía, todos, sin excepción, han sido otorgados por la casta política o por los sujetos que la orbitan, y ninguno por la comunidad científica.
Esos son los contrastados, acreditados y reconocidos méritos que aporta. Grandes méritos estos -si consideramos el concepto de mérito vigente en el socialismo y la izquierda patrios-, sin duda, que estoy seguro nadie llegará a superar y, si me apuran, ni siquiera a igualar.
Sigue, pues, con esto la obra del sanchismo: otra institución degrada, desprestigiada y hundida en el fango del sectarismo y la incompetencia, con tal de ser sometida al control del líder supremo. Y, encima, tenemos que soportar el petulante y jactancioso discurso de la candidata que afirma que asume el cargo para aportar solemnidad a las instituciones y respeto por las mismas. Como si no la conociéramos.
Con tal lo que a mí más me indigna no son estas mentiras relativas a su vida pública. Lo más deleznable, a la par que bufo y grotesco, son las fantasías -llamemos compasivamente así a sus mentiras privadas- que ha ido urdiendo durante años para alimentar una biografía acorde a sus aires de grandeza.
Comenzaron estas cuando fue elegida por Chaves -entonces, era aludido como el bueno de Manolo; luego pasó a ser el ciudadano Chaves; Calvo dixit- para consejera de Cultura. Y, con su primera entrevista a doble página en un diario sevillano, quedó establecido para el público que la interfecta procedía de una opulenta familia egabrense, cuyo servicio doméstico -tan quimérico como su obra jurídica- era obligado a vestir, como el de las casas más notables, cofia y delantal. Como es natural, eso fue causa de mucha guasa e irrisión en el pueblo, incluso entre sus adeptos y correligionarios de hoy. Y, como carece de pudor y rectitud, ha ido engordando la ensoñación cada vez que le han puesto un micrófono delante, o cuando, como ahora, nos regala en un libro un anticipo de su fabulosa, literalmente hablando, autobiografía, en la que, incorregiblemente, sigue yendo la burra al trigo y habla de su padre como un exquisito diletante, cuando lo cierto es que nada más lejos de la verdad, pues ni era diletante, ni siquiera en la acepción peyorativa del término, ni exquisito en modo alguno, sino un sencillo, honrado y modesto trabajador, parco en palabras y de trato amable y buena persona. Pero, en fin, ese es otro tema del que en esta ocasión no vamos a hablar, más que para decir que resulta penoso y lamentable constatar cómo los sueños de grandeza de esta advenediza hacen abominables y vergonzantes los modestos orígenes de su familia. Claro que tampoco es de extrañar que así sea, pues no es sino el típico fruto podrido de la izquierda, que reniega de su clase y humilde condición en cuanto tiene ocasión de ingresar en la casta infame. Desertores de su clase. En eso podría haber tomado ejemplo de su hermano José, que no ha necesitado abdicar de sus orígenes humildes, ni inventar biografías, y que, por el contrario, podría hacer ostentación de ello si quisiera, pues es muy meritorio que de humilde bedel en el internado de las escuelas de formación profesional haya sabido ganarse la consideración y el prestigio social de los que goza, y desclasarse y alzarse a la posición que hoy ocupa, valiéndose exclusivamente de su esfuerzo, trabajo y talento; obviamente, no es el caso de su hermana.
Febrero de 2024
EL LORO
SOBRE LA INTELIGENCIA ANIMAL
Febrero de 2024
EL RABO DEL PERRO DE ALCIBÍADES
VIDAS PARALELAS Alcibíades-Perro Sanxe
Lamento en el alma decir, con la fervorosa devoción que le profeso, que Plutarco se equivocó cuando se le ocurrió emparejar en sus Vidas paralelas a Alcibíades y Coriolano. Estoy convencido de que Plutarco compartía, en el fondo de su sentir, esta opinión mía. Es el propio Plutarco quien señala que la carencia en Coriolano del don de la persuasión hizo que sus hazañas y sus méritos resultaran molestos incluso para los propios beneficiarios, que no podían soportar su petulancia; en tanto que en el caso de Alcibíades, al abrigo de su simpatía y trato amistoso, les eran disculpados sus errores, pese a los perjuicios que causaban a la ciudad y a sus habitantes. Y, así, concluye Plutarco, al uno sus conciudadanos, ni aun recibiendo males, fueron capaces de odiarlo, y al otro, aunque lo admiraban, nunca le fue dado hacerse querer.
Lo que quiero decir es que Plutarco manifestaba ciertos escrúpulos en la comparación; y, por tal razón, no se hubiese molestado, además, en justificarse preventivamente, pues ya se sabe que excusatio nom petita… Considerándolo de esa manera, podemos comprender entonces que afirmara que, a su juicio, no era cierto lo que muchos otros sostenían: que Gayo Marcio Coriolano fue una persona sin doblez y franca, en tanto que Alcibíades era un hombre falso y sin escrúpulos en la política. Y reprochaba agriamente a Coriolano que después de haber tratado sin conmiseración las súplicas públicas, los ruegos de los embajadores y las plegarias de los sacerdotes, sucumbió, sin embargo, a la imploración de Volumnia, su madre, y que tal cosa no fue honrar a su madre, sino deshonrar a la patria, salvada por la piedad y la intercesión de una sola mujer, como si no mereciera salvarse por sí misma. Es decir, que antepuso al de su patria el amor a su madre. En aquellos tiempos, la jerarquía de los afectos debió ser del modo y manera en que lo señala Plutarco, o, tal vez, lo que sucede es que éste no encontró otra cosa peor que reprocharle que querer a su madre por encima de todo.
Pero, volviendo al principio, digo a lo de su error en el emparejamiento, Plutarco no hubiera podido subsanarlo aun deseándolo, porque el auténtico sosias de Alcibíades aún no había venido al mundo. Mas no es cosa de dejar privado de pareja y solitario a Alcibíades, y fastidiarle a Plutarco sus Vidas paralelas; y como todos los errores -salvo los de los médicos, que ni los milagros de la naturaleza pueden enmendarlos, como queda anotado en El destino es chambón- pueden ser corregidos, la historia nos brinda ahora una magnífica oportunidad para rectificar el yerro de Plutarco. La solución de este asunto está en manos de la negra de Sánchez, Irene Lozano. La pobrecilla se lamentaba en La Secta de que la gente la alude como la negra de Sánchez, o como la bienpagá; si fuera tan leída como desvergonzada y ambiciosa, sabría que el diccionario de la Real Academia define el vocablo, en su decimoséptima acepción, como la persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios, y no tendría motivo para quejarse. Claro que lo que sobrepasa dicha definición es el hecho de que la negra, además, es una bienpagá; que ha sido retribuida no con el dinero del biografiado sino con el nuestro, el de los contribuyentes. Y, así, ha ido pasando de sinecura en sinecura, de canonjía en canonjía y de chiringuito en chiringuito -de la misma manera en que fue saltando de partido en partido hasta anclar sus posaderas en el podrido Psoe de Sánchez- hasta recalar en el momio que actualmente parasita: la Casa Árabe, a razón de más de cien mil euritos anuales, que no los gana un abogado del Estado, salvo que sea, como todos estos, un sinvergüenza. ¡Hay que ver las cosas que se inventan estos ladrones para sacarnos las perras del bolsillo!
Y es que Sánchez y su negra tienen ahora la oportunidad de reescribir el relato de Plutarco: Vidas paralelas, Alcibíades-Perro Sanxe, autor Pedro Sánchez; total, si lo hizo con la tesis doctoral, ¿quién habría de quejarse?, no será Plutarco. Porque resulta que en el fondo Perro Sánchez se parece infinitamente más a Alcibíades que Coriolano. Eso sí, para hacer justa la semejanza, habría que despojar a Alcibíades de su grandeza, que la tuvo, y no exponer de Sánchez otras taras y vicios que, pese a tener muchos y muy notables, no lograron reunir ni Alcibíades ni Coriolano, como, por ejemplo, su tosquedad y amor propio, pues no hay cosa en este mundo a la que Perro Sánchez ame más que a su propia persona, ni siquiera a su madre, si la hubiese tenido.
Juzgue el lector, si no:
En lo que respecta al físico, nos hallamos ante dos guapos de campeonato: ...sin duda no hace falta decir sino que su belleza floreció en todas las edades de su vida. ¡Qué guapos los dos!
En cuanto al carácter, señala Plutarco como rasgos sobresalientes del de Alcibíades -y yo, sin quitar una coma, afirmo que son los mismos que definen el carácter de Sánchez- que era soberbio, vanidoso, usurpador de méritos y honores ajenos, muy inclinado a los placeres y que disponía y usaba de los bienes públicos como si fuesen propios; que era traidor, desleal y de aspiraciones tiránicas y contrarias a la ley, que sufría transformaciones más rápidas que el camaleón, y engañaba al pueblo haciéndole creer que el interés general consistía en la satisfacción de sus intereses personales; que gozaba del favor de la plebe: los atenienses transigían y toleraban todos sus abusos y fechorías, y las disculpaban considerándolas chiquilladas o afán de notoriedad. Y cuenta Plutarco, lo cual es muy revelador, que en cierta ocasión en que acudía a visitar a Pericles, le informaron que no podría verlo porque estaba ocupado examinando cómo rendir cuentas a los atenienses, a lo que respondió: ¿No sería mejor que examinara cómo no rendirles cuentas?
Y, tanto uno como otro, Alcibíades y Perro Sánchez, para satisfacer su insaciable ambición de poder, terminaron uniéndose a los enemigos de su patria, a la que combatieron causándole graves daños y perjuicios -y está por ver aún si, en el caso de Sánchez, su exterminio y liquidación-.
Diga ahora el lector si no comparte lo que afirmé al principio, es decir, que el auténtico sosias de Alcibíades no era Coriolano, como creía Plutarco, sino Sánchez, Perro Sánchez, el felón. Y que la biografía de ambos constituye un ejemplo moral ad contrarium: es decir, para evitar más que para imitar. Pues, eso.