2016. Nacerán los que sin embargo
ya fueron y vieron además su tiempo -su insuficiente tiempo- consumido. Cosas
de esa paradoja humana que es el tiempo. Materia deleznable, o sea, que se
desliza y resbala con suma facilidad, como ya apuntó el homérico poeta porteño.
Nacerán la temerosa Pris y el lúcido Roy Batty, replicantes.
Llegan a un mítico L.A. que, sin
embargo, parece más una de esas ciudades nuestras gobernadas por los
Socio-Podemitas. Llenas de bicicletas, suciedad y propaganda. Llegan y nada ha
cambiado. Porque aquí nada cambia nunca.
Llega un momento en que ni siquiera la podredumbre avanza, lo piensa Roy
Batty, y parece que estuviese pensando en Andalucía.
Nada ha cambiado ni para ellos –más humanos que los humanos, según el
lema de la Tyrell Corporation- ni para nosotros. Nada. Ni para ellos, creados
para ser esclavos y vivir con miedo, ni para nosotros. Pobres diablos que
vivimos una versión de la vida –no una vida- diseñada y escrita por otros. Que
somos sólo modelos creados en serie, moldeados y, tal vez algunos afortunados,
pulidos. Que, como a ellos, nos han implantado la ilusión de que somos dueños y
señores de una existencia real. Que nos han implantado en los genes la
resignación y la esperanza. Única forma
de aceptar algo que ningún organismo vivo, después de vivir y evolucionar miles
de años, podría conciliar consigo mismo. Única forma de soportar que la
vida que nos toca representar es tan sólo una sombra irreal, una historia contada por un necio, llena de
ruido y furia, como dijo Shakespeare por boca del ambicioso, oblicuo y
agudo Macbeth. Única forma de aceptar la maldición –registrada en los más
antiguos mitos- que pesa sobre la especie: hacer el mal. ¿Para qué sirve todo
esto, se pregunta Rick, el blade runner, el asesino de androides? ¿Por qué debo
hacer esto? Y la respuesta es esa: a
dondequiera que vayas te obligarán a hacer el mal. Esa es la condición básica
de la vida... Y la paradoja de que a veces resulta mejor hacer algo malo
que bueno.
Retornan y nada ha cambiado; y
comprueban que nada mejor ha hecho el hombre que pueda justificar su redención.
Regresan y sólo encuentran un mundo materialista. No existe la compasión: “…sólo tenemos la palabra…sólo su palabra de
que sienten compasión. Nada hay que pueda ser conmovido en su interior”.
Sin embargo, nos dan una lección. Hacen honor al lema de sus creadores: “Más
humanos que los humanos” y se rebelan porque aman la libertad más que nosotros.
A pesar de saber que no hay salvación posible.
¿Sueñan los androides?, se
preguntaba Rick. Era evidente; si no, no arriesgarían su corta existencia por
vivir una vida mejor, sin servidumbre.
Eso es lo que nos falta –no
resignación y esperanza-, rebelión y deseo de ser libres. Sueños. Nos faltan
sueños.
Max Estrella, cesante de
hombre libre
Enero, 2016