NO ES MEDIANOCHE QUIEN QUIERE


No se alarme el lector, no he perdido la razón ni se trata de ningún error, sino de un verso de un poeta francés surrealista: René Char. N´est pas minuit qui veut, que da título a la novela de Lobo Antunes Nao è meia-noite quem quer. Después de cinco años de su publicación en Portugal, Random House la edita -¡¡¡por fin!!!- en España. Eso da idea, por cierto, de lo que aquí se edita y lee, en este país –y, especialmente, en esta ciudad, capital de Andalucía- de literatura de grandes almacenes, listas de best seller y ridículas ferias del libro. En fin, no es mi intención hablar de eso, ese es otro tema.
Lo que pretendo, además de compartir el inmenso placer que me ha proporcionado su lectura, es reivindicar a un genio. Lobo Antunes es un escritor sin igual, en el estricto sentido de la expresión. No hay otro como él y, si hubiese justicia, debería ser Nobel de Literatura. Su prosa laberíntica y coral tiene una inmensa fuerza poética y es, aun en lo truculento, de extraordinaria belleza. António Lobo es un cirujano de las profundidades del alma humana; más que cirujano, un forense de la oscura condición humana. Disecciona, pesa, mide, analiza y nos muestra crudamente las vísceras: esto somos, de esta materia estamos hechos.

No es medianoche quien quiere se mantiene en la línea de sus precedentes novelas. Lobo Antunes en estado puro y de gracia. Es, pues, un relato desgarrador. Polifónico, sinuoso, sobrecogedor y de una exquisita belleza poética, abundante de ironía y de humor, pese a lo trágico. Lobo Antunes nos pone un espejo delante y nos muestra la dolorosa inconsistencia de los afectos. Los ahogados que emergen, desengañados, de las profundidades. La conciencia penetrante e implacable que regurgita el horror que la memoria quiso olvidar. António remueve el limo existencial, agita las profundidades del alma y nos hace ver que somos, sobre todo, oscuridad, aguas turbulentas: turbias y agitadas. Gracias António.
                                                                                                                                                                            Agosto, 2017.

RATAS OKUPAS EN TORRETRIANA


Torretriana, comienza la jornada. El funcionario llega a la barrera de control, baja la ventanilla del coche y extiende el brazo fuera para acercar la tarjeta magnética al dispositivo de apertura de la valla. Súbitamente una rata salta a su muñeca y recorre incontinenti su desnudo brazo hasta el hombro, como un calambre, más rápida que el relámpago. Salen los vigilantes de la garita, ya alertados por precedentes tentativas -mas no suficientemente dispuestos, por lo que se ve-, en vano empeño de impedir la ocupación ya consumada del vehículo funcionarial. No es ficción. No invento nada, es la versión de la víctima.
Veo el suceso como alegoría de lo que estamos padeciendo.
En este país resulta rentable delinquir. La ocupación (la RAE pronto admitirá okupación, como ha admitido ya okupa. ¡Si Borges levantara la cabeza…! ¡Qué pena!) de viviendas se está convirtiendo en un serio problema. No debe olvidarse que el núcleo fundacional del Estado moderno reside en la protección de vida y hacienda, a cambio de lo cual el individuo cede libertad y se somete a la autoridad pública. Es verdad que desde esa simple posición el Estado evolucionó a Estado prestacional y, posteriormente, al actual estado de bienestar, hoy puro embeleco. No nos engañemos, el ciudadano medio –el que sostiene con el sacrificio de sus impuestos esta inmensa y absurda bacanal que es hoy día la res pública- no sólo no recibe del Estado nada que antes no haya pagado, sino que cuando demanda algún servicio ha de pagarlo doblemente: sanidad, educación, residencias de tercera edad, infraestructuras como las autopistas, aeropuertos, etc., etc.
Por tanto, si el Estado no garantiza lo que constituye su fin primordial ¿para qué queremos políticos –que son legión, en el sentido evangélico del término- y jueces y policías y fiscales y alguaciles y su puñetera madre? ¿A qué sirve este carísimo, mastodóntico e ineficaz aparato, este monstruoso leviatán, sino a justificar de modo tautológico su propia existencia y el sustento de los servidores que no sirven sino a sí mismos? La ciudadanía comienza a estar ya hasta las narices de tanto latrocinio e ineficacia.
Por otra parte, la rata okupa me lleva también a otra alegoría. Escribí no hace mucho sobre este tipo de ratas (ratas eminentes), no piensen que estas deseen abandonar el barco susánido. No, al menos no tan pronto. Lo que sucede es que los recortes –que nunca han existido en Andaluzuela; pero que, como las meigas, haberlos haylos y no cesan- han dejado a muchas de estas eminentes ratas sin su coche oficial. Así las cosas, las más dispuestas se están procurando la forma de viajar como polizones a su confortable destino playero en los coches de los funcionarios arrodrigados, o sea, aquellos a los que la señora no les da carta de libertad para quedarse en Sevilla, cuasirodriguez.
En fin, lo que hay que ver por culpa de los recortes. ¡A lo que hemos llegado por culpa de Rajoy! ¡¡¡Porco governo!!!

Agosto, 2017

CUATRO CONVERSACIONES PARA UNA SONRISA


 1. Comencemos por la que sostienen los dos sicarios del gánster Marsellus Wallace –Vincent y Jules- en Pulp Fiction, yendo camino del “trabajo”:
- Jules: ¿Recuerdas a Antwan Rockamora? Medio negro, medio samoano, al que solían llaman Tony Rocky Horror.
 - Vincent: Sí, quizá. ¿Un tipo gordo?
- Jules: Yo no llegaría a llamar gordo a ese hermano. Tiene un problema de peso. ¿Qué le va a hacer ese moreno? Es un samoano.


2. Esta de la película de John Ford Pasión de los fuertes, que Sabina homenajeó o plagió, vaya usted a saber, –me refiero a la conversación- en su canción El café de Nicanor.
Hay una secuencia en la que el celebérrimo sheriff Wyatt Earp (Henry Fonda), acodado en la barra del bar habla con Mac, el barman (J. Farrell McDonald):
- Wyatt: “Mac, ¿nunca has estado enamorado?”
y éste, adusto, sin dejar de secar los vasos recién fregados, le responde:
- “No señor, he sido camarero toda mi vida.”





3. Esta, de la película de J.L. Saenz de Heredia A mí no me mire usted.
Anselmo, el desdichado maestro de escuela, habla con el alguacil del pueblo tratando de sonsacarle información sobre un forastero:

- El maestro: ¿Es arquitecto?
- El alguacil: No señor, de mi estatura.




4. Por último, esta, real como la vida misma, sucedida en la taberna de Pica Lagartos; estaban, como en tantas otras ocasiones, compartiendo botella y charla con Max, sus compadres de fatigas el empleado del fielato, el guindilla y el plumilla, éste lo contó.
- El del fielato: ¿Y sabéis que la lechuga es anafrodisiaca?
- El guindilla: ¿Anaqué?
- El del fielato: ¡¡A-NA-FRO-DI-SIA-CA!!
-El guindilla: Ahhhh, por el culo ¿no?
Agosto, 2017