Leo
en la tribuna libre del diario El Mundo un artículo (bajo el título “La
descalificación perpetua”) firmado por el fiscal superior de Andalucía, la
fiscal jefe de Sevilla y “otros fiscales” –que o son invención de los
anteriores o esconden cobardemente sus nombres-.
No
he podido sustraerme a la pluma. Discúlpeme el lector el apasionamiento (que
entorpece el escrutinio y nubla la razón), pero escribo desde la indignación y la
náusea; seguramente se me quedarán en el magín muchas cosas. Cualquiera que –
como yo- haya formulado denuncias ante los firmantes del artículo, tanto a la
fiscalía de Sevilla como a la muy prominente y excelentísima humanidad del
fiscal superior de Andalucía, sabrá de lo que hablo.
Sus
ilustrísimas señorías se quejan de la incomprensión social. No los entendemos,
¡pobrecitos! Y como, siendo tan torpes, no los entendemos, los descalificamos
gratuitamente. ¡A ellos! Que son modelo de sacrificio y buen hacer, entregados
a la comunidad por encima de personalismos. A quienes los criticamos nos acusan
de vanidosos, ansiosos de protagonismo, faltos de objetividad e ignorantes. Y
nuestras críticas merecen para sus ilustrísimas señorías los calificativos de
interesadas, atrabiliarias, mendaces, ridículas, pueriles y sectarias.
No
hace falta ser Freud para percibir que la cartita rebosa soberbia, altanería,
arrogancia, fatuidad y desprecio a los pobre mortales no-fiscales. Apesta.
Hiede. Provoca náuseas.
Y,
además, retan a los críticos a “cumplir
con su deber y denunciar los hechos, concretar sus temores y referirse, con
nombre y apellidos, a los autores de tamaño despropósito institucional”. Y
es que, ¿acaso no lo hacemos? ¿A quién hay que denunciar? ¿Acaso no es la
Fiscalía la que debe velar por la legalidad y promover la acción de la
justicia? ¿A qué esperan, pues?
A
ver si de una vez por todas se enteran ustedes, ilustrísimas señorías, de esto:
los pocos ciudadanos que nos hemos atrevido en esta charca pútrida a denunciar ante
sus señorías la corrupción del régimen hemos encontrado en ustedes –y en su más
imaginativa, elaborada y retorcida inacción- un eficaz aliado de la corrupción.
Sirva de ejemplo –si las crónicas no mienten- lo que sucedió con los Ere. El
caso Mercasevilla fue denunciado ante la fiscalía y, de haber sido por ella,
jamás hubiese existido caso.
Y
así ha ocurrido con tantas otras denuncias, que si no han pasado de las mesas
de estos dos indignados fiscales es porque los ciudadanos normales –que un día cometimos
la ingenua torpeza de confiar en ellos- no tenemos ni los medios ni el tiempo
ni la salud suficiente para poner los casos en manos de los jueces. De los
escasos jueces como Alaya. Ojalá dispusiésemos de una tribuna como la que ellos
tienen para sus jeremiásticos lamentos, la ciudadanía se enteraría entonces de
qué es lo que hacen los fiscales en Andalucía.
¿En
qué país viven? ¿Son ustedes ciegos? ¿No leen los periódicos; o es que solo ven
Canal Sur? ¿No saben que lo que ha dicho Alaya –desde la A a la Z- es la
opinión del común de la gente pensante? ¡Fariseos! ¡Sepulcros blanqueados! Y
encima pretenden tomarnos por imbéciles. Y encima pretenden –junto con los
políticos- instruir las causas (¡Apaga y vámonos!).
Nada
nuevo digo, escrito está lo que pienso: a los fiscales –salvo honrosas
excepciones; cuyos nombres callo para no estigmatizarlos- les importa un pito
la Justicia. Lo mejor que podría suceder para la sociedad es que desaparecieran
del mapa. Total, para lo que sirven…
Febrero,
2017.