Tumba de los Franco en la Almudena |
Jamás
se me hubiese ocurrido conmemorar una efeméride como esta. Es más, ni siquiera
hubiese reparado en la fecha –como, en efecto, ha venido ocurriendo a lo largo
de mi vida- si no hubiese sido por el empeño de este gobierno de pitiminí –De Prada,
dixit- de reescribir la Historia a su gusto y acomodo, no con tinta sino con la
bilis negra que instila su odio y rencor. Este gobierno viene de nuevo –Zapatero
comenzó la obra- sembrando el odio entre españoles, alimentando la rabia, en un
País que no necesita ni siquiera un soplo para avivar la llama del cainismo,
que -según se desprende de nuestra triste historia- parece radicar en nuestros
genes. Pretenden el doctor Plagio y
doña Carmen Blahnik y su gobierno de millonarios
y defraudadores fiscales y mentirosos, con el apoyo de los golpistas catalanes
y los filoetarras vascos, hacer saltar por los aires el régimen nacido de la
Transición, uno de los pocos monumentos al perdón y la reconciliación de las dos
Españas, que los españoles –por nobleza, sentido común, concordia, o,
simplemente, por interesado cálculo- hemos sido capaces de crear, para
admiración, por cierto, de otros pueblos. Para ello, como buenos totalitarios
que son, simbolizar su proyecto es importante; y se han centrado en la imagen
de Franco y sus restos mortales. Y, como son tan imbéciles como malos, han
conseguido que las visitas al Valle de los Caídos y a la Cripta de la Almudena aumenten
de modo exponencial. Yo mismo –que he pasado decenas de veces por delante de la
Cripta y nunca se me había ocurrido entrar, pese a su enorme valor artístico-
lo hice el otro día para ver –antes de que Pedro y Pablo la cierren al público
o la vuelen- el lugar donde reposarán los restos del autócrata (por cierto, allí
yacen centenares de difuntos, siendo la tumba de los Franco de las más modestas
de toda la cripta. Lo cual me llevó a pensar hasta que extremos ridículos llega
el odio de estos gudaris de salón,
que pretenden negar al difunto el derecho al enterramiento que tendría cualquier
persona con posibles –cualquiera de ellos, Pedro, Pablo o doña Carmen, por
ejemplo-).
Me
asombra y maravilla contemplar ahora, en estos tiempos del siglo XXI, la legión
de antifranquistas retroactivos. Familias enteras en las que los abuelos
medraron con el franquismo, los padres callaron y se limitaron a beneficiarse y
cuyos hijos, que no
conocieron a Franco ni padecieron su régimen, son hoy sus furibundos
detractores.
Nunca
vi a todos éstos, cuando Franco vivía, rebelarse ni de pensamiento, palabra u
obra contra el régimen. Ni siquiera en sus casas hablaban mal de él. Nunca les
vi, cuando ser antifranquista era jugarse la carrera, el empleo, las
habichuelas, la libertad y, a veces, la vida. Calamidades que, a menudo,
alcanzaban también a la familia. Por desgracia, sé muy bien de qué hablo. De
modo que verlos y oírlos hoy resulta un espectáculo bochornoso y ridículo.
No
sé por qué, me acuerdo de ellos cada vez que paso por delante del plúteo donde
agrupo los libros de mi admirado Lobo Antúnes y leo lo que alguien, hace 3000
años, escribió en una tablilla, que da título a uno de ellos: “Ayer no te vi en Babilonia”.
Noviembre,
2018.