Hace apenas unos meses se
publicaba el libro “Funcionarios unidos contra el enchufismo. Libro blanco de
la rebelión cívica”, de Nicolás Salas. Comienza el libro con una cita de George
Orwell, extraída del prólogo de la edición de 1945 de Rebelión en la Granja:
“Si la Libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no
quieren oír.”
Tomo el testigo; lo que he de
decir, es probable que no sea del agrado de algunos, precisamente amigos. Asumo
las consecuencias, y declaro que vengo avisado, tal vez por el mejor consejero,
don Francisco, el cojo:
Raer tiernas orejas con verdades
mordaces, ¡oh Licino!, no es
seguro;
…
El que, piadoso, desengaña amigos
tiene mayor peligro en su consejo
que en su venganza el que agravió
enemigos.
Comienzo por contradecir al
autor. ¡Qué desafortunada cita eligió usted para cimentar su hipótesis! Porque
esa, la que desarrolla en su libro no sólo no era molesta a la audiencia, sino
que, justamente, era la que deseábamos oír: la hipótesis de una rebelión cívica
en Andalucía, alentada por el funcionariado (uso el término en sentido amplio),
situado a la vanguardia, y a la que se habían sumado otros sectores de la
sociedad para decir ¡basta ya!, entre ellos, la prensa crítica (“ABC pone
contra las cuerdas al gobierno socialista después de 30 años en el poder”, inicio
del sexto capítulo, o andanada como prefiere llamarlos el autor).
¿A quién no le resultaba
sumamente grato participar en la histórica demolición del régimen andaluz; no
ya como espectador privilegiado, ni siquiera como figurante, ni aun como actor
secundario, sino en el papel protagonista? Alguna prensa fantaseaba sus
titulares: ¡El funcionariado despierta de su sueño a la narcotizada sociedad
andaluza y encabeza una rebelión que acaba con 30 años de régimen!
Como cuervos ingenuos (no de la
canción de Krahe, sino de la fábula de Esopo) y fatuos, no nos costó aceptar
con complacencia el discurso de la zorra (porque, además, no fue solo una);
está en nuestra naturaleza. La vanidad, no el barro, es nuestra materia. ¡Omnia
vanitas!, así queda dicho en uno de los libros más bellos del género sapiencial,
atribuido al sabio rey Salomón, aunque, al parecer, erróneamente: ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué
saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?...
Hemos vivido en el engaño, en el
autoengaño, y va siendo hora de liberarnos de esa mentira. Aquí no hubo ninguna
rebelión cívica. ¿Qué rebelión puede esperarse de una sociedad éticamente
amputada por el totalitarismo de un régimen? ¿Qué rebelión de una sociedad
entregada con agrado al “panem et circenses”? ¿Y qué liderazgo, de una casta
acomodaticia y sumisa, que no se rebelaría ni aunque viera que la conducen al
matadero?
Porque justamente eso es lo que
viene ocurriendo. Lo dijimos desde el primer momento: el régimen necesita para
su subsistencia y progreso la liquidación del modelo constitucional de
administración pública, por la vía de hecho. Para la consecución de sus
objetivos, intoxica a la opinión pública -mansamente predispuesta al engaño-
con el mensaje demagógico de una reordenación del sector público cuyos
objetivos serían la mejora de la eficacia en la prestación de los servicios
públicos, pareja a la reducción de los costes. Cuando, a costa de lo uno y de
lo otro, lo que verdaderamente esconde su proyecto es imponer subrepticiamente el
modelo de administración que cuadra a su naturaleza despótica: esto es, una
administración al margen del derecho, sometida sólo a la voluntad política, y
una función pública clientelar y sectaria, sumisa a los deseos del poder
político.
Eso es lo que está en juego y no
ha cambiado. Nos llevan al matadero, y mansamente no nos rebelamos. Sólo se
alzan las voces de unos pocos, muchos pocos o pocos muchos, que ven lejos y con
claridad; y que, con valentía y nobleza han echado sobre sus espaldas la carga
de plantar cara al régimen desde sus entrañas. El sindicato andaluz de
funcionarios de la Junta de Andalucía (SAFJA) –con quien no tengo nada que ver
y al que no me une vínculo de clase alguna- entre ellos. Y, entre los
sindicatos, sólo él. Porque, hay que decirlo, la CSIF –que, a mi juicio, nunca
ha mostrado demasiada firmeza en esta lucha- ha terminado de telonero
ninguneado (se lo merecen) de los sindicatos del régimen, corresponsables de la
catastrófica situación económica que padecemos y, paradójicamente,
beneficiarios de la misma. Los vemos cogidos de la manita por la calle de
Alcalá, con los nardos apoyaos en la cadera. Y dice su presidente, un tal
Heredia, que están dispuestos a hablar de la reordenación, pero con la
condición de que no haya despidos. ¡Qué tiernos! ¿Es por eso que no apoyaron la
manifestación del 16 de junio contra la ley del enchufismo?
Que expliquen, pues, a los 5.000
interinos docentes, o los centenares de miles de opositores –a los que han
privado hasta de la esperanza- que no van a tener trabajo porque PSOE, IU,
CC.OO, y UGT, -las cuatro cabezas del régimen policéfalo, como la Hidra de
Lerna- han decidido blindar la llamada “administración paralela”, y a ellos les
parece bien.
Ya lo dice un antiguo proverbio
latino, del que Cicerón se hizo eco en su ensayo “Sobre la vejez”, pero que
hubiese encajado mejor en “Sobre la amistad”, pues es una bonita definición de
ésta, que, además, responde perfectamente a su idea de que la fuente de la
amistad es la semejanza: “Pares cum paribus facillime congregantur”, que es
como decir, en román paladino, “Dios los cría y ellos se juntan”.
Desengañémonos, pues, la mayoría
está al otro lado de la trinchera. Aquí no hubo revolución, ni siquiera
fracasada. Lo que hubo es lo que sigue habiendo: una minoría, lo mejor de la
sociedad andaluza, que continúa infatigable en el empeño de legar a sus hijos
una Andalucía Libre. Gracias a todos y cada uno de ellos.
Max Estrella, cesante de
hombre libre
Septiembre, 2012