El
lunes a las puertas del Palacio de Congresos, donde el Sr. Griñán, líder
carismático de este régimen triunfalista, inauguraba el “II Congreso sobre el
hésito educatibo” nos apiñamos unos cuantos centenares de personas para hacer
patente nuestra protesta.
Profesores
y empleados públicos de la Junta de Andalucía. Unos, para que entre los cantos
de sirena del régimen se oyera, aunque fuese testimonialmente, la verdad sobre
el rendimiento escolar en Andalucía. Los otros, para –lo que ya habrán ustedes
adivinado- pedir la derogación del infame decretazo del enchufismo, que
pretende la constitución de una Administración paralela sometida a los
comisarios políticos del partido, y la consolidación y legitimación de un
empleo nepótico y clientelar, cifrado en más de 35.000 personas.
De
pronto, entre el bullicio se abrió paso un señor modestamente vestido, a simple
vista se apreciaba que no era uno de los exitosos congresistas, trajeados de
armani, que acudían al evento. Tomó el micrófono y dijo: “Yo he conocido dos
dictaduras. La de Franco, que duró cuarenta años; y ésta que ya dura 30. De
ésta tenemos la culpa nosotros. Buenas tardes”. Y siguió su camino.
Las dos cosas, escalofriantes y ciertas. Lo
dijo el amigo más querido de Miguel de Montaigne, la servidumbre es voluntaria.
Parece, en bellas y duras palabras de Miguel Hernández, que estamos hechos para
el yugo. Algunos, para el yugo…y las flechas. Porque del mismo modo que, al
parecer, los humanos no podemos sustraernos a esa pulsión servil, el partido
del Sr. Griñán no puede sustraerse al ejercicio despótico (y nepótico) del
poder.
El
Sr. Griñán, José Antonio, en una declaración magistral de soberbia (lo advirtió
Javier Arenas: Griñán es Chaves con más soberbia) y prepotencia, ha insultado a
todos los ciudadanos que hemos pedido la derogación del decretazo. Ha dicho que
los disconformes con el decreto lo están por razones ajenas al mismo. Nos acusa
de ser títeres manejados por el Partido Popular. ¡Cómo no! Así son los tiranuelos.
Peores los de esta especie que practican la satrapía con displicencia. Son comprensivos,
diría que hasta compasivos. Nos dicen: “pobrecitos, no os dais cuenta que estáis
equivocados; que es por vuestro bien lo que hacemos; que nos duele que os estén
utilizando…”
Esta
partitura (por usar sus propias metáforas) no la ha escrito él solo, porque
enseguida ha sido interpretada por un coro de grillos que, ¡oh, casualidad!,
han repetido lo mismo. Verdad, D. Luis Pizarro, Dª Mar Moreno? Y ladrada por
los perros de su jauría (y que me perdonen los perros por la comparación),
verdad D. Dionisio Valverde, caporal sindical del sindicato del Psoe; verdad D.
Mario Jiménez, altavoz del Psoe?
Y
es que el totalitarismo no tolera la disidencia. Sólo admiten dos posiciones
frente a sus actos: asentir o callar, y esta última, sólo a veces; ya se sabe,
el que no esté conmigo está contra mí.
Todos
estamos equivocados si no decimos amén. Todos somos unos fachas si, yendo más
lejos, nos atrevemos a decirles: ¡no!
Y
es que, además, el totalitarismo tiene un conflicto serio y profundo con la
verdad. Son intrínsecamente incompatibles. Por eso la propaganda es instrumento
esencial de su acción política. Porque “sus verdades”, su realidad, son
mentiras repetidas mil veces. Hasta que son subliminalmente asumidas (con la
tercera modernización, puede ser que nos implanten un microchip en la oreja,
con el programa; más barato, más moderno, más propio del
ecototalitarismosostenibleeternamente).
Tal
vez por esa razón, ya no nos resulte chocante que en la región con mayor
fracaso escolar del mundo desarrollado celebremos un congreso sobre el éxito
educativo. O que, en el propio decreto que consagra la privatización de
servicios y empleo público, se atrevan a decir que defienden lo público y el
empleo público (por cierto, la única verdad que he leído al respecto, sin duda
fruto de una traición del subconsciente, ha sido el reconocimiento por parte de
Griñán de que este decreto “aportará un mayor número de efectivos para realizar
las funciones públicas”, El Mundo, 14 de noviembre; obviamente, se refiere a
los 35.000 que han dispuesto meter y que, según él van a realizar las funciones
que, por imperativo legal, corresponden desempeñar a los funcionarios).
No
dejo de pensar en lo que dijo nuestro incógnito y breve y digno arengador.
Definió la esencia de este régimen. Sumisión y tiempo. Tiempo y sumisión. Y
silencio, también. Por eso me pareció tan digna su actitud. Y, por eso tan
acertada y admirable.
Yo,
que practico el pesimismo racionalista, pienso que esta guerra está perdida,
porque, como dijo De La Boetie –hace ya cinco siglos-, el hombre no ama la
libertad, porque si la amara sería libre. No obstante, del mismo modo pienso
que, aunque sea una causa perdida, hay que dar la batalla. Por dignidad.
No
olvidemos que esta causa es también una lucha en defensa de la dignidad.
Personal y colectiva.
El
“paisa”, personaje erudito y retórico de “La estrategia del caracol”, al ser
preguntado: ¿Y que han sacado vds. Con todo este lío; con este follón? Por
qué?, respondió: ¿Cómo que porqué; cómo que porqué?, por dignidad.
Con
más bellas palabras, un eximio poeta, también funcionario, de Obras Públicas,
apeló a la dignidad: “…supervivientes todos de inclinada postura, sería
preferible fallecer intentando enderezar los huesos…”
Intentémoslo,
al menos.
Max Estrella, cesante de hombre libre.
Noviembre de 2010.