QUE NADA CAMBIE, ¿PARA QUÉ?

Después de 10 días intentando en vano obtener cita para el médico de cabecera a través de la app de la Junta Salud Responde, decido acudir al centro de salud personalmente en persona, como dice el entrañable personaje creado por Andrea Camilleri. Expongo, indignado, los hechos a la funcionaria que me atiende: Mire usted, le digo, pese a que tienen ustedes el vestíbulo lleno de carteles recomendando a los usuarios descargarse la nueva y magnífica aplicación juntera, la app no funciona, se desentiende y te recomienda que intentes obtener la cita por otros procedimientos. O sea, la app esa –como casi todas las cosas de la Junta- no es más que propaganda; propaganda y engañabobos, ni más ni menos que las proclamas de los marcianos de Mars attacks: no huyáis, venimos en son de paz. Del mismo modo, la Junta nos dice: La Junta cuida primorosamente a sus enfermos y mima a sus ancianos. Y no te digo ya de sus ancianos enfermos.
Me escucha flemática e impasible, yo diría que estoica, cercana a la ataraxia. No puede coger cita porque no está la agenda abierta, me dice, y se apresura a prevenirme: yo no soy la que pone la agenda. Consigo conmoverla y, perdonándome la impertinencia, me da cita para dentro de… ¡¡18 días!!
No me acordé en ese momento de Ródope de Triana, sino de su señora madre. De la madre que parió a Ródope y de los parménidos Juan Marín, Albert Rivera y José Manuel Villegas; a los que los andaluces seguiremos debiendo que todo siga igual. Este es el paraíso, me dije, que estos próceres quieren preservar a toda costa. Para qué cambiar, si a ellos les va divinamente y, como el doctor Pangloss, viven en el mejor de los mundos posibles. Y, cada vez más cabreado, pensé que todo este estado de cosas cambiaría el día que a éstos de la casta les tocara sufrir en primera persona la okupación de su casa, esperar 15 días para que los viese el médico o cualquier otra tribulación peor, que ni siquiera me atrevo a mentar. Es decir, soportar lo que padecemos quienes pagamos sus sustanciosos sueldos y costeamos sus numerosos privilegios.
Fotograma de La vida de Brian. Fuente Google.
Luego, pasado el enfado, me sumí en la melancolía, que no tardé en convertir de nuevo en una mezcla de rabia y desaliento cuando me acordé que yo (pobre imbécil) los había votado en 2015. No había votado en 20 años y voté a estos creyendo que eran honrados. Qué idiota. De modo que me sentí como el eremita de La vida de Brian, al que Brian hizo quejarse después de pisarlo: “¡Mierda, mierda, doble mierda! No he hablado en 18 años, ni un sonido articulado ha salido de mi boca hasta que llegó él y me pisó un pie”, se lamentaba el pobre ermitaño. Y los cínicos decían: ¡Milagro, milagro! ¡¡¡Písanos!!!
Pues eso, algo así. ¡Porca miseria!