LOS GATOS FORRADOS

Yo no voy a decir que la justicia (intencionadamente con minúscula) de este país de todos los demonios sea un cachondeo. Ya lo dijo Pacheco y está en la cárcel por eso o, mejor dicho, porque sus palabras tuvieron eco –y aplauso- en toda España y parte del extranjero; o es que vamos a ser tan ingenuos de creernos el cuento de que lleva cuatro años en la cárcel por haber enchufado a dos correligionarios en una empresa pública de Jerez. ¡Venga ya! Ni que fuésemos tontos y ciegos.
De modo que no lo diré, no me atrevo. No porque no lo piense –que lo pienso- sino porque temo a los oblicuos y rencorosos jueces.
He escrito en numerosas ocasiones en diversos medios, además de en este blog, sobre la justicia que nos ha tocado sufrir y padecer; y más veces aún me he mordido la lengua por no parecer obsesivo. Creo que he expresado ya todo lo que puedo manifestar sobre el tema, pero hay ocasiones en que la indignación es tal que la pluma se va al papel y escribe sola. Pido, pues, disculpas al tolerante y desocupado lector por volver la burra al trigo, como sabiamente solía decir el pueblo llano.
En esta ocasión me exacerba la actuación de la justicia respecto al ex ministro Zaplana. Jueces y fiscales –dos caras de una misma moneda- están haciendo gala de una patente falta de equidad, una indisimulada hipocresía, un soberbio cinismo y, sobre todo, de una deliberada crueldad y ausencia de compasión.
Zaplana está gravemente enfermo de cáncer. Sus expectativas vitales son más bien oscuras. Los jueces y fiscales se niegan a ponerlo en libertad. Se encuentra en prisión preventiva acusado de diversos delitos de corrupción; más o menos los mismos por los que están acusados –y en libertad- los patriarcas Pujol, Griñán, Chaves, el presidente socialista de la FAFFE, que gastaba los fondos destinados a la formación de los parados en putas, el director general de empleo de la Junta, que los gastaba en cocaína y cubatas, el que asaba vacas con billetes e tutti quanti. Los jueces, cuando conviene a sus jefes de partido, declaran pomposamente que la privación de libertad ha de ser una medida excepcional. Lo cual se traduce en la práctica en que sólo pisan la cárcel los desgraciados que no pertenezcan a la secta progre y los corruptos –presuntos o acreditados- siempre que sean del PP. Lo cual también demuestra que eso sucede porque los llamados jueces progresistas practican el derecho penal de autor, que forma parte del ideario progre. Esto es, según el delincuente, así la pena. Donde, como corolario, obtenemos que los corruptos del PP están en prisión no por sus presuntas corrupciones, sino por ser del PP, es decir, por pensar heréticamente, contra el dogma sagrado del progresismo.
Probablemente, choca el razonamiento, teniendo en cuenta que la Constitución proclama la igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley. Pero ya vemos que los hechos muestran una realidad diferente. O dicho de otra manera, esa proclamación constitucional no deja de ser una entelequia, una fantasía que no se ajusta a la realidad. Ahí queda para los ilusos. Ya lo decía C. Dickens: “Hay amenas fantasías de la justicia en constante desarrollo, pero ninguna tan amena ni humorística como la que supone que cada hombre es igual a sus ojos imparciales y que los beneficios de la ley son igualmente alcanzables por todos…”
Pero más que la evidente desigualdad de trato y la hipocresía con que se perpetra, lo que indigna sobremanera es la crueldad, el ensañamiento y la falta de compasión con que se pretende hacer ver que se imparte justicia ciegamente. Puro cinismo, a mis ojos. ¿Qué necesidad hay de mantener en prisión sin haber sido juzgado y condenado a un hombre que tiene los días contados? Un hombre que no ha mandado secuestrar ni torturar ni matar a nadie. Sólo encuentro explicación en lo ya expuesto: es del PP.
Estos magistrados, en lugar de hacer tantos cursos en los puticlubs de Sudamérica, deberían leer más a Cervantes. En el Quijote, entre los consejos que dio don Quijote a Sancho cuando fue a gobernar la ínsula de Barataria, tienen dónde aprender: “Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia (…) Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción, considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver, el de la misericordia que el de la justicia.”
Aprendan, pues.
Por cierto, da título a esta pieza una expresión tomada de François Rabelais; que así llamaba a los magistrados en su Gargantúa y Pantagruel, debido a que con piel de gato iban forrados los birretes y adornadas las togas. Tal vez, en otra ocasión menos dramática, volvamos a él y nos reiremos con la más desvergonzada y despiadada sátira que jamás se haya escrito sobre la justicia.
Diciembre, 2018