Tal
vez convenga recordar ahora lo que sucedió hace ocho años, cuando los funcionarios
andaluces, hastiados de los abusos del régimen socialista, consiguieron ponerlo
contra las cuerdas, hasta el punto de hacer creer a casi todo el mundo que su
caída era inminente. Quizás convenga recordar ahora aquellas multitudinarias manifestaciones
y la respuesta que ese estado de opinión y ese anhelo de libertad mereció por
parte de los dirigentes del Psoe. Habló el sanedrín del régimen por boca de su portacoz, entonces Mario Jiménez -Marito,
el niño de Cafrune Griñán-, y esto
fue lo que dijo: “Son fascistas
enmascarados”.
Ahora,
igual que entonces, el régimen contra las cuerdas. Ahora, igual que entonces,
el mismo discurso; porque sabido es que los totalitarismos no ofrecen razones
sino propaganda, mantras. Mentiras repetidas hasta la saciedad con la
pretensión de hacerlas creer verdades. Ahora los señalados no son los
funcionarios, sino Vox. Actor clave en el proceso, sin el cual el cambio político
–la liquidación del régimen- no es posible. El régimen no se molesta en
ocultarlo: si no se cuentan los votos de
Vox, la izquierda ha ganado, dicen. Y ahora, como entonces, el mismo
mantra: “son fascistas”. Porque, ya
se sabe, aquí –donde siempre han calado los mantras de la izquierda- para
descalificar radicalmente a alguien no hay nada como llamarle fascista; no se requieren
ya más argumentos. Sus voceros, los voceros del régimen: tertulianos y arti-culistas repartidos por todos los
medios de comunicación regionales y nacionales, lo repiten como loros:
fascistas. Así pues, fascistas.
Pero
lo malo no es que lo digan éstos, lo malo es que los que no son ellos se lo
crean y lo asuman. Y peor aún es que lo crean aquellos sin cuyo concurso y
entendimiento ningún cambio será posible: el partido Ciudadanos.
Ciudadanos
ha dado motivos más que sobrados para desconfiar de sus intenciones. Después de
haber sido cabestrillo del régimen en esta legislatura, sobran los comentarios.
Ahora, incluso puede haber otros motivos para que no deseen acabar con el
régimen: lo necesitan. Necesitan al Psoe para satisfacer la ambición de Juan
Marín, el infame: ser califa en lugar del
califa. No liquidar el régimen sino heredarlo; es más, ni siquiera
heredarlo, sino gestionarlo. La gestión del régimen, mediante subcontrata. Muy
a la moda de los tiempos. Y, aún peor si cabe, otra razón de partido: lo que yo
denomino ‘operación Barcelona’; esto es, cambiar Andalucía por la alcaldía de Barcelona.
Dejar la Junta en manos del Psoe a cambio de hacer alcalde de Barcelona al
candidato de Ciudadanos: el socialista francés Manuel Valls.
De
ahí todos los remilgos que manifiesta Ciudadanos respecto a Vox. Porque, no nos
engañemos, Vox no es ni de lejos un partido fascista, tampoco totalitario,
quien sostenga eso a la luz de su programa político (ya que no acreditan
experiencia de gobierno) es un ignorante que no tiene ni idea de teoría
política ni qué son los fascismos. Es tan evidente que no merece la pena
insistir en ello, si alguno lo desea que consulte, por ejemplo, la Historia de
la Teoría Política, volumen 5, obra editada por el profesor Fernando Vallespín,
colaborador de El País y otros medios progresistas,
nada sospechoso, pues, de derechista.
Los
escrúpulos de Ciudadanos, por tanto, más se basan en estrategia partidista o en
infundadas elucubraciones que en la realidad de las cosas. La naturaleza
nacional-populista que Ciudadanos atribuye a Vox no deja de ser una mera
hipótesis no contrastada ni validada por los hechos. Por el contrario, el
régimen andaluz –al que Ciudadanos no ha tenido el menor reparo en apoyar esta
legislatura- sí es, por desgracia, una realidad contrastada. Un hecho cierto.
Un fenómeno político neototalitario. Así que dejémonos de excusas y embelecos.
Por el bien de la república, es necesario que los partidos de centro-derecha, que
han ganado las elecciones con sobrada mayoría absoluta, se entiendan. Por el
bien de la cosa pública, del interés general de los andaluces, es necesario, imprescindible
y obligado, que ese entendimiento se plasme en un gobierno que tenga como fin
primordial la liquidación de un régimen inicuo, corrupto, liberticida y
clientelar.
Lamentablemente,
el cambio deseado está en el aire. El interés partidista está poniendo en
riesgo la satisfacción del interés general. La situación recuerda la pieza de Bertolt
Brecht La casa en llamas (parábola de
Buda):
“No hace mucho vi una casa que ardía. Su
techo era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí que aún había gente en
su interior. Fui a la puerta y les grité que el techo estaba ardiendo,
incitándoles a que salieran rápidamente. Pero aquella gente no parecía tener
prisa. Uno me preguntó mientras el fuego le chamuscaba las cejas qué tiempo
hacía fuera, si llovía, sino hacía viento, si existía otra casa, y otras cosas por
el estilo. Sin responder volví a salir. Esta gente, pensé, tiene que arder
antes de acabar con sus preguntas. Verdaderamente, amigos, a quien el suelo no
le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente cambiarse de sitio,
nada tengo que decirle.”
Diciembre, 2018