PAISAJE DESPUÉS DE LA BATALLA

Ajeno, desde luego, a los refinamientos y sutilezas venecianas del “príncipe” maquiavélico, pero con la dureza y contumacia estaliniana del martillo pilón, el régimen que devasta esta querida tierra nuestra ha dictaminado el ocaso del modelo constitucional de Administración; dicho sea de paso, de salud precaria desde su mismo nacimiento.
De modo semejante al de aquella mano tenebrosa, que en un banquete real –según cuentan los libros proféticos- escribió la misteriosa frase que vaticinaba la ruina del imperio persa, la mano macabra de Griñán, el Soberbio, ha firmado, no ya en los muros palaciegos sino en el BOJA, el certificado de defunción de la Administración Pública nacida de la Constitución Española de 1978 (vivió, pues, como Cristo, 33 años). RIP. Ahora todo está consumado. Pero a diferencia del relato bíblico, no precisamos de las artes adivinatorias del arúspice para saberlo; sólo falta esperar que vengan los liquidadores –no es retórica, así está escrito- y hagan su trabajo.
Compruébese que desde el primer día dijimos que esto no era sólo un conflicto laboral. Éste –el laboral- no es sino un conflicto de orden secundario, efecto colateral o consecuencia de otro más importante, nuclear, y de naturaleza política. Hay que decirlo bien claro y abrir los ojos de los que no quieren verlo: Estamos ante un conflicto político, que, como tal, concierne a toda la ciudadanía y que debe resolver ésta en su conjunto, y no sólo la pequeña parte que constituyen los empleados públicos. Un conflicto político en el que de un lado está el régimen socialista (apoyado por dos sindicatos que no representan a nadie, y que deben seguir su misma suerte), ¿quiénes, del otro?
Porque esta mal llamada “reordenación del sector público andaluz”, presentada bajo el cuño de la austeridad, la eficiencia y la mejora de los servicios públicos, no entraña ninguna reorganización administrativa auspiciadora de tales fines. Esta mal llamada reordenación no es sino un disfraz que enmascara la verdadera naturaleza de esta monstruosa operación: un paso más, una nueva fase, en la construcción del modelo político neototalitario que pretende imponer el partido socialista, para perpetuarse en el poder. Fiel, cómo no, a la única religión que profesan todos los déspotas del mundo: el monoteísmo del poder.
Esta fase tiene como objetivo la liquidación del modelo de Administración consagrado en la Constitución y su sustitución por una “Administración de Partido”, por una burocracia de partido, al estilo estalinista. Obviamente, este ataque a la Constitución no puede perpetrarse abiertamente, de ahí la necesidad de maquillarlo bajo la apariencia de algo benéfico y legítimo.
Ya dijimos en anteriores ocasiones que esta operación es inconstitucional y antidemocrática. Aquí lo que está puesto en cuestión por el régimen socialista es el Estado de Derecho y los principios inspiradores de una sociedad democrática, como son la Libertad, la Justicia y la Igualdad de los ciudadanos ante la Ley.
Porque acaso no es un ataque a la libertad de los individuos la constitución de una Administración paralela, huida del Derecho administrativo –que impone a la Administración una actuación conforme al principio de legalidad, no sólo en el sentido de venir obligada a respetar las leyes, sino de tener a la Ley como límite o frontera de sus actos frente a la libertad de los ciudadanos?
Y es que acaso no es un ataque a la libertad individual que las potestades administrativas –esos poderes exorbitantes con que la Constitución y las leyes han dotado a la Administración para la procura  y satisfacción de los intereses de todos los ciudadanos; y en cuya virtud la sitúan en una posición de supremacía frente a éstos- sean usurpadas a los órganos legítimos y otorgadas a unos entes –las agencias- en cuyo estatuto fundacional ya se declara que no tienen porqué someterse necesariamente al derecho administrativo, es decir, al imperio de la Ley, pero a las que se les reconoce, sin embargo, la potestad de actuar frente al ciudadano -como si fuesen una Administración Pública- con poderes exorbitantes, hasta el punto de poder intervenir en la vida y actividad de los mismos, regulando el ejercicio de sus derechos y libertades mediante, por ejemplo, su sometimiento a licencias o autorizaciones; o mediante el establecimiento de condiciones, límites o prohibiciones; u otorgándose a sí mismas -las agencias- el privilegio de inspeccionar la actividad de los ciudadanos, o imponerles sanciones o multas; y así tantas y tantas más intromisiones ilegítimas. Y todo ello, de espaldas a los derechos y garantías que el procedimiento administrativo reconoce a los ciudadanos, y bajo la dirección de los nuevos comisarios políticos, directivos de las agencias, nombrados por el régimen y que ni siquiera tendrán ya porqué ser funcionarios?
Y es que acaso no constituye una injusticia, y un ataque al derecho de los ciudadanos de poder acceder al ejercicio de las funciones públicas en condiciones de igualdad, el hecho de que mediante esta infame operación el régimen socialista haya convertido arbitrariamente en empleados públicos a más de 20.000 correligionarios, parientes, amigos y paniaguados, que fueron metidos en las agencias, empresas y fundaciones públicas por esos y no por otros “méritos” que esos?
No es acaso eso un ataque frontal y directo a los derechos constitucionales de los miles de opositores y de sus familias? No es acaso un ataque contra los derechos de miles de personas, que en sus proyectos vitales hubiesen considerado la posibilidad de trabajar en un futuro inmediato en la Administración Pública de su Comunidad Autónoma, y que ahora ven cegadas o, en todo caso, cercenadas, sus legítimas expectativas y frustrada su esperanza de hacerlo realidad? (Pues, no nos engañemos, tras la intrusión de estos casi 30.000 usurpadores, las ofertas de empleo público, si las hubiere, serán puramente testimoniales en los próximos años)
Y, para mayor desvergüenza, todo ello se perpetra –como suelen hacer los regímenes despóticos- cubriendo la deyección con el manto de la virtud. Y, también, como suelen hacer los regímenes despóticos, apartados de la luz, entre tinieblas. Aquí, a ese manto le han llamado “protocolos de integración”; y viendo la deposición resultante, consideramos que se excedieron en todas y cada una de las letras de tan pomposa y solemne denominación (ya hablaremos de ellos en otra ocasión, y de su radical nulidad jurídica). Dice nuestro refranero: “dime de qué presumes, y te diré de qué careces”, y este régimen no cesa de presumir de transparencia. Llena el ordenamiento jurídico –empezando por el Estatuto de Autonomía- de leyes predicando transparencia, y, sin embargo, a la hora de actuar, lo mismo que oculta documentos comprometedores a los jueces, convierte en empleados públicos a unas decenas de miles de sujetos, cuyo número exacto desconocemos, cuyos nombres no han sido publicados (como exige la ley, respecto de todo aquél a quien la ciudadanía pagará un sueldo) y cuya posición en la estructura administrativa es también un misterio. Con lo cual nos tememos que contraviniendo el principio de que siempre se pierde algo de lo esencial cuando se pasa de un sistema a otro (“Lost in traslation”, que dirían los filólogos ingleses –o anglicanos, según una ministra zapateril. Y esto me hace recordar esa película de Sofía Coppola rodada en la suite del hotel más exquisito de Tokio, que posteriormente ocupó el hermano de Chaves, que se comió –Chaves, no Sofía- un filete de buey alimentado con cerveza –el buey- y sometido a masajes primorosos y delicados –el buey; y quiero pensar que sólo el buey-; y que todo ello costó –a nosotros, y sólo a nosotros- un ojo de la cara), pues bien, disculpen la divagación, decía que nos tememos que en la homologación de un sistema a otro algunos –tal vez la mayoría- resulten agraciados con un pelotazo adicional, marca de la casa socialista; esto es, revestido de legitimidad, aun siendo estafa.
Recuerdo, y traigo a colación, el sabio consejo que don Quijote dio a Sancho, cuando éste andaba presto a tomar posesión del gobierno de la ínsula Barataria: “No hagas muchas pragmáticas; y si las hicieres, procura…que se cumplan…que las leyes que atemorizan y no se ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas: que al principio las espantó, y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella.” Y para eso, digo yo, sirve tanta transparencia proclamada en las leyes andaluzas, empezando por la primera y principal, que es el Estatuto de Autonomía, para que las ranas se cisquen sobre ella. Cosa lógica, por otra parte, pues, si bien se piensa, ¿cuándo necesitaron leyes los tiranos para hacer su voluntad? Y sospecho que Griñán y los suyos están más cerca de Tarquino que de Solón.
Ante esta situación, ¿qué podemos hacer?
Existen, a mi juicio tres vías de acción:
La vía jurídica. En la que está centrada prioritaria y casi exclusivamente toda la lucha contra la actuación del régimen. Y no digo que no sea necesario presentar batalla en este frente; sólo digo que yo, personalmente, nada espero de la Justicia en este país, que, como ha demostrado en un sinnúmero de ocasiones, es compasiva con los cuervos, pero humilla a las palomas, en palabras de Juvenal. De modo que me avengo, para mi satisfacción y tranquilidad de espíritu, a las palabras de un entrañable personaje de una película de Hitchcock: “Bienaventurados aquellos que nada esperan, porque no quedarán decepcionados”.
Otra vía sería la de la movilización cívica. Pero, ¿dónde está la ciudadanía rebelde? Parece que nada le indigna: ni cinco millones de desempleados; ni los trapicheos del gobierno con una banda terrorista; ni el saqueo de los fondos destinados a paliar el drama del desempleo. Más parece que sólo le interese el fútbol (casi 20 millones de espectadores tuvo un partido hace unos días), los romances –particularmente, los principescos- y la basura rosa; y aquí, también, los toros. Panem et circenses de nuestros días. Cómo he de esperar nada de esta ciudadanía adormecida, si ni siquiera en ninguna de nuestras 10 Universidades –gente instruida y sensibilizada- se ha alzado una sola voz para denunciar que asuntos que les conciernen directamente –como son la gestión de la evaluación institucional y la personal del profesorado- van a quedar en manos de una agencia que se regirá, cuando le convenga e interese, según dice la norma, por criterios de gestión empresarial –coste/beneficio, oportunidad, rendimiento económico, etc.- y por métodos en todo caso ajenos a las garantías y derechos de que debe gozar el ciudadano en sus relaciones con la Administración. Parafraseando a don francisco de Quevedo, qué rebelión esperar de un pueblo que vende su libertad al precio de su interés; bien sometido, mas socorrido.
Y, a mi juicio, no queda otra vía que la electoral. Esto es, llegado el momento, acabar con el régimen en las urnas. Entiendo que no hay otra forma de solucionar el problema.
Aunque tenemos toda la razón de nuestra parte (repárese en que frente a los dictámenes de prestigiosos juristas de dentro y fuera de la Administración, de partidos políticos, de Instituciones Colegiales, etc., el régimen ha sido incapaz de poner encima de la mesa un documento fundado jurídicamente que avale su proyecto), hemos perdido la batalla. Porque, precisamente, está en la naturaleza de un régimen dictatorial la imposición, para lo cual disponen, además, de los instrumentos.
Hemos perdido la batalla, pero tenemos que seguir luchando para ganar la guerra. Es la única forma de victoria: acabar con el régimen.
Cuenta Cicerón que Catón el Viejo terminaba todos sus discursos, viniese o no a cuento, con la misma frase, que hacía alusión a lo que él consideraba el mayor peligro para la salud de la República. Nosotros, como Catón, sabemos cuál es la principal amenaza para nuestra “res pública”, para la Constitución, para la Libertad, para la Justicia. Si queremos salvarlas, no hay otra solución que reducir a polvo hasta el último ostugo de los oscuros cimientos de este régimen despótico y nefasto. Delenda est Cartago.
Max Estrella, cesante de hombre libre.

Mayo, 2011.