LA LEY DEL SILENCIO

Ante el portón del almacén se arremolinan los estibadores. Las caras trabajadas por el tiempo y la adversidad –ya lo dijo Lugones, el hombre, numeroso de penas y de días- acusan, sin embargo, la expresión de un sentimiento íntimo, profundo y nunca explicitado (son hombres duros): preocupación y resignación. El capataz arroja despectivamente al aire la moneda, cuyo poseedor tendrá derecho a un día de trabajo en los muelles; por concesión graciosa del amo.
Suena la sirena y entran los elegidos. Sólo. Queda fuera aquél a quien se niega la existencia. El discrepante. Ha osado enfrentarse al todopoderoso y corrupto sindicato, que controla vidas y hacienda. Ha quebrantado una de sus leyes constituyentes: la ley del silencio. Sumisión y silencio.
Es la película de Elia Kazan. Es New York, año 1954. Pero podría ser hoy. Aquí, en el cortijo andaluz. Ante la puerta del Palacio sevillano de congresos (el poder –aun socialista, sobre todo socialista- siempre vive su tiempo engastado en palacios). O ante las de cualquier otro palacio de la Junta de Andalucía, en la que el psoe se ha enquistado y a la que está parasitando, como el bicho de Alien.
El régimen no soporta más a los disidentes. No soporta, sobre todo, que su disconformidad se manifieste. En el fondo, no les importa la discrepancia, sino que ésta se exteriorice. Lo cual me recuerda el discurso del sátrapa populista –como este de aquí- en unos versos de Ángel González, : “… el deseo popular será cumplido, los disconformes que levanten el dedo. Inmóvil mayoría de cadáveres le dio el mando total del cementerio”. Eso quieren. Silencio y sumisión. Sumisión y silencio cementeriales.
Aquí, en este régimen, la libertad está periclitada. Y cada día que pasa, se aproxima más su defunción, y entierro. Como ocurrió con Montesquieu (lo hicieron los socialistas, y Guerra se jactó: “Montesquieu está muerto y enterrao”. Si no lo evitamos.
El régimen quiere silencio en “blanco y negro”, como en la película de Kazan. El régimen cromófobo. (Resulta curioso que todos estos déspotas populistas comparten cierta fobia cromática).
El káiser andaluz ha ordenado toque de silencio. Y esos gobernadores –degenerados, degenerados- se han apresurado a prohibir pitos y chirimías; a perseguir cualquier aliño indumentario, cuya tonalidad cromática se aparte del gris; y a expedir contra los discrepantes órdenes de alejamiento de las cloacas del poder –una nueva forma de ostracismo, espacialmente limitada, ostracismo bonsaico.
Porque aquí, en este régimen, la disidencia se paga. Sépase.
Se paga dentro y fuera de la Administración. Se paga con el ostracismo –con este de miniatura, y no por ello baladí, y con aquél otro que supone el descrédito, la relegación y la muerte profesional del que no se somete. Se paga con el acoso moral, la humillación, el desprecio y la postergación arbitraria. Que se ejecutan sañudamente y de modo implacable, mediante la desviación de poder. Es decir, dando a la actuación canallesca la apariencia formal de rectitud jurídica.
Y, por desgracia, nuestro Ordenamiento Jurídico ofrece con prodigalidad oportunidades para su práctica, al mismo tiempo que escasas o nulas para defenderse de ella.
Y una de esas oportunidades magníficas se da con ocasión del ejercicio de potestades discrecionales, que el régimen está sabiendo aprovechar. Es decir, en todos aquellos supuestos en que la decisión administrativa no esté rigurosamente tasada en todos sus elementos, casi como una operación matemática. Allí donde haya posibilidad de interpretar un concepto jurídico, o de ejercer una potestad que no esté minuciosamente regulada, el poder corruptor del régimen convertirá la discrecionalidad en arbitrariedad, siempre que convenga a los intereses del partido parasitario o de sus sátrapas.
Así está el “reich andalú”, puesto manos a la obra. Atropellando los derechos cívicos. Prohibiendo, o limitando arbitrariamente, el ejercicio de las libertades personales. Multando a los discrepantes. Fichándolos. Señalándolos. Metiéndoles la mano en los bolsillos con ocasión, por ejemplo, de la productividad, e, incluso, despidiéndolos.
Todo esto viene ocurriendo al propio tiempo que sus perpetradores, en un magnífico ejercicio de cinismo, hacen profesión de demócratas y rigurosos acatadores del estado de derecho. El problema es que (creo que la frase se atribuye a Abrahan Lincoln) se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo. O es que estamos dispuestos a que así sea?


Max Estrella, cesante de hombre libre.
Enero, 2011.