APOTEOSIS BUFA

Últimamente al régimen no le salen bien las cosas. Habían planeado una semana de éxitos mediáticos y su incurable incuria, y su iniquidad, les llevan de nuevo al fracaso estrepitoso y al descrédito.
Pensaban comenzar la semana con la apoteosis del triunvirato vertical “Zapatero-Griñán-Espadas” (vertical como el sindicalismo franquista, como este de ahora, al que enmascaran con el pomposo nombre de concertación social, pero que son la misma cosa), en una enésima presentación del candidato por antonomasia -el candidato más presentado en la historia política.
Pensaban en una magna apoteosis, un regodeo en el lujo, la pompa y el boato, esplendorosa, clamorosa, y hasta “glamurosa”, ideada para que tres pavos reales desplegaran las plumas de la cola, y se les quedó el asunto en una representación más chunga que la de Calígula en la obra de Camus. Y todo por culpa de los de fuera. Los disidentes de la desordenación. Y algunos pocos medios que todavía tienen la manía, y la malsana pretensión, de tener informado al público.
Así se explica que el káiser andaluz echara bilis negra –como él, como sus intenciones- por las fauces, acusando al PP de “alentar y promover levantamientos para llegar al poder por cualquier medio”. Más claro que el agua. Vuelven al insulto. Ahora nos siguen llamando marionetas del PP, mas marionetas golpistas. Sus insultos cada vez son más gruesos; ladran, luego cabalgamos.
Ya advertía Quevedo –en su Historia y vida de Marco Bruto- contra estos pretenciosos: La sabiduría romana, que tuvo por maestra a su pobreza, para premiar la virtud labró moneda con el cuño de la honra…Puso asco para los premios ilustres en los metales, por verlos empleados en hartar ladrones, facilitar maldades, falsear leyes... Por eso, honraron con unas hojas de laurel una frente; pagaron grandes y soberanas victorias con las aclamaciones de un triunfo; recompensaron vidas casi divinas con estatuas; y para que no descaeciesen de prerrogativas de tesoro los ramos y las yerbas y el mármol y las voces, no las permitieron a la pretensión, sino al mérito.
Pero estos grandiosos soberbios, rellenos de escoria –podre y fajina-, no sólo arrebatan aquello que corresponde al mérito –que no tienen-, sino que, reputando mísero galardón el laurel y la aclamación, meten también la mano en tesoros menos metafóricos y más prosaicos.
Y es que la estolidez acostumbra a estar reñida con la prudencia. Ensoberbecidos, narcotizados e idiotizados por su inmenso poder (creo que fue Shakespeare quien dijo que no había tósigo más fuerte que el que se destila del laurel de la corona del césar), aclamados servilmente por aquellos a quienes nos excederíamos llamándolos ciudadanos, terminan creyéndose superiores y despreciando a los que, precisamente, deben servir. A esto conducen tanta ignorancia y tanta vanidad y tanta soberbia.
Espectáculo ridículo. Nos reiríamos, sino fuese porque esta representación bufa y fastuosa se ha costeado con el dinero robado a parados, pensionistas y servidores públicos; que, por desgracia, junto a la casta política, es lo único que va quedando en la sociedad andaluza.
Menos fastuoso, aunque no menos ridículo, fue el otro evento en que el régimen fundaba sus esperanzas para dejar finiquitado esta semana el “problema andaluz”.
Me refiero a la transubstanciación en ley de esa sarta morcillera de decretos-leyes (el 5, germinal; el 6, que modificó un par de preceptos del anterior, y lo derogó bajo la técnica, insólita e innovadoramente autóctona, de reproducirlo en su totalidad y, además, decir con falsedad y cinismo que lo complementaba; y el 7, que modificó dos preceptos del anterior).
O sea, que, sin atender a su resultado, el evento ya resultaba, por sí mismo, patético; pues suponía, de facto, el cuarto intento de vender el burro. Digo intento, porque no coló. Porque, a excepción de sus dueños, y de sus sindicalistas mozos de cuadra, cuantos lo examinaron dijéronle lo mismo que el campesino del cuento dijo al oído de su asno: “quien no te conozca, que te compre”. Y es que la metamorfósis de los decretos-leyes en ley, es más propaganda que cambio; porque la recién aprobada ley de “reordenación” no supone ninguno, en esencia, repecto a sus precedentes decretazos.
El régimen urdidor de estratagemas y maniobrero, pero zote y tosco, aspiraba con esta argucia conseguir dos cosas, que pensaba definitivas para zanjar la rebelión.
Comenzando por lo formal, la primera pretensión era ennoblecer el instrumento de la infamia. Puliendo los vicios y defectos de su origen y, de paso, dándole blasón de ley. Por que no olvidemos que sus predecesores decretos-leyes estaban marcados con el estigma de la bastardía. Impuestos con alevosía estival, sin el más mínimo respeto a las formas jurídicas, llevaban en su ADN la deslegitimación jurídica y democrática.
En segundo lugar, pretendían ganar algún apoyo entre las fuerzas sociales y sindicales; y, sobre todo, parlamentarias. Siendo éstas sólo tres, el régimen aspiraba a ganar la voluntad de Izquierda Unida y así poder aislar al PP, presentándolo –como suele hacer habitualmente, con o sin razón- como opuesto al diálogo, al entendimiento, a la razón y al progreso. Y, también, a su vez, señalar a todos los discrepantes –aun siendo mayoría- como una minoría manejada por el PP y al servicio de intereses espurios –incluido el golpismo, como ha señalado el sátrapa Griñan. Desacreditando ante la ciudadanía cualquier posible protesta posterior.
Les ha salido el tiro por la culata. Y la operación deslegitimadora no ha servido más que para acrecentar su propio descrédito y poner de manifiesto –de nuevo, enésima vez-su prepotencia, a la par que su soledad (y digo soledad, pues aun contando los autores con el apoyo de los sindicatos de casta, todos sabemos, sin embargo, que en este tema son, tanto unos como otros, la misma cosa: beneficiarios exclusivos y mancomunados de la canallada).
Afortunadamente para la salud de la “res pública”, lo que imaginaban semana apoteósica se ha trocado, en su perjuicio y el de sus torcidos proyectos, en semana negra.
Lo que se figuraban como una sólida y pesada losa que aplastaría irrevocablemente la rebelión contra su despotismo, se ha convertido, para su escarnio, en una representación bufa; en un teatro sobre el viento armado, que, al primer soplo de dignidad, de rebeldía y de verdad, ha volado por el aire dejando al descubierto sus vergüenzas.

Max Estrella, cesante de hombre libre.
Febrero, 2011.