A VUELTAS CON LA JUSTICIA

Tal vez sea que de andar demasiado en conversación con los difuntos y escuchar con los ojos a los muertos, termina uno distanciándose del presente y sus tribulaciones (como Javier Marías dice que le sucede a Francisco Rico, que sólo retiene la información remota, la de los muy pasados siglos); o, a lo mejor, porque hace tiempo que descubrí en la misantropía y en el exilio interior y el extrañamiento doméstico una especie de triaca frente a tanta estupidez y podredumbre; o puede que se deba a la herrumbre existencial, que inexorablemente va encostrando el alma. Lo cierto es que ya nada, o casi nada, me sorprende. Digo, como Terencio, nada humano me es ajeno, y menos que nada lo relacionado con esa doncella que porta espada y balanza -no ciega, tuerta; pues ve con un ojo por debajo de la venda- y es tan compasiva con los poderosos que no se aproxima a ellos ni de lejos por no estigmatizarlos, pero que no se modera en humillar a los desdichados (“no sabemos de leyes, pero sí de sufrimiento”, ha dicho, ante la enésima injuria de la justicia, la madre de Sandra Palo).
Así pues, cuando tuve noticia del Auto del TSJA que deniega la adopción de medidas para materializar y hacer real y verdadera (tutela judicial efectiva, le llama la Constitución) la suspensión de la integración de los intrusos en la Administración, pensé –como el cojo genial, al que he comenzado citando, sin nombrarlo- que, de nuevo, una vez más, a los jueces “se les volvieron las togas pellejos de culebras”. Y como a mi los reptiles me provocan aversión, no sentí, pues, extrañeza sino asco. No sorpresa, repugnancia.
Ese auto tiene más importancia de la que le hemos dado, y es más nocivo de lo que pensamos; trasciende el caso en el que ha sido dictado y alcanza, como aviso a navegantes, a las futuras resoluciones que puedan dictar los juzgados en respuesta a nuestras peticiones de ejecución. Desde el punto de vista práctico, transforma en papel mojado –con orines- todos los autos que han decretado la suspensión de los intrusos en las agencias. Los deja sin efecto y metamorfosea en “helada y laboriosa nadería” –como si fuesen un verso de Baltasar Gracián- todos esos rimbombantes “fumus boni iuris” y “periculum in mora”. Los jueces, de nuevo, nos dan a comer nueces vanas.
No obstante, el Auto de autos ofende menos al derecho que a la justicia, y sobradamente menos a la justicia que a la razón.
Porque a nadie se le escapa que la suspensión de la integración suponía necesariamente la adopción de una de estas dos medidas: o se extinguía la relación laboral, o se suspendía la relación laboral. Y no cabían otras opciones por la sencilla razón de que, al haber desaparecido las entidades de donde procedían los intrusos, no había posibilidad de vuelta atrás y reponer las cosas al statu quo anterior a la integración. Y puesto que, a un mismo tiempo, no se puede estar dentro y fuera, pues son conceptos antagónicos –como tempranamente aprenden los niños en Barrio Sésamo-, excluida la opción de “dentro” sólo cabía la de “fuera”. Y “fuera”, como hemos dicho, equivale a nada; porque, ahora, por mor de la ley del enchufismo, no hay nada aparte de las agencias.
Así lo entendimos muchos (el profesor Clavero lo dijo hace poco en una televisión), y hasta el Ministerio Fiscal lo entendió así. Por eso, en la vista que se celebró el pasado día 13, solicitó que se concediese a la Administración un plazo razonable para solucionar el problema. Dicho en otras palabras, llanamente: que como no había ningún sitio donde meterlos, se diera la oportunidad a la Junta de crear un chiringuito donde cobijarlos, como alternativa humanitaria a la calle –compasivo el Ministerio Fiscal.
El TSJA, sin embargo, no lo entendió así; ese día no vieron Barrio Sésamo. Y en lugar de armonizar dos proposiciones que son perfectamente compatibles (derecho constitucional de acceso a las funciones públicas conforme a los principios de mérito y capacidad –arts. 23 y 103 CE-, de un lado, y principio de sucesión de empresas –art. 44 ET-, de otro) las convierte en opuestas, y priva de contenido a la primera, haciendo prevalecer la segunda.
Porque –y estas son preguntas que yo me hago, como finamente dijo un juez hace poco- ¿Qué sentido tienen todos los autos de suspensión, si no pueden producir ningún efecto material? ¿Porqué el TSJA no ha revocado formalmente todos esos autos? ¿Qué forma de ejercer la jurisdicción es esa, tan heterodoxa?
¿Verdaderamente piensa el TSJA que la suspensión de la integración equivale o es compatible con seguir trabajando para las agencias, ejerciendo funciones para la satisfacción de las competencias que la ley atribuye a las agencias, cobrando de las agencias, dependiendo de las agencias…? ¿En qué consiste, entonces, para el TSJA, desde el punto de vista práctico, estar fuera de las agencias, es decir, la suspensión de la integración?
Para mi es evidente que esa resolución del TSJA carece de toda lógica. Y no sólo eso, sino que da la espalda al principio de legalidad, la seguridad jurídica y el derecho a la tutela judicial efectiva, que la Constitución garantiza. Es curioso -por la paradoja que entraña- que este auto del TSJA deja sin efecto todos aquellos otros que, precisamente, se dictaron por congruencia y con fundamento en dos sentencias del propio TSJA que dictaminaron que la integración de los intrusos en las agencias conculcaba la Constitución. Tal contradicción sólo es explicable desde la perspectiva del doble lenguaje: el de las palabras, y el de los hechos, que las contradicen y desmienten. La doblez, sin embargo, no suele conseguir su propósito, como nos hizo comprender Esopo en la fábula del leñador y la zorra, hace ya más de 2500 años. El TSJA ha pretendido dar satisfacción a la Ley y al que la violaba, el gobierno andaluz. Ha sentenciado la inconstitucionalidad de la integración, pero ha metido la sentencia en el cajón de los asuntos que el tiempo arreglará, como dicen que hacía Franco. Porque a eso equivale lo hecho. Negado el cese cautelarmente, habrá que esperar a que el Tribunal Supremo resuelva definitivamente, mas ¿cuándo?. Incluso hasta habrán pensado: con un poco de suerte Arenas nos resolverá la papeleta. No saben que “nadie puede servir a dos señores –como refieren los evangelistas Mateo y Lucas que dijo Jesucristo-, porque se entregará a uno y despreciará al otro…”. Y creo que en este asunto el TSJA se ha entregado a la conveniencia calculada, al pragmatismo, y ha despreciado a la Justicia.
Claro que todo esto ocurre por un problema capital de nuestro sistema jurídico: el déficit de seguridad jurídica. Aquí –como decía Quevedo- las leyes arden en los candiles, porque son torcidas. “Las leyes –decía- son por sí buenas y justificadas; mas, habiendo legistas, todas son tontas y sin entendimiento. Esto no se puede negar, pues los mismos jurisprudentes lo confiesan todas las veces que le dan a la ley el entendimiento que quieren, presuponiendo que ella por sí no le tiene. No hay juez que no afirme que el entendimiento de la ley es el suyo…” Por eso les exhortaba: “Sepan las leyes, empero no más que ellas; hagan que sean obedecidas, no obedientes…”
No hay seguridad jurídica cuando la ley queda sometida a los jueces, no los jueces a la ley, como dispone la Constitución en su artículo noveno. Hace unos días tuvimos ocasión de hablar de ello, al señalar que la asociación Jueces para la Democracia había anunciado su intención de escamotear la aplicación de la ley de reforma laboral por la vía interpretativa –ley torcida. Si esto se puede hacer en un país, me refiero no sólo a decirlo sino a perpetrarlo, es que nadie garantiza la seguridad jurídica.
Hace algún tiempo que, en estas mismas acogedoras páginas, manifesté mi escepticismo respecto a que esta vía –la judicial- pudiese proporcionarnos alguna satisfacción.
Lamento profundamente no haberme equivocado, porque este auto ha dado la puntilla a nuestras aspiraciones. Todos los que en adelante se dicten en incidentes de ejecución seguirán la misma pauta, pese a que, del mismo modo, todas las sentencias que pronuncie el TSJA reiterarán que la integración es contraria a la Constitución. He ahí la paradoja.
Así pues, abandonen toda esperanza aquellos que confiaron en la solución del conflicto por la vía judicial. Aquí, de manos de la justicia de nuestra tierra, no hay nada que esperar. Si algo llega, vendrá de fuera. ¡¡¡Qué lástima, pobre Andalucía!!!
Y, en todo caso, ¿servirá de algo que al cabo de los años la justicia disponga que los servidores de la administración paralela son intrusos y usurpadores de unos puestos de trabajo que pudieron corresponder a otros? ¿Servirá de algo a esos miles de opositores que aspiran HOY a ingresar en la Administración Pública? ¡¡A buenas horas mangas verdes!! Como dice el aforismo: “justicia demorada es justicia denegada”.
La única rendija abierta a la esperanza se llama cambio político. La única oportunidad de vencer en este conflicto es acabar con este régimen putrefacto y fétido. Ahora tenemos una ocasión, tal vez la última. Delenda est Cartago.
Max Estrella, cesante de hombre libre.
Marzo, 2012