LA JUNGLA DE ASFALTO

En la película de J. Huston de tal título, decía un gánster en una reunión de la banda: “… la experiencia demuestra que no se puede confiar en la policía, cuando menos te lo esperas se ponen de parte de la ley…”. Aquí ni siquiera llegamos a tener esa suerte, la banda de Marlaska, el agradaor, que traga con todo y todo le place, menos las mujeres, como dijo Balzac, es la viva imagen de su amo; y, con tal de agradar, ni por error se ponen de parte de la ley. Así, en los últimos días, hemos visto, entre indignados y perplejos, cómo pacíficos manifestantes -ancianos, mujeres y niños, entre ellos- eran aporreados y gaseados por osar manifestarse en las remotas inmediaciones del antro socialista; o cómo era detenido, maltratado, humillado y vejado un pacífico ciudadano, cuyo delito consistía en ser portador de una bandera nacional; o cómo dos periodistas de sendos medios nacionales eran detenidos, mientras desempeñaban su labor informativa, debidamente acreditados (craso error, pues ello permitió a los marlaskitas constatar que no eran periodistas de El País o de la Sexta), pues en eso consistía su delito: en que el público supiese qué estaba pasando en la calle; y, luego, para coronar la infamia, fueron acusados calumniosamente de haber agredido a la policía -digo yo que a lo mejor la agresión fue hacerles un Rubiales, vaya usted a saber-; pues, parafraseando a Job, este Gobierno y sus esbirros pretenden blanquearlo todo con mentiras y usar la mentira en nombre de la ley. Los que tenemos años y memoria podemos apreciar -comparando los precedentes, como los acaecidos ante el parlamento de Cataluña en 2011 o los numerosos rodea el Congreso, o el golpe de estado del independentismo catalán del 2017, etc.- que la actual desmesura y desproporción en la actuación de las fuerzas del orden no tiene otra explicación más que el odio y la intolerancia. El odio del Gobierno social-comunista hacia la derecha, heredero del mismo que alimentó los últimos días de la II República, y que Zapatero, un bobo solemne y malvado -que no puede haber nada más dañino en un gobernante que la necedad en funesto connubio con la iniquidad-, se encargó de revivir y alentar. ¿O es que ya se nos ha olvidado lo del cordón sanitario contra el PP y el pacto del Tinell: Los partidos firmantes (Psoe, independentistas catalanes, Filoetarras, etc; es decir el actual sanchismo y sus socios) del presente acuerdo se comprometen a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad -acuerdo de legislatura y acuerdo parlamentario estable- con el PP en el Gobierno de la Generalitat. Igualmente se comprometen a impedir la presencia del PP en el Gobierno del Estado y a renunciar a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales"? Y es que, todo totalitarismo es enemigo del pluralismo político y más aún de la alternancia política; sólo tolera, en las nuevas formas neototalitarias, un cierto grado de pluralismo consistente en admitir en el sistema a partidos satélites que no comprometan la hegemonía del líder.

Y, encima, en el colmo del cinismo, tenemos que soportar cómo estos cainitas acusan de odiadores a las propias víctimas de su odio, bajo el argumento de que la publicación de los nombres de los diputados (relación, por cierto, de dominio público y constante en el Diario de Sesiones y en la prensa nacional e internacional) que han investido presidente del Gobierno al felón, cuyo nombre se me atraganta, constituye en sí misma un delito de odio. Igual de graves son los ataques que otros esbirros del Gobierno, como la actual presidenta del Congreso -que en eso ha terminado convertido el Congreso, en correa de transmisión del Gobierno- o el propio Gobierno o sus socios, han perpetrado contra el Estado de Derecho y las libertades individuales, cuando la una, en un ejercicio indecente de censura y de sometimiento al ejecutivo, ha pretendido silenciar la voz de un diputado en la tribuna del Congreso, privándolo arbitrariamente de su libertad de expresión y de su derecho de participación y representación política, por ser sus palabras críticas con el Gobierno, borrándolas, además, del diario de sesiones; o, cómo los otros, un miembro del Gobierno y uno de sus socios de ERC, han amenazado a un magistrado de la Audiencia Nacional en el ejercicio de su función jurisdiccional, hasta el punto de verse éste obligado a solicitar el amparo del Consejo General del Poder Judicial frente a tales amenazas. Hablo sólo de algunas cosas sucedidas en los últimos días. Como dijo Robert Burton, castigan con más severidad al que les estorba en su juego que a los verdaderos delincuentes; y con ello, por cierto, evidencian la debilidad de sus razones, cuando han de imponer sus ideas por la fuerza de la autoridad, como apuntara antaño Montaigne.

El despotismo avanza a pasos agigantados en manos de un déspota; sostenido en lo que, en sus propias palabras, ha dado en llamar la ‘dictadura de la mayoría’; porque, como dijo H. Arendt, sería erróneo olvidar que un déspota, mientras se halla en el poder, lo está con el apoyo de la masa. Una masa anónima, sin nombre y sin rostro, como la pintara W. Faulkner, la misma que abarrotaba la antigua Jerusalén al igual que la antigua Roma y donde de cuando en cuando, gobernador y césar le arrojaban pan y espectáculos circenses, de la misma manera que, en la antigua e ingenua pantomima, el pastor que huye de los lobos que lo persiguen abandona los trozos del almuerzo y, como último recurso, al cordero mismo. Porque este recurso: reparticiones y espectáculo es tan viejo como eficaz para los tiranos. Ya lo señalaba Plutarco: “Parece que tenía toda la razón el que dijo que el primero que arruinó la soberanía del pueblo fue el primero que le obsequió con banquetes y reparticiones”; y, sabiamente, Montaigne, nos recuerda cómo el recurso a la distracción -sea o no circense- se manifiesta igualmente eficaz como manto encubridor del despotismo: “Cuando no había ni ley, ni justicia, ni institución que cumpliese con su deber, como tampoco ahora, fue a publicar no sé qué insignificantes reformas…”, llamémoslas hoy leyes trans, LGTBI, protección animal, cambio climático, etc., distracciones con que alimentar a un pueblo mal dirigido. O sea, pan, para unos y circo, para otros. Tal es el sostén ideológico de la satrapía sanchista. Tales los cimientos de la ‘dictadura de la mayoría’, una dictadura bajo el disfraz de la legalidad; que, sin embargo, ya no engaña a casi nadie. Como dijo Balzac, cuando el despotismo está en las leyes, la libertad se alberga en las costumbres, es decir, en los actos del pueblo. La mejor parte de la sociedad, harta ya de las infamias de un autócrata sin escrúpulos, parece haber dicho basta, y es que, parafraseando a Thomas Hardy, llega un momento en que, debido a su larga relación con ellas, los hombres se ríen de las mentiras de los gobernantes mendaces y se rebelan contra su arbitrariedad. Y es que este resucitado Gobierno Frankestein, henchido de prepotencia y desprecio a la ciudadanía -no confundir con la masa-, ha encontrado en ésta una inesperada resistencia a sus espurios propósitos; como ironizó Horacio en sus Sátiras, creyendo devorar una presa frágil, hincaron el diente sobre una piedra.

Echo en falta en este grave y riesgoso momento para nuestra periclitada democracia la voz del Monarca. Es cierto que, conforme a la Constitución, el Rey nada puede hacer por sí mismo, pues sus actos requieren el refrendo del Gobierno. Tiene las manos atadas, es cierto; mas no su lengua. La Constitución le asigna la función de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones; y es obvio que, por la propia naturaleza, esencia y significación del arbitraje y la moderación, ningún refrendo del Gobierno sería admisible en el ejercicio de tal función; pues, como suele decirse y admitirse sin discusión, nadie puede ser juez y parte en su propia causa. De modo que, humildemente, creo que Su Majestad ya está tardando en pronunciarse advirtiendo al Gobierno que lo legítimo no siempre es sinónimo de justo; que no se puede legislar contra la mitad de la nación y en beneficio propio, porque el fin último de la ley no es otro que el bien común; y, cuando la ley deja de ser recta y aloja en su seno la injusticia, deja de ser ley y se convierte en capricho de tirano. Ya está tardando.

El sanchismo social-comunista y sus socios independentistas -golpistas y filoterroristas-, enemigos declarados de la Nación española, han cruzado el Rubicón; ahora sólo puede haber un vencedor: o ellos o la Nación. De nosotros depende; conviene recordar las palabras de Quevedo: perder la libertad es de bestias, dejar que nos la quiten de cobardes.

¡Viva España!

Negro noviembre de 2023