LA ESPERANZA TRANSFORMADA EN RECELO

Parafraseando a Shakespeare, cuando cuarenta inviernos (de poder absoluto) pusieron sitio a su frente y hondos surcos (de corrupción) cruzaron sus mejillas, se consumió la fascinante atracción de Ródope de Triana, y con ella su reinado y el de la dinastía socialista. Hubo un momento en la historia de Roma en que el poder del monarca pasó a manos del Senado y el Pueblo, y el acrónimo de su emblema SPQR (San Pedro Quiso Roscas, me respondía mi abuelo cuando le preguntaba por su significado) se encargaba de recordar y reafirmar tal realidad en todos los estandartes, insignias y símbolos de la República. Aquí, ahora, como en la vieja Roma, el derrocamiento de la reina del sur ha dado en restaurar la antigua institución republicana del consulado. El ejecutivo, pues, en manos de dos cónsules: Los Juanmas; el Risitas y el Cuñao, para distinguirlos. Hablemos de ello, aunque es probable que el lector prudente invoque la norma consuetudinaria que aconseja dejar pasar al menos cien días de mandato antes de enjuiciar la labor del gobierno. Es razonable el precepto, pero sólo mientras subsista la indefinición y las probabilidades de la acción. Mas, cuando la primera ha sido firmemente despejada y respecto a las segundas la deriva fijada evidencia sin lugar a dudas a qué puerto se conduce la nave, no es prudente, sino insensato y cobarde, demorar la crítica.
Como es habitual en los regímenes de corte totalitario, los gobiernos socialistas que hemos padecido durante cuarenta años no han dejado de ser una correa de transmisión del partido, auténtico detentador del poder. El partido necesita, obviamente, valerse de la estructura formal de poder –el gobierno y demás instituciones- y de su aparato burocrático –la Administración- para la materialización de sus fines. Así, si respecto al gobierno y a los altos cargos, directamente designados por o con la venia del partido, el control por parte de éste y el sometimiento de sus miembros a la disciplina partidista no constituía ningún problema, no sucedía lo mismo respecto al control del aparato burocrático, cosa mucho más difícil, por razones obvias que no requieren explicación. De modo que el régimen se aplicó, desde sus inicios y de diversas maneras, a la tarea de someter la burocracia administrativa a sus intereses.
Y así comenzaron a surgir una serie de entidades que proliferaron como las setas en otoño, al tiempo que sus plantillas engordaban descontroladamente con parientes, correligionarios y afines. Paralelamente, y en la misma proporción en que crecía la plantilla de esas entidades, la legítima Administración constitucional veía reducidos sus funcionarios y desposeídas sus competencias, que pasaban a usurpar las entidades instrumentales. Así nació y creció la llamada administración paralela.
Esta operación culminó con la infame Ley de Reordenación, vulgo Ley del Enchufismo, que pretendía un doble objetivo: De un lado, blindar la relación laboral de los 27.000 enchufados que poblaban la administración paralela; de otro, blindar la usurpación de potestades públicas en favor de los entes instrumentales, dotándolos de personalidad jurídica pública para poder así atribuirles legalmente el ejercicio de las funciones propias de la Administración. Esa era la clave de la operación: la personificación pública de todas las entidades instrumentales, que usurpaban las potestades de la Administración y donde se refugiaban los empleados directamente seleccionados por el régimen. Blanqueo y blindaje. Blindaje y blanqueo para hacer posible y legal el saqueo que permitiera alimentar a la clientela. Así pues, el régimen había conseguido su objetivo.
Siendo así las cosas, a nadie se le escapa que acabar con el régimen requiere necesariamente la voladura de la llamada administración paralela.
Pues bien, dejando a un lado el cínico y torpe desprecio mostrado por Ciudadanos respecto a Vox, que puso en riesgo el propio proceso de formación, este gobierno no deja de ofrecer evidencias preocupantes, olvidando lo que debe ser su principal tarea. Por ejemplo, el Risitas, en declaraciones a El Mundo, ha afirmado: “todo aquel que haya entrado de forma alegal, sin transparencia, y sus lealtades sean hacia el PSOE y no hacia todos los andaluces, tiene que temer al nuevo gobierno. El resto no.” En la misma línea el Cuñao ha dicho que Ciudadanos no va a hacer una purga masiva de altos cargos en sus consejerías; de donde cabe deducir que mucho menos la hará entre los subordinados, aunque sean enchufados. Por si no estuviese suficientemente claro, ahí está la macroconsejería del Cuñao, con el paquete de la regeneración democrática, que da a entender que el asunto no merece más importancia. A ello unimos lo de las cacareadas auditorias, que recaerán ¡sólo sobre las agencias empresariales! (sepa el lector que, por tanto, el SAE, agencia en la que se integró la FAFFE y su personal, no será objeto de escrutinio). Auditorías que realizará ¡¡¡la Intervención de la Junta!!! Para partirse de risa, los ciegos, sordo y mudos (durante cuarenta años) recuperan milagrosamente los sentidos. Y, para colmo, del resultado de estas auditorías y del dictamen sobre la eventual eficacia o ineficacia de estos entes dependerá la decisión del Gobierno sobre su pervivencia o liquidación. ¡Acabáramos!
O no se enteran o no quieren enterarse: no se trata de una cuestión de eficacia, se trata de una cuestión de legitimidad del sujeto actuante. Por muy eficaz que pudiera resultar la gestión de estos entes (que no lo es), la cuestión esencial es que legalmente no están legitimados para realizarla.
Por tanto, permítasenos tomar las palabras del celebérrimo discurso de Ortega: ¡No es esto, no es esto! Si de verdad se pretende un cambio real, y no una mera operación de estética, el nuevo gobierno tiene que empezar por deshacer la trama urdida por el régimen. No caben componendas.
Lamentablemente,  los hechos y los personajes en escena ofrecen más motivos para el recelo que para la esperanza -por cierto, parafraseo a Thomas Hardy-.
Así las cosas, no resulta aventurado augurar una corta vida al gobierno del cambio. No durarán una legislatura; en primer lugar por su torpe ignorancia de la aritmética: es decir, no saber que 47 es menos que 50. En segundo lugar, porque los dos cónsules parecen más interesados en heredar el régimen que en liquidarlo.
Enero, 2019

INTOLERANCIA


No crea el lector que voy a hablar del clásico de D.W. Griffith, aunque el momento que vivimos bien pudiera integrar otro de esos nefastos episodios de la condición humana retratados en la película. Quiero llamar la atención sobre esa ‘alerta antifascista’ decretada contra Vox por el líder de Podemos a la que prontamente se han sumado el radicalizado partido socialista y los actuales tontos útiles de la izquierda (de lo cual entiendo un poco, pues no en vano pertenecí a tal categoría largo tiempo), o sea, los cabecillas del partido Ciudadanos, empezando por los exquisitos afrancesados y terminando por nuestros rurales apaletados.
Tachan éstos a Vox de partido fascista, populista o de extrema derecha. Pese a la ambigua e imprecisa definición de los dos últimos términos y a sus diferencias, la doctrina coincide en aceptar la identificación de ambos con el fascismo. Valga la síntesis que en tal sentido recoge Haro Tecglen en su Diccionario Político. Por tanto, hablamos de totalitarismo. Es decir, la izquierda –con sus tontos compañeros de viaje- califica a Vox como partido totalitario.
Señala la teoría política que los totalitarismos de corte populista tienen, entre sus características definitorias, una que destaca sobre las demás –y da nombre al movimiento- y es el papel preponderante en la acción política de las masas movilizadas, una categoría política llamada ‘pueblo’ -o, yo diría, ‘la gente’, ¿les suena?-, en abierta relación antagónica frente al ‘no-pueblo’, constituido éste por la burguesía y la oligarquía –la casta, ¿les suena?-. En tales sistemas, es consecuencia natural la desaparición de las diferencias entre los espacios públicos y privados, entre el Estado y la sociedad civil; y, paralelamente, los conflictos de intereses privados son gestionados bajo una lógica corporativista. Llegándose así a la negación del individuo. Como señala Walter Theimer, el antiindividualismo es la base de todos los sistemas totalitarios. Sólo hay entidades colectivas, abstracciones: no existe el ser individual, y por consiguiente no tiene derecho alguno…
Recientemente hemos disfrutado de la ocasión de ser testigos de una magnífica lección magistral impartida al respecto por la vicepresidenta Carmen Calvo, para algo es profesora titular de Universidad (que no catedrática, como generosamente le atribuyen sus palmeros, y ella jamás corrige): la actriz Carmen Maura se quejó con chispa de que la progre ideología de género estaba coartando la libertad de las mujeres. La respuesta de la Calvo es todo un compendio de lo que acabamos de exponer: “Lo importante es el colectivo”, sentenció. Pues eso.
También Theimer, en su Historia de las ideas políticas, destaca que en el ideario –o más exactamente en su falta- estos sistemas criminalizan al adversario. Ninguna otra opinión es ya respetable, afirma,…el totalitarismo fomenta la intolerancia y el fanatismo. La política deviene en él una demonología, la lucha de los ángeles contra los diablos.
A ver si les suenan al lector estas palabras: “El tiempo dirá si merecía la pena pactar con el demonio…”; pues sí, en efecto, son las palabras de Susana Díaz refiriéndose al pacto con Vox. Otra magnífica clase práctica magistral sobre la naturaleza del totalitarismo.
Lo que vengo a afirmar es que en los tiempos actuales, desaparecidos el fascismo y el nazismo, reducido su apoyo social a una insignificante minoría, sin presencia en los medios de comunicación y sin posibilidad real alguna de participación en las instituciones políticas, la única amenaza totalitaria que pervive es la que encarna el comunismo (IU/PCE), los populismos izquierdistas de corte comunista (Podemos y sus confluencias) y un importante sector del PSOE, largocaballerista, hoy en el poder. Sin embargo, salvo en países como Alemania, ninguna alarma se decreta contra estos enemigos de la libertad, como muy bien se encargó de señalar, entre otros, Martin Amis en su obra Koba el temible: La risa y los Veinte Millones.
Por el contrario, paradójicamente, -y esto es lo que, a mi juicio, resulta alarmante y preocupante- estos neototalitarios se arrogan la potestad de definir la naturaleza ideológica de sus adversarios. Se arrogan cínicamente la potestad de calificar a éstos como partidos fuera del sistema democrático; sin que en esa calificación exista el más mínimo análisis objetivo ni, por supuesto, sin que su juicio conlleve la exposición o la remisión a un canon de referencia respecto al cual pueda afirmarse o concluirse su eventual heterodoxia. Por supuesto que no lo hacen, porque quedarían en evidencia. Más bien, lo que sucede es que esos partidos –ahora Vox, como antes lo fue el PP- son estigmatizados por desacreditar los dogmas de la izquierda: los federalismos nacionalistas, la ideología de género, el multiculturalismo, la ideología LGTB, etc., esenciados de colectivismo e impregnados de totalitarismo. Eso, sin más, es lo que constituye su herejía.
Y no sólo eso, estos seudodemócratas, como efecto inherente a lo anterior, se atribuyen asimismo la potestad de poner líneas rojas, cordones sanitarios, en el punto del espectro político-ideológico que conviene a su particular concepción de la sociedad y a sus intereses, sobre todo a éstos. Colocando el estigma, la marca de Caín, a los señalados por su dedo. Demonizando ante la sociedad, como advertía el humanista profesor Theimer, a sus adversarios. En suma, negando el derecho al pluralismo político y a la participación política no sólo a estos partidos y a sus afiliados sino también a sus potenciales votantes.
Esta es la democracia de la izquierda que nos toca padecer, y la de sus voceros y tontos útiles –afrancesados y apaletados-, sin que –salvo eximias excepciones- nadie en el rebaño se atreva a levantar la voz contra este injusto estado de cosas.
Enero, 2019

SEMBRANDO ODIO


Decía David Mamet en ‘La vieja religión’ que nada será defendido con tanta vehemencia como una mentira, verdad tajante que los sembradores de odio -en su desfile propagandístico por los medios de comunicación a su servicio-están acreditando con ocasión de la pérdida del califato andaluz.
Los sembradores de odio no aceptan que un partido de ideología derechista haya obtenido mediante las urnas una notable representación parlamentaria y la consiguiente capacidad de posibilitar el desalojo de un gobierno que se creía eterno y la liquidación de un régimen. No lo aceptan.
Estamos ya acostumbrados a que los sembradores de odio, cuando no tienen el poder, pretendan obtener en la calle –con frecuencia de modo violento- lo que no han conseguido en las urnas, fomentando el enfrentamiento, alimentando la ira y avivando la llama de la violencia. Caínes sempiternos, como cantó Cernuda. Muestran con ello su verdadero rostro: no son demócratas. Nunca lo han sido. Ni los socialistas ni ninguno de los partidos marxistas que se sitúan a su izquierda. Puede que haya en el PSOE militantes que representen y defiendan corrientes verdaderamente socialdemócratas y humanistas, como lo fuera en su día Julián Besteiro. Pero hoy, como entonces, son la minoría discordante. El PSOE, su aparato de poder, está en manos de radicales sembradores de odio -más parecidos a Largo Caballero y a los golpistas revolucionarios que abocaron a los españoles a una guerra fratricida- cuyo único programa político consiste en tomar el poder y mantenerse en él a toda costa. Ninguna diferencia, pues, con los partidos situados a su izquierda –es decir, comunistas- aunque éstos pretendan disfrazar tal identidad con imaginativas caretas de atractivo nombre. En el fondo, unos y otros abominan de la democracia (la democracia burguesa, en su terminología leninista) que sólo aceptan como instrumento para la conquista del poder. Lo que viene después es irrelevante; quiero decir, que tanto da que la toma del poder tenga por objeto la instauración de una dictadura –cínica y falsamente apellidada del proletariado- como satisfacer sencillamente los intereses de una oligarquía –la famosa casta- entendido esto como fin en sí mismo.
En suma, la democracia sólo es buena si conviene a sus intereses; en caso contrario, la democracia ha de ceder ante la Verdad Suprema, contenida en los sacrosantos dogmas de su ideario: la ideología de género, el multiculturalismo, la memoria histórica, etc., cuyo cuestionamiento –como todos sabemos- es tema tabú so pena, para quien a ello se atreva, de degradación a la categoría de excremento y muerte civil.
Y así vivimos el momento actual en el que los medios y sus propagandistas al servicio de los sembradores de odio se rasgan las vestiduras porque un partido (Vox), por ser de derechas, ose pretender en sus propuestas programáticas que se aplique la llamada ley de extranjería (Ley Orgánica 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social). Ley que dispone –como en la inmensa mayoría de los demás países- la expulsión o devolución de todos los extranjeros que hayan entrado ilegalmente en el país. Ya sean cincuenta y dos mil o cincuenta y dos millones. Ley en cuya elaboración y aprobación ninguna participación tuvo Vox. Ley aprobada por el PP y el PSOE, vigente 18 años, la mitad de los cuales bajo gobierno socialista.
En este asunto, como en tantos otros en este país, el problema radica en que la ley vale menos que el orín de los perros, que la ley no deja de ser un instrumento al servicio del corrompido juez que la retuerce (leyes torcidas, como irónicamente las llamó Quevedo) o del jerarca que se considera por encima de ella y decide arbitrariamente cuándo y a quién se aplica. Como en los tiempos de don Benito, el Garbancero: “Así están las leyes, arrinconadas como trastos viejos cuando perjudican a los que las han hecho. Así huele tan mal el libro de la Constitución…”Claro que muchísimo antes ya advertía Aristóteles contra tales sujetos: “intentar ser más sabio que las leyes es justamente lo que está prohibido en las leyes más estimadas.”
Y así vivimos el momento actual en el que los sembradores de odio sueltan a la jauría feminista –la femiborroka, llama con acierto Libertad Digital- y avivan la violencia contra un partido (Vox), por pretender legítimamente lo que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición) y nuestra vigente Constitución (Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social) reconocen, esto es: la igualdad de todas las personas ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de sexo.
Y así vivimos un momento en que estos sembradores de odio abren las puertas de los cuarteles a sus brigadas nacionalistas y a sus camisas pardas, para que agredan a los miembros de un partido (Vox) que se ha atrevido a defender lo que la Constitución proclama: La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…; y llaman a la movilización general de todos sus paniaguados –que son legión- contra la investidura de un gobierno no sólo legítimo sino infinitamente más legítimo que ese otro tan de su agrado, que, sin embargo, es sostenido por comunistas totalitarios, nacionalistas golpistas y etarras asesinos.
Malos momentos, pues, no sólo para la lírica, también para la democracia. Estos seudodemócratas que no aceptan los resultados de las urnas, que practican la exclusión social de los que no compartan sus dogmas, con sus cordones sanitarios y sus líneas rojas, que promueven -alimentado el odio con mentiras- las razias y las noches de cristales rotos contra aquéllos que son señalados por su dedo despótico, terminarán –con el silencio cómplice de algunos- encanallando al pueblo y llevando el país a la ruina. Pensando en ellos, vuelvo a Mamet: ¿Ha existido algún salvaje que no llame Razón a su brutalidad…?
Enero, 2019