EL GENOMA FUNCIONARIAL

 

Un inoportuno guasap viene a interrumpir mi conversación con los difuntos y a perturbar la paz de este desierto jubiloso en que me hallo, va ya para tres años, si se me permite parafrasear los bellos metafóricos versos de Quevedo.

Así, andando felizmente desentendido y despreocupado (ignorante e ignorado) de los asuntos funcionariales, que durante cuarenta años me ocuparon y preocuparon, un impertinente video guasapeado por un amigo me desasosiega y exaspera. Se trata de un video de una serie realizada por la Junta de Andalucía para la presentación –llamémosla benévolamente así, en lugar de propaganda- del proyecto de nueva ley de Función Pública; en el fragmento que me remiten, habla la secretaria general para la administración pública, cuyo nombre afortunadamente desconozco. La señora, de mediana edad, discursea peripatética sobre el escenario, pisando las tablas con firmeza y afán; podría decirse que pisa con garbo. Una puesta en escena muy de nuestro tiempo, muy moderna digo. Otra cosa es el discurso. El discurso es superhipermegaultramoderno; o sea, más allá de la modernidad, futurista. Del futuro que nos anunció Philip K. Dick en Minority Report. Inquietante. Habla del genoma del funcionario. Sí, como lo oyen, el genoma. Que, deduzco de sus palabras, viene a ser una especie de currículum profundo y oculto, que ni siquiera el propio funcionario conoce poseer; y el conjunto de estos genomas funcionariales se almacenará en una base de datos encubierta, una especie de Registro General de Personal subrepticio; vamos, un Registro en B (qué querencia esta del PP). Con orgullo y sin pudor, confiesa públicamente sus planes: crearan un perfil del funcionario construido y moldeado sobre la información obtenida de su actividad y opiniones en las redes sociales y en instrumentos similares. De ese modo, afirma, tendremos, además de su currículum, lo que de verdad le interesa y sabe hacer el funcionario. Su genoma.

A la postre tendré que agradecer a esta collera multicolor que nos gobierna –cónsul azul y cónsul naranja-  haber descubierto en mí algo que yo mismo ni siquiera de nombre conocía;  aunque, como dice el refranero, a burro muerto cebada al rabo. Sin embargo, este trascendente descubrimiento hará inmortal el legado funcionarial de las futuras generaciones de burócratas, gracias al reservorio de nucleótidos funcionariales. Gracias, Juanmamó; gracias, Juanmarín.

Pero bromas aparte, creo que hago mal frivolizando el asunto. La cuestión trasciende el ámbito funcionarial; esta no es sino una muestra más, otro nuevo síntoma de la podredumbre que aqueja a esta partitocracia nuestra. Resulta turbador constatar como la casta política de uno y otro signo, sin excepción, adolece pertinazmente de pulsiones totalitarias y como los destinatarios de sus despóticas ocurrencias las aceptan mansamente sin manifestar, no digo rebeldía, sino el menor síntoma de desaprobación, crítica o reproche. Ahí están sus votos, como prueba de lo que afirmo.

Son malos tiempos estos para la libertad. Los que mandan han descubierto que no nos importa, que no la amamos, que nos resulta indiferente, y no han dudado, incontinenti, en desposeernos de ella. La libertad, digo. Y, del mismo modo en que la irresponsabilidad de la juventud se ve coronada a menudo por el éxito, así sucede hoy con el despotismo de los que nos gobiernan. Malos tiempos, pues, me digo; y rememoro las palabras de Marco Bruto: Perder la libertad es de bestias; dejar que nos la quiten, de cobardes. Quien por vivir queda esclavo, no sabe que la esclavitud no merece nombre de vida… Pues, no nos engañemos, de eso va la cosa con este neototalitarismo del siglo XXI que padecemos.

Quevedo, que vio y sufrió, como ahora nosotros, la declinación de la Patria, tuvo al menos el coraje de rebelarse. Algo deberíamos aprender de su ejemplo.

Trunco abril de 2021