La izquierda progre (da risa el adjetivo si consideramos que sus propuestas programáticas las podemos encontrar en los programas electorales de la extrema izquierda del año 1977, o sea de hace casi medio siglo; obviando, por supuesto, los fundamentos ideológicos del marxismo, para lo cual habría que retrotraerse al siglo XIX), en fin, la izquierda progre de este país está empeñada en retorcer la naturaleza de las cosas y en reescribir la historia para acomodarla a su banal e infantil relato de buenos y malos; los buenos, obviamente, serían ellos. Volcados en tal tarea, la denominada Ley de Memoria Democrática (vaya nombre absurdo e irracional) se empeña, por un lado, en mantener viva la llama del cainismo guerracivilista y, de otro, en silenciar la memoria de los que fueron sus víctimas. Digo deliberadamente de los que fueron sus víctimas, vinculándolos con el pasado, porque esta izquierda progre la constituyen, fundamentalmente, los mismos sujetos políticos protagonistas de aquél fatal episodio de nuestra reciente historia: el Partido Comunista y el Partido Socialista Obrero Español. Únicos sujetos políticos de los que en la actualidad puede predicarse continuidad en su identidad respecto a aquellos tiempos, cosa que –a excepción del PNV y ERC- no puede afirmarse de ningún otro partido de los de hoy. Es decir, tanto el PC (con todas las caretas de que se sirve para ocultar su identidad) como el PSOE son los mismos partidos responsables de crímenes atroces en el periodo histórico de la II República y la Guerra Civil. Ahí siguen, sin embargo; sin que nadie reclame su disolución por tener las manos manchadas de sangre inocente.
Pero, volviendo al tema, como la referida infame ley relega al olvido la memoria de otras víctimas que no sean las del bando progre, yo quiero aquí, en este menos que modesto blog que nadie lee, rendir homenaje y reivindicar a los silenciados, sacando de la recóndita memoria mis recuerdos familiares.
Hoy 7 de noviembre, cuando escribo estas letras, se cumplen 84 años del infame bombardeo de la aviación republicana sobre el pueblo de Cabra. Ningún objetivo militar fue alcanzado, el bombardeo recayó exclusivamente sobre la población civil egabrense, causando 109 muertos y más de 300 heridos entre su pobre gente. Mi madre que fue testigo del horror me lo contó:
“Eran más de las siete y media, de modo que, como era lunes, estábamos ya todos en planta, menos mis hermanas pequeñas y mis primas que todavía estaban en la cama. Todavía no había salido el sol y el día se presentaba gris y frío, premonitorio. De pronto nos inquietó el ruido de los aviones; apenas hubo tiempo de indagar qué pasaba pues el estruendo de las bombas que comenzaron a caer cercanas nos hizo pensar lo peor. Jamás habíamos pensado que pudiese ocurrir algo así, menos aún en el centro del pueblo, donde solo había viviendas y comercios, tan lejos del frente. Los cristales de las ventanas saltaron hechos añicos, algunos de ellos cayeron sobre la cuna de mi hermana pequeña, aunque afortunadamente no llegaron a herirla. Mi abuelo enseguida tomó el mando de la situación y nos mandó a todos a la planta baja. Las niñas lloraban aterradas y yo, que ya tenía 15 años y no me daba miedo de nada, desobedeciendo, como tantas otras veces, a los mayores salí a las cuatro esquinas a ver qué pasaba. Lo que vi no podré olvidarlo nunca, un espectáculo dantesco. Aquello era un hormiguero de gente corriendo en todas direcciones. Los llantos y los gritos eran desgarradores y se sobreponían a cualquier otro ruido de máquinas y bestias. Todo era caótico. El tránsito de heridos chorreando sangre, camino de la Casa de Socorro, era continuo; y de pronto me sobrecogió una imagen que no olvidaré jamás: sobre un carrillo, de esos de una sola rueda y dos varales, de los que usaban los albañiles en las obras para arrimar cemento, iba echada de cualquier manera una vieja, arrastrando el brazo por un lado, vestida toda de negro, empapada de sangre, moribunda…”
La vieja (eso decía, la vieja; entonces, tal vez, no se habían asignado a la palabra connotaciones tan peyorativas como las que hoy soporta), la vieja ensangrentada derrengada en el carrillo, la pobre vieja…,imagen emblemática del terrible episodio.
Las guerras son horribles. Todas las guerras, más las que directa y materialmente nos afectan. Por eso resulta aún más odioso el odioso empeño de mantener abierta la herida del horror.
Noviembre de 2022