A VUELTAS CON EL MENTIROSO

 Probablemente inspirado por William Faulkner, a quien admiraba, Juan Benet escribió lo siguiente en su novela ‘Saúl ante Samuel’: Te lo predigo, los próximos tontos de la familia se dedicarán a la política... Sin embargo, aquél no lo consideraba en el terreno especulativo sino en el de las certezas, pues, no recuerdo en cual de sus novelas, afirmaba a propósito del senador Snopes que en todas las familias el más tonto, el incapaz de ganar un dólar por sí mismo, se dedicaba a la política.

Aquí, para dedicarse a la política, no basta sólo la estupidez, aunque se posea en grado superlativo, hace falta también carecer de principios y de escrúpulos morales. El presidente del Gobierno cumple sobradamente con tales exigencias. Diariamente da muestras de ambas; normalmente, en unidad de acto.

Creo, sin embargo, que no es responsable único de lo que viene ocurriendo (sostener eso es exculpar a los demás responsables. Que, por cierto, es lo que hará su partido el día que tenga que soltar lastre, lo tomará como chivo expiatorio). No podemos olvidar que esto no es un sistema presidencialista, pese a que el cesarismo haya sido el modo de gobernar de Antonio I el Mentiroso (Pedro I el Cruel ya estaba pillado); jurídicamente, el ejecutivo actúa colegiada y solidariamente y al presidente –que viene a ser un “primus inter pares” (nunca una expresión latina me pareció tan acertada)- poco más le corresponde que coordinar y dirigir la acción de gobierno. Eso, al menos, es lo que disponen las leyes.

Existen, por tanto, aunque sólo sea formalmente, otros corresponsables: limitémonos, por ahora, a señalar entre éstos sólo a los miembros del Gobierno (ya hablaremos de los demás en otra ocasión, ahora sería prolijo). Creo que no se conoce en la historia de España un gabinete tan uniforme, en la mediocridad, en la estolidez y en la iniquidad. Lo que, por otra parte, no es de extrañar si consideramos que su presidente –como todos los bobos- es vanidoso y, como tal, padece el síndrome de Blancanieves, que consiste, como es bien sabido, en rodearse de enanos. Con todo mi respeto por los enanos. Qué decir de las dos Montero, Chiqui y Cuchipandi -tanto monta, monta tanto- o Yolanda la Amorosa, o la falsa catedrática Calvo –sus disparates son un clásico, se estudian ya en las universidades-, tan falsa como la tesis de Sánchez, o Iceta, el de los pies ligeros, etc., etc…

Es posible que Sánchez tenga alguna virtud (si admitimos que quien se dedica profesionalmente a la política en este país pueda tenerlas -político virtuoso, un oxímoron, suena hasta raro en nuestro idioma). Si es así, desde luego no hace ostentación, pese a que le guste tanto presumir de todo. Hasta el momento sólo nos ha mostrado su peor lado.

Como ya nos ha acostumbrado a la mentira, ahora trabaja la hipocresía. Por supuesto unida a la estupidez, de la que no puede desprenderse bajo ningún concepto: la Gilhipocresía, pues.

El gilhipócrita (dícese de la persona boba que piensa y actúa con doblez; quédesela, se la regalo) se finge ofendido, por afinidad. Pacta con los asesinos de ETA, o con sus herederos políticos o con su brazo político -da igual cómo nos refiramos a ellos, sabemos quiénes son y lo que son y lo que hicieron- y luego se va a echar unas lagrimitas sobre las tumbas de las víctimas.

Y sobre la hipocresía, su sectarismo despótico. Para el quídam las ideas sólo merecen respeto cuando favorecen sus intereses.

No sabe que ninguna crítica a ideologías o creencias puede ser injusta. En primer lugar, porque nadie está en disposición de establecer qué es lo verdadero o qué no (como dijo Pilatos, “…y qué es la verdad”). Pero, además, aunque así no fuese, hasta las ideas erróneas, o incluso disparatadas, merecen poder ser expresadas libremente. Los pensamientos no pagan aduana, sentenciaba, y aún recuerdo, mi viejo profesor de Derecho Penal; o como dicen los ingleses, debajo de mi capa mato al rey.

El sátrapa que tenemos por presidente pretende, sin embargo, penalizar toda opinión que contradiga lo que su Gobierno ha elevado a dogma: la ideología de género, el cambio climático, la memoria democrática, el multiculturalismo, etc. Ha estigmatizado el negacionismo  y ha condenado a los negacionistas –moderno sambenito para los modernos herejes, que tizna y ensombrece la reputación de cualquiera- no sólo a multas desmesuradas (que, por supuesto, imponen sus propios tribunales inquisitoriales) sino, incluso, a penas de cárcel a las que ni siquiera son condenados los prevaricadores superlativos, como Chaves o Zarrías.

Creo que nunca, como ahora, ha vivido este país momentos tan amargos para la libertad. La famosa conjunción planetaria que auguró Leire Pajín se ha materializado en el infame pacto de gobierno suscrito entre todos los partidos enemigos de la Nación española y de su pueblo. Nunca, como ahora, los poderes del Estado han estado tan sometidos a la voluntad de una sola persona; ni las Instituciones del Estado tan desprestigiadas y humilladas y sus servidores tan envilecidos o escarnecidos.

Juro al lector –si es que queda alguien ahí, al otro lado, que desvirtúe este soliloquio- que me había hecho firme propósito de no volver a escribir sobre este tipejo infame y dañino, pero, después de mucho resistirme, he sucumbido. Y es que estoy ya hasta los gametos de este Gobierno despótico y del cesarismo dictatorial de su presidente. Disculpen el desahogo. España se desvanece, se esfuma su grandeza sin grandeza, dócilmente, mansamente; vienen a mi memoria aquellos tristes versos de Quevedo:

Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuertes ya desmoronados…

 

Julio de 2022