A
estas alturas de la Historia, nadie cuestiona que todas las ideologías
impregnadas de totalitarismo comienzan por corromper el lenguaje. Lo señaló
acertadamente George Orwell, incluso le dio nombre: neolengua.
Digo esto porque hace poco tiempo leí
algo que me dejó patidifuso. Leí que cierto famosillo nacional iba a ser padre
mediante el recurso de la “maternidad
subrogada”. Luego, los papeles han dado noticia de otros casos; y ya con el
último (Una pareja gay, detenida
por alquilar un vientre para ser padres; El Mundo) no he podido sustraerme a
expresar mi opinión.
Vaya por delante que no tengo nada en
contra de la homosexualidad, ¡faltaría más! Como amante de la libertad, creo
que cada persona debe ser dueña absoluta de su vida –máxime en lo concerniente
a lo más íntimo-, sin más límites que el respeto a la libertad de los demás. A
lo que me opongo es, precisamente, a lo contrario. A los ataques a la libertad,
al adoctrinamiento y a la mentira; al todopoderoso –y muy millonariamente
subvencionado- lobby LGBT que promueve rabiosamente la persecución de la
libertad de expresión y de conciencia de cualquiera que ose cuestionar su
dogma.
Vivimos en una sociedad globalizada en
la que un imbécil acuña un concepto carente de sentido y racionalidad -incluso
frontalmente contrario a la razón- y una legión de borregos (comenzando por los
creadores profesionales de opinión, tertulianos y especies afines) lo vocean
sin someterlo al tamiz del juicio ni al más mínimo escrutinio. El balido del
rebaño. O como decía, en El hombre que
mató a Liberty Valance, el lúcido –y valiente, sí- editor del Shinbone Star, la voz de la manada.
La expresión en cuestión -“maternidad
subrogada”- constituye un oxímoron. Una contradictio
in terminis. Es, en suma, una expresión absurda. Se ve que la estupidez
humana no conoce límites.
Estos ideólogos del relativismo ético,
de la ética del consenso, de la ética de la conveniencia utilitarista, que
practican la ingeniería social, ignoran hasta lo más elemental. Ignoran que hay
acciones que necesariamente ha de hacer uno por sí mismo. Aquéllas que son por
uno mismo o no son. Que no pueden ser transferidas ni delegadas en modo alguno,
ni mediante ningún negocio jurídico, por imaginativo y creativo que éste
resulte. La teoría jurídica hace tiempo que les dio nombre: actos
personalísimos. Pero sobre todo, la Naturaleza se ha encargado siempre de poner
las cosas en su sitio. Por eso, constituye una solemne estupidez hablar de
maternidad subrogada, como lo sería –y, sin duda, a nadie se le ocurriría usar
la expresión- hablar de defecación
subrogada o copulación subrogada.
Claro que, en el fondo, la cuestión
esencial no es semántica, sino ética. El problema consiste en lo que se trata
de esconder detrás de las palabras. La aterradora y vergonzosa realidad que
esas dos palabras pretenden enmascarar: la
cosificación de la persona. El comercio con seres humanos. Compraventa de
personas. Hasta los antiguos romanos sabían que incluso hay cosas que deben
estar fuera del comercio humano (Res
extra comercium); aquí, ahora, vamos aún más lejos y no se respeta ni a las
personas.
La
estupidez no conoce límites, pero tampoco la desvergüenza e inmoralidad de
quienes violentan la ley natural, ínsita en la razón. De quienes tratan de
imponer –enmascarando la realidad- un modelo de sociedad contrario a la razón y
a los derechos humanos.
Kant,
en su Fundamentación para una metafísica
de las costumbres, ya lo advertía: Una cosa es todo cuanto puede ser
utilizado de un modo meramente instrumental, mientras que la persona existe como un fin en sí mismo, no
simplemente como un medio para ser utilizado discrecionalmente por esta o
aquella voluntad... Y sobre ello formulaba el siguiente imperativo
práctico: “Obra de tal modo que uses a la
humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al
mismo tiempo como un fin y nunca simplemente como medio”.
¡A
dónde hemos llegado! ¡Pobre Kant!
¡Basta
ya! O, al menos, que llamen a las cosas por su nombre.
Diciembre, 2016.