William
Faulkner, en su novela The Reivers (publicada aquí bajo el título La escapada),
definía la inteligencia como la habilidad para adaptarse al entorno. Basado en tal
premisa, sostenía que la rata era el animal más inteligente de cuantos conviven
con el hombre. Decía: “Coloco primero a
la rata sin el menor género de dudas. Vive en tu casa sin ayudarte ni a
comprarla, ni a construirla, ni a repararla, ni a pagar la contribución; come
lo que tú comes sin ayudarte ni a cultivarlo, ni a comprarlo y ni siquiera a
meterlo dentro de la casa; no te puedes librar de ella; si no fuera porque
practica el canibalismo hace mucho tiempo que habría heredado la tierra…”
Siempre
he pensado que Faulkner estaba muy acertado en eso de la inteligencia de la
rata, pero tenía mis dudas respecto a su ubicación en el ranking. El BOJA vino
el otro día a disiparlas. El BOJA dio a Faulkner la validación irrefutable.
¡Qué grande es el BOJA! ¡Qué manantial inagotable de erudición! Salomón lo
hubiese envidiado.
Me
encuentro entre sus páginas a lo más granado de la nomenklatura funcionarial
del régimen -funcionarios de cámara- saltando de la secretaría general de la
Agencia tal a la secretaría general de la Agencia cual, como trapecistas del
circo de Manolita Chen (“acreditado
artista del columpio”, bautizó a uno de ellos el único viceconsejero
decente que he conocido). Cobijados como ratas en las cloacas de la bastarda
administración paralela, plagada de ratas y cucarachas. Adaptados al entorno…
de corrupción. Corrompidos. Usufructuando sus treinta monedas, sin ostugo ya de
dignidad en sus médulas. Supervivientes incombustibles. A cubierto de la luz
(su pregonada Tramparencia) y de la
ética (“Si me comprometiera con la ética,
no estaría trabajando aquí”, dijo una de ellos). Los voy descubriendo entre
las páginas del BOJA del mismo modo en que se sorprende a las ratas cuando se
retiran los trastos viejos en un desván polvoriento. Ratas ilustrísimas.
No
digo nombres (es precisa la discreción, o la prevención, o el miedo, para
sobrevivir en un régimen como este). Lo aconsejaba mi amigo Pericles (q.e.p.d.)
con su sabia ironía grouchomarxista: "José
Luis, no digas nombres..."
No
abandonarán nunca el barco; no se verán obligados a hacerlo, porque este
régimen durará más que ellos…y que nuestros nietos.
Es el sino fatal de un
pueblo acomodado a la servidumbre y la limosna.
Noviembre,
2016.