Anda revuelto el gallinero feminista -que solo se alborota cuando le sacuden las plumas a una de las de su propio corral- por unas declaraciones de Alfonso Guerra sobre la vicepresidenta Yolanda Díaz, la Yoli. Por si el ocasional lector no tiene noticia de lo dicho por don Arfonso, reproduzco literalmente lo que este dijo. Se trataba de una entrevista en Onda Cero, la entrevistadora alude a unas declaraciones de Yolanda Díaz acusando a Felipe González de falta de rigor político, a lo que Guerra responde:
¿La vicepresidenta? ¿Criticando falta de rigor político, jurídico? ¿Ella? Le habrá dao tiempo entre una peluquería y otra. Es la verdad, le dedica mucho tiempo, sí. No tiene esencia ninguna. Una mujer que dice estoy en un tren, vale; y ahora estoy conversando con un forajido, vale, ¿y qué más? ¿qué doctrina da?
Pero no se engañe el lector. Lo que ha provocado la indignación del feminismo de cuota y subsidio, que a través del cuerpo místico sororal se duele en comunión de las cuitas de una de sus miembras como si fuesen propias, no ha sido lo esencial de las declaraciones, esto es, calificar a la vicepresidenta como una mujer sin esencia, sobre lo cual parece que hay consenso (aunque sea freudianamente otorgado), sino la alusión a la peluquería. Ahí he de reconocer que Guerra estuvo torpe. Debió haber dicho que la ocurrencia la tuvo la Yoli entre la colada y la plancha; no se hubiesen atrevido a tacharlo de machista, pues la propia Yoli confesó en la campaña electoral que planchaba dos horas al día, para relajarse, incluso nos deleitó con un vídeo en plena faena; por cierto, plancha fatal, lo sé porque plancha como yo.
Ya sabemos que Guerra suele gastar este tipo de gracias; quién no recuerda, por ejemplo, cuando bautizó a la ministra del PP Loyola de Palacio (R.I.P) como la monja alférez. La mofa fue acogida con deportividad en la derecha y con alborozo en los suyos, entre estos, muchas de las que hoy lo critican y entonces callaron, si no lo celebraron. Por cierto, aquella gracieta no era original de Alfonso Guerra, sino de Baroja; que en su novela El escuadrón del brigante refiere que don Eugenio de Aviraneta aludía a cierta señora como la monja alférez. Seguro que Guerra lo sacó de ahí y seguro que las correligionarias que le rieron la gracia pensaron que era una más de las suyas, aun llegando a ser algunas de ellas ministras de cultura. En fin, este es Guerra -genio y figura...- y este el feminismo de arrimo y conveniencia que padecemos. A este paso, el humor terminará siendo algo más parecido a las consignas del partido que a otra cosa; porque la mofa, la ironía, más burda o más finamente trabajadas, siempre han formado parte del humor.
Después de hartarme de reír con el esperpéntico espectáculo, voy al meollo de la cuestión, que no tiene nada de gracia. Y es que la izquierda dogmática ha puesto en un brete la libertad de expresión. La libertad de expresión está hoy herida de muerte, y desde luego abolida si se trata de criticar alguno de los dogmas que sostiene la ideología progre: feminismo, multiculturalismo, catastrofismo climático y todos sus ismoembustes.
Eso sí que debería haber soliviantado al rebaño o, al menos, haber agitado las pútridas aguas de la charca mediática; la categoría y no la anécdota.
Septiembre de 2023