No sorprende ya a estas alturas la contumaz incapacidad que acredita la ciudadanía –llamémosla piadosamente así- para quebrar este bucle ponzoñoso y pestilente en que se ha convertido la política patria desde que un visionario imbécil, clon de Mr. Chance, fuese señalado por la Fortuna –borracha y caprichosa- para dirigir la res pública.
No
extraña, pues, que volvamos a aquellos días fundacionales del abyecto “Pacto
del Tinell”, cuando socialistas, comunistas e independentistas catalanes se
conjuraron contra el PP para impedir la alternancia en el poder, clave de toda
democracia que aspire a serlo no sólo de nombre. Volvemos hogaño a aquellos
días con ese sarcástico “pacto por la
democracia” que teatralizaron los referidos actores; solo que ahora el
elenco ha aumentado, pues se unen a la farsa los independentistas vascos, todos
ellos: los que sacuden el árbol y los que recogen las nueces manchadas de sangre
inocente. Tan demócratas como los antiguos firmantes, pero más fanáticos aún
para el odio. Ya lo dijo un ilustre vasco –Baroja- que conocía bien el paño: “El vasco (…) ha heredado ese fanatismo
intransigente que dan las religiones semíticas…”. Se repite, pues, el rito;
solo que ahora la víctima del estigma no se llama PP sino Vox.
El
espectáculo resulta grotesco (no en vano el esperpento es creación patria). Los
partidos totalitarios y golpistas, con su historia de golpes y de crímenes,
repartiendo carnets de demócratas. Los partidos que auparon y apoyan al
Gobierno más intolerante y despótico que hemos padecido en los últimos 45 años
se permiten cínicamente dar lecciones de democracia.
Y
sobre lo grotesco, el abominable show del PP, víctima del ‘síndrome de
Estocolmo’, firmando de facto el vergonzante pacto, olvidando infamemente su
condición de víctima y pretendiendo el perdón de sus victimarios por serlo. Lo
mismo podría decirse de Ciudadanos, pero qué es Cs a estas alturas sino una
pandilla de oportunistas sin dignidad. No se puede caer más bajo.
Los
exquisitos demócratas no han
necesitado ni siquiera una semana para acreditar y refrendar con hechos,
nuevamente, que lo que pregonan y exigen de otros no va desde luego con ellos.
Se entiende que Quevedo afirmara que la calle mayor del mundo llámase
Hipocresía.
Así,
hemos contemplado impotentes cómo todos los partidos del pacto canallesco
cercenan nuestra libertad, refrendando un decreto del despótico gobierno
social-comunista, un decreto manifiestamente
contrario a la Constitución, que supone un gravísimo atentado contra los
derechos y libertades constitucionales.
Ya
advertimos en el mes de mayo que el intento de prorrogar el estado de alarma
por un periodo de tiempo superior al del plazo inicial era contrario a la
Constitución. Ahora, en un ejercicio de despotismo sin precedentes en nuestra
débil democracia, no sólo establecen una prórroga de 6 meses de duración,
humillando al Congreso –es decir, a la Nación cuya soberanía encarna y
representa- y despreciando la Constitución, sino que –poniendo en práctica su
estrategia de eludir responsabilidades y, parejamente, dar satisfacción a las
demandas de los nacionalismos vasco y catalán- delegan espuriamente, en
palmario fraude de ley, en las Comunidades Autónomas el ejercicio de las
potestades extraordinarias que entraña el Derecho de excepción.
En
efecto, el artículo 3 del decreto de declaración del estado de alarma dice
textualmente: “Ámbito territorial. La
declaración de estado de alarma afecta a todo el territorio nacional.”, al
propio tiempo que su artículo 2.2 dispone que “En cada comunidad autónoma y ciudad con Estatuto de autonomía, la
autoridad competente delegada será quien ostente la presidencia de la comunidad
autónoma o ciudad con Estatuto de autonomía, en los términos establecidos en
este real decreto.” Pues bien, tal delegación es manifiestamente ilegal. La
Ley Orgánica reguladora de los estados de alarma, excepción y sitio establece
en su artículo 7 que “A los efectos del
estado de alarma la Autoridad competente será el Gobierno o, por delegación de
éste, el Presidente de la Comunidad Autónoma cuando la declaración afecte EXCLUSIVAMENTE a todo o parte del
territorio de una Comunidad.” Siendo así que, como hemos visto, la
declaración de estado de alarma se extiende a todo el territorio nacional, no
es aceptable pues la delegación en ninguna otra Autoridad. Por tal razón, no
habla la ley de “presidentes” en plural, o del “presidente de la
correspondiente o correspondientes Comunidad o Comunidades Autónomas”.
Con
todo, lo más grave no es eso sino que lo que en verdad se delega no es la
Autoridad para ejecutar y llevar a efecto las determinaciones contenidas en el
decreto de estado de alarma; lo que en el fondo, en la práctica, se delega en
las Comunidades Autónomas es la capacidad para configurar en qué va a consistir
el estado de alarma en cada ámbito territorial, cuáles van a ser las
limitaciones reales de derechos y libertades civiles; es decir, en suma, más
allá de la mera declaración, el decreto no establece con precisión –como determina
el bloque de constitucionalidad- los efectos o contenidos de la declaración,
sino que, por el contrario, se limita a diseñar un marco amplio de posibles medidas
a adoptar, desplazando -en descarado fraude de ley y con vulneración de la
seguridad jurídica- la competencia para adoptarlas hacia las Comunidades Autónomas.
O sea, lo que en realidad se delega es algo prohibido por la Constitución: que la
determinación de los efectos y contenidos del estado de alarma quede al
arbitrio de entidades o autoridades distintas del Gobierno, bajo el control del
Congreso.
Ante este despótico atentado a la soberanía de la Nación y a los derechos y libertades de sus ciudadanos, sólo el demonizado partido Vox se ha mantenido dignamente erguido. Se comprende mejor ahora por qué los falsos demócratas tenían la apremiante necesidad de estigmatizarlo. Ha quedado de manifiesto que todos esos partidos –sostenedores y beneficiarios del corrupto régimen partitocrático- cubren su naturaleza despótica con una finísima piel de demócratas, tan fina y exquisita que con el menor roce se rompe, dejando al descubierto su verdadera sustancia.