Contaba
Quevedo que Júpiter –rey del Olimpo- increpaba a la Fortuna diciéndole: “borracha, tus locuras, tus disparates y
maldades son tales, que persuaden a la gente mortal de que no hay dioses…”.
Sucede que de nuevo ha vuelto a hacer de las suyas. La Fortuna –a despecho de
la Justicia- ha elegido al tribunal que habrá de juzgar a los expresidentes
Chaves y Griñán –y a 24 altos cargos en sus gobiernos- en el caso de los ERE.
También –con escarnio ya de la Justicia- ha decidido que la sentencia que haya
de dictarse en su día sea redactada por quien durante 8 años fue altísimo cargo
de la Junta gracias a los dos principales acusados, que le nombraron. ¡¡Qué
razón tenía el dios, faltaría más!!
El
asunto, si se reflexiona un poco, la verdad, apesta. Nos dijeron (yo lo leí en
El Mundo) que la elección del tribunal se realizó por sorteo a petición de los
propios jueces de la Audiencia, para evitar que la jueza instructora Núñez
Bolaños –amiga del inefable Consejero De Llera y del Psoe- pudiera maniobrar
para dirigir el caso hacia unos determinados jueces de su preferencia.
Es
inevitable, entonces, preguntarse: ¿Sospechaban, pues, los magistrados de la parcialidad
de la jueza instructora? La lógica nos da la respuesta. También los hechos,
incluidos los de ella.
¿Qué
temor albergaban los magistrados? ¿Qué tribunal consideraban bajo sospecha del favoritismo
de la jueza y por qué?
O
sea, si el raciocinio no falla, los magistrados de la Audiencia, sospechando de
la parcialidad de la jueza Núñez Bolaños y para evitar posibles maquinaciones
por parte de ésta, decidieron alterar el sistema ordinario de reparto de
asuntos y confiarlo al azar en lugar de a la certeza de lo predeterminado. Y
así hemos llegado a donde estamos: a hacer reales las sospechas que pretendían
desvanecer.
Dicho
de otro modo, el tribunal y el ponente están ahora bajo sospecha, porque
estando ya bajo sospecha incluso entre los propios colegas nada efectivo se ha
hecho para disiparla (aunque hay que reconocer el loable intento de éstos, que
pone de manifiesto su convicción de que el juez no sólo ha de ser imparcial
sino también parecerlo. Loable, si bien torpe y cobarde, pues otra cosa
debieron plantear si verdaderamente temían que sucediera lo que ha ocurrido).
Claro
que frente a esto sólo cabe una hipótesis alternativa y perversa: el tinglado
de la farsa fue montado precisamente para este fin. Ellos sabrán. La realidad
es que la ciudadanía –creo- empieza a ver a Chaves y a Griñan como las futuras
“infantas de Andalucía”.
Así
pues, el Afortunado juzgará a quienes lo encumbraron políticamente y a otros
con los que otrora compartiera mesa (y, a veces, mantel) en las reuniones
semanales de la Comisión General de Viceconsejeros –el “Consejillo”, en el
argot-. Pero, a mi juicio, lo más grave es que, precisamente, por su condición
de miembro del “Consejillo” el Afortunado ha tenido participación (aunque ésta
haya sido por la vía de ver, oír y callar –ergo, otorgar-) en numerosos asuntos
relacionados con los hechos que juzgará o que guardan similitud con ellos o,
incluso, que son réplica de éstos. Para quien no lo sepa, las decisiones del
Consejo de Gobierno se someten previamente al escrutinio del “Consejillo”, que prepara,
estudia e informa los asuntos a tratar. Así, por ejemplo, mientras el Afortunado
era secretario general en la Consejería de Justicia (con rango de
viceconsejero) el Consejo de Gobierno –presidido por Manuel Chaves- otorgó a
una empresa representada por su hija Paulita una subvención de más de 10
millones (minolles, si lo prefieren) de euros. El asunto, como es obligado,
debió pasar por el “Consejillo”, y el Afortunado estuvo allí; y si no estuvo,
necesariamente lo conoció, pues debió recibir citación, orden del día,
documentación y actas. Él sabrá qué hizo al respecto; como en tantos otros
asuntos.
Lo
que quiero decir es que no hace falta ser muy escrupuloso ni muy listo para
concluir que el Afortunado está, más que contaminado –subjetiva y
objetivamente-, pringado, o sea que, parafraseando a Conde-Pumpido -magistrado
in pectore del Tribunal Constitucional-, tiene la toga manchada con el polvo
del camino.
Sin
embargo, el Afortunado se empecina en mantenerse en el tribunal. Si no la Ley
–que él dice tener de su parte-, la decencia, al menos, debería apartarlo de
este caso.
Discúlpenme
la autocita, pero he publicado más de 30 artículos en los que expreso mi
opinión sobre la justicia y sobre aquéllos que, se supone, deben servirla; de
modo que es casi inevitable que lo que pueda decir ahora no sea sino cansina
reiteración -lluvia cayendo sobre un charco- de lo ya escrito. Pues bien, en
uno de esos artículos (La
sombra de la sospecha) escribí lo siguiente: “La imparcialidad es esencial, tanto que sin juez imparcial no hay
Justicia posible. Nuestra Constitución la garantiza. La imparcialidad consiste
no tanto en la actuación del juez –que es irrelevante a estos efectos- como en
la existencia de determinadas circunstancias
–subjetivas u objetivas- que induzcan a pensar que pueda no serlo. Es decir, en
la apariencia de imparcialidad. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos
(TEDH), en sus decisiones sobre los casos “De Cubber” y “Piersack” dejó bien
sentado la importancia de las apariencias en esta materia; afirmando que debe
abstenerse todo juez del que pueda temerse legítimamente una falta de
imparcialidad, pues va en ello la confianza que los tribunales de una sociedad
democrática han de inspirar a los justiciables.
Y
mucho antes que el TEDH, lo supo la sabiduría romana. César repudió a su esposa
sabiéndola inocente de las acusaciones de que era objeto; y preguntado por qué
lo hacía entonces, respondió: “Porque estimé que mi mujer ni siquiera debe
estar bajo sospecha”, así lo cuenta Plutarco en las “Vidas paralelas””.
Esa
es la cuestión clave: la apariencia. No basta con ser, hay que aparentar que se
es; como sucedió con la desdichada mujer de César.
Hasta
Luis López Guerra, juez de dicho Tribunal (uno de esos magistrados que ejercen
la función jurisdiccional gracias a su querencia partidista), afirma en un
breve ensayo titulado “El sistema europeo de protección de derechos humanos”
que el TEDH ha venido a consagrar no sólo un derecho a la imparcialidad sino a
la apariencia de imparcialidad.
Tome
nota, pues, el Afortunado. Lo dice uno de los suyos.
Marzo, 2017