UN DÍA TRISTE Y FRÍO

 De nuevo el inclemente invierno lanza un cruel zarpazo que me deja una muesca de aflicción en un corazón tan lleno ya de cicatrices y de ausencias que parece de momia. Nos dejó Rafael. Lo conocí hace 39 años, y recuerdo con detalle las circunstancias; esto sucede solamente cuando una persona deja huella. Rafael era de esas personas, de las que dejan huella. Confluían en él un conjunto de virtudes, cuya coincidencia no suele darse sino en las grandes personas, pues suele ser lo habitual que la naturaleza, o el azar, reparta desigualmente sus dones. Rafael era inteligentísimo, integérrimo, amabilísimo, modestísimo y buenísimo; sí, todo ello en grado superlativo. Quienes tuvieron la fortuna de conocerlo y tratarlo se dividían en dos bandos: los que lo apreciábamos y los que lo respetaban; pues tal era su benevolencia y rectitud que nunca consiguió hacer enemigos, cosa extrañísima y rara siendo, como fue él, una persona poderosa e influyente. Cosa, por cierto, esta última que he dicho, de la que él era consciente y así, en confidencias propias de la amistad, decía: “Yo no sirvo para esto, para esto hay que ser muy sinvergüenza…”; pero se equivocaba, sí que servía y dio un ejemplo de cómo se puede ejercer el poder con honradez e integridad, respetando la ley y sirviendo a la ciudadanía, que no para otra cosa se dota de poder a las personas que ejercen las altas magistraturas. Como esto constituía un mal ejemplo –considerando los estándares políticos patrios- pues dejaba en evidencia a casi todos, los que mandaban en su partido no lo querían. Muchos de aquellos altos cargos con los que se veía obligado a relacionarse, no pudiendo cuestionar su autoridad moral e intelectual, lo compadecían con altanería y lástima. Cuando fue apartado de sus altas responsabilidades en la Administración de la Junta de Andalucía, el Partido –no hace falta siquiera nombrarlo-, siguiendo la doctrina aquella de Zarrías o Guerra ‘de cuidar muy bien de los heridos y enterrar mejor a los muertos’, le ofreció una prominente canonjía en el Canal Sur, que rechazó sin pensárselo dos veces. Obviamente, no era como los otros.

Se une a la pena la indignación. En este país, donde entre las élites de la política impera la mediocridad, el oportunismo, la envidia, la mentira y la desvergüenza, Rafael jamás tendrá el reconocimiento y la gratitud que merece. Ninguna calle llevará su nombre, ningún galardón pondrá punto final a su currículum; en este país las medallas cuelgan del pecho de los canallas que dan nombre a sus calles y plazas.

Sí quedará su ejemplo y su recuerdo, sin embargo, en el corazón de los que lo conocimos y quisimos. Mi hija, siendo niña, en un simpático ejercicio de paranomasia, en lugar de referirse a él como Rafael Benavente, le llamaba Rafael Buenagente. Ese será tu galardón en nuestros corazones; adiós para siempre, Buenagente.

Enero de 2022