La heroica nación duerme la siesta mientras la carcoma socava los
cimientos de la patria, si un tiempo
fuertes ya desmoronados... Prefiero esta expresión -patria carcomida- como
metáfora de la podredumbre que corrompe el cuerpo social y corroe sus siempre
inseguros fundamentos hasta reducirlos a serrín. Otros hablan de ‘estado
fallido’ o ‘España fracasada' o ‘cáncer de estado’, yo prefiero, digo, como
metáfora, la carcoma. Cáncer de estado conlleva la estigmatización de la
enfermedad y de quienes la padecen -lo apuntó certeramente en un ensayo Susan
Sontag-, preferible evitar la expresión, si se puede; por otra parte, estado
fallido o patria fracasada denotan, en mayor o menor grado, un intento previo dotado de nobleza, buena
intención y rectitud en la acción, que finalmente se ve truncada por cierto
fatalismo. Carcoma, pues. Y esa carcoma se llama partitocracia, o control absoluto
de todas las instituciones del Estado por parte de la oligarquía partidista.
Del mismo modo en que las larvas del insecto devoran en la oscuridad
las entrañas de la madera convirtiéndola en serrín, así la partitocrática
carcoma realiza su demoledora labor, opacamente, disimuladamente pero
contumazmente, royendo insidiosamente y sin descanso las páginas del libro de
la Constitución, dejándonos, en su lugar, como la carcoma, sus detritus; que, en el colmo de la desfachatez y el
cinismo, pretenden, además, hacernos creer que es el maná redentor.
Las especies de carcoma que corroen los cimientos de la vieja España
tienen nombre: se llaman Partido Socialista, Partido Nacionalista Vasco,
Esquerra republicana de Cataluña, BILDU, Partido Comunista (sea cual sea la
careta que coyunturalmente use para su propósito: IU, Podemos, etc…), JxC, y,
en menor medida, Partido Popular, cómplice oportunista cuando ha convenido a
sus intereses de partido.
No nos engañemos, aquí no hay democracia, o, mejor dicho, si la hay,
lo es en el sentido que le otorgaba Aristóteles: o sea, como corrupción del
gobierno de la mayoría, que él llamaba politeía
o república. No existe separación de poderes donde el Poder Legislativo
está sometido sin disimulo al Gobierno, a un Gobierno, por cierto, de
mentirosos; ni donde ese mismo Gobierno es el que designa –directa o
indirectamente- a las altas magistraturas de la judicatura y a los miembros del
órgano supremo que representa el Poder Judicial y se permite, además,
‘contrapesar’ –por usar la misma expresión usada por la vicepresidenta de ese
Gobierno- las decisiones de los tribunales. No existe estado derecho sino
inseguridad jurídica y arbitrariedad y desigualdad y privilegios de casta. En
definitiva, estamos sumidos mansamente en un embeleco o en una ensoñación, que
insistimos en llamar erróneamente democracia.
Parafraseando a Job, podríamos afirmar que un árbol tiene esperanza,
pero esta adormilada sociedad…se gastarán
los cielos y no despertará de su sueño.
La Nación española tiene los días contados, si esta corrosiva plaga no
es exterminada de raíz.