Leo en los medios que la Junta de Andalucía del cambio ha dejado sin empleo al médico Jesús Candel, alias Spiriman. Los gerifaltes junteros niegan que se trate de un despido, sino que –afirman cínicamente- el nuevo cáncer que aqueja a Candel –tras haber superado recientemente otro- le incapacita funcionalmente para ejercer como médico de familia y de urgencias. Acabáramos. Por supuesto, el cáncer incapacita; más si es grave y recurrente. Lo que sucede es que cuando un empleado público –como cualquier otro trabajador- se ve incapacitado para el desempeño de su labor lo que la ley determina no es, precisamente, su despido. De modo que esto huele a represalia; que digo, apesta a represalia y venganza.
De
todos es sabido que Spiriman es un
conocido activista en el área sanitaria. Con su asociación Justicia por la sanidad comenzó plantando cara al régimen
socialista andaluz y no se ha plegado después ni a los halagos ni a las
prebendas ni a los cargos, y mucho menos a las amenazas, con que los nuevos
déspotas lo tentaron y amonestaron para silenciarlo. Desplantes que jamás
tolera la soberbia de los poderosos. La historia está plagada de abyectos
ejemplos.
Cuenta
Plutarco que Marco Antonio, en cuanto tuvo poder para ello, mandó asesinar a
Cicerón, tras haberlo incluido en la lista negra de proscritos. Detalla
Plutarco que cortaron al cadáver la cabeza con la que pronunció las Filípicas y las manos con las que las escribió
y que fueron expuestas en la tribuna de oradores, cruel manifestación de la
soberbia de su poderoso enemigo.
Salvando
las distancias, esta cruel y despiadada venganza que se perpetra contra Jesús
Candel, iguala a aquel despótico triunvirato romano con este más moderno y
suigéneris andaluz; y a sus protagonistas: el brutal y sanguinario Marco
Antonio con el cobarde y desalmado Moreno Bonilla; y a sus cómplices de
gobierno, de aquellos y estos tiempos,
consentidores insensibles y silentes.
Verdaderamente,
la degradación moral de este gobierno de los Juanmas alcanza cotas que jamás imaginamos, aun sospechando de
antemano que las promesas regeneradoras con que embaucaron al lectorado eran
sólo embeleco y cuento.
Juanmamó, como Marco Antonio, ha
traicionado el discurso regenerador con que llegó al poder y, como él también,
una vez instalado en el trono no ha tardado en manifestar su naturaleza
soberbia y despótica. Este es sólo otro ejemplo más.
La
historia es terca y se repite porque no escarmentamos. Quevedo nos advertía: Calaveras son que nos amonestan los asirios,
los griegos y los romanos: más nos convienen los cadáveres de sus monarquías
por escarmiento que por imitación…”, pero no aprendemos.
De
déspota en déspota, parece que estemos condenados irremediablemente al yugo. Lo
cual hace a
mis ojos más estimable al personaje. Porque se puede estar o no de acuerdo con
sus planteamientos, pero lo que yo desde luego considero digno de admiración,
reconocimiento y respeto, en un país de mansos bueyes con querencia al yugo,
como es este nuestro, es la virtud de la rebeldía, en toda causa que se
reivindique y defienda civilizadamente y sin violencia; como es, justamente, el
caso de Spiriman. ¡Ánimo, Jesús!