OLVIDADIZOS Y OLVIDADOS

 El otro día contaba el periódico que el presidente de México, Enrique Peña Nieto, había plagiado el 30 por ciento de su tesina. El aludido se defendía diciendo que no se trataba de un plagio sino de un error de estilo: había olvidado entrecomillar los párrafos escritos por otros y, desde luego, citar a sus autores. Esto me llevó a reflexionar sobre un tema que ya no me depara sorpresa alguna: la condición humana.
¿Somos descuidados y poco rigurosos en nuestros asuntos o, por el contrario, lo que sucede, más bien, es que nuestra vanidad y egolatría nos domina? ¿Son memos los políticos o lo que sucede, más bien, es que su arrogancia es tan grande que ya no se molestan en disimular el desdén que nos profesan?
Las preguntas, obviamente, son retóricas; reconozco que la misantropía crece en mí en la misma proporción que mis años. Pronto llegaré a ser como Mark Twain –según cuenta Borges en “Otras inquisiciones”-: “Yo no pregunto de qué raza es un hombre; basta con que sea humano. Nadie puede ser nada peor.”
Pero, volviendo al tema, lo cierto es que este venial desliz ético se da con demasiada frecuencia. A lo largo del tiempo y en todos los campos de la actividad humana. Mostraré unos ejemplos que nos van a sonar:
Empecemos por Joaquín Sabina; autor de la letra de una de sus bellas canciones titulada “El Café de Nicanor”, dice en un fragmento de la misma:
“…y el último disparate
de Nicanor,
que cuando le preguntaron
si había estado enamorado,
como es un hombre sincero,
“yo, no señor -contestó-,
yo siempre fui camarero
Buenísimo, ¿verdad? Pues bien, la cuestión es que no es de Sabina sino de alguno de los guionistas (W. Miller y Samuel G. Engel) o, tal vez, de alguno de los autores (Sam Hellman o Stuart N. Lake) de las obras literarias en que estaba basado el guión de la genial película de John Ford “Pasión de los fuertes”. En ella hay una secuencia en la que el celebérrimo sheriff Wyatt Earp (Henry Fonda), acodado en la barra del bar le dice al barman (J. Farrell McDonald):
“Mac, ¿nunca has estado enamorado?”, y éste adusto le responde sin dejar de secar los vasos recién fregados: “No señor, he sido camarero toda mi vida.”
Otro ejemplo: Hizo fortuna la frase que en la película “El Padrino” (1972) sentencia Michael Corleone: “No es nada personal, sólo negocios…” Todo el mundo la conoce y seguramente  son  incontables las veces que en los más diversos ámbitos la hemos oído repetir. Sin embargo, la frase ni es de Corleone ni de Coppola ni de Mario Puzzo (coguionista y autor de la novela) sino de la película de George Cukor “La impetuosa” (1952), con Spencer Tracy y Catherine Hepburn. ¿Homenaje de Coppola a Cukor?; puede ser, pero, en tal caso, nadie se enteró, tal vez ni el propio homenajeado.
Y a quién no le suena este saludo: ¿Cómo están ustedeeeeeees……? Lo conocen, ¿verdad? Incluso es probable que en alguna jocosa ocasión lo hayan soltado. Y con toda seguridad habrán pensado ustedes en los famosos payasos Gaby, Fofó y Miliki, los llamados “payasos de la tele”; y tendrán por suyo dicho saludo, que tuvo tan buena acogida y tanto éxito, que ya siempre les acompañó y hasta sirvió para dar nombre a sus discos y espectáculos. Pues bien, el famoso saludo no era de los “payasos de la tele” sino del más célebre payaso de Inglaterra de comienzos del siglo XIX: Joseph Grimaldi. Este fue quien acuñó la frase que hizo, por demás, fortuna en su época. Eso, al menos, es lo que cuenta Wikie Collins en su novela “La pobre señorita Finch” (1872).
Lo cierto es que, como dijo el sabio en el Eclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol.
Tal vez, en un remoto tiempo o en un recóndito lugar o en uno de esos fantásticos mundos paralelos tan caros a Borges y a Bioy Casares, y a la desconcertante ciencia cuántica, alguien ya escribió o esté escribiendo: “El otro día contaba el periódico que el presidente de México…”
Agosto, 2016

EL TIEMPO NO SÓLO MATERIA DELEZNABLE

Materia deleznable. Borges lo dijo. Pero no es esa, precisamente, la propiedad que más lo caracteriza. Por el contrario, algo menos inconsistente y volátil  constituye el principal atributo del tiempo: su poder corrosivo y destructor.
Desde los remotos tiempos del mito, el hombre fue consciente -y temeroso- de ello. Así, la propia personificación del Tiempo: un dios terrible, devorador de sus propios hijos.
Nada respeta el tiempo. Ni siquiera la hermosura -a despecho de la sabiduría cervantina, expresada por fauces caninas, que sentenció que es prerrogativa suya que siempre se le tenga respeto-. La belleza que todo lo redime -que así es la condición humana- no halla, sin embargo, sosiego cuando el tiempo pone sus ojos en ella.
Shakespeare lo supo y lo cantó en alguno de sus inmortales sonetos:
Cuando cuarenta inviernos pongan sitio a tu frente
y hondas zanjas los campos de tu belleza crucen…”;
“…pues el tiempo, incesante, al verano conduce
hacia el odioso invierno y lo aniquila en él…”
Ni el sentimiento más excelso –si hacemos caso a Góngora:
De pura honestidad templo sagrado (…)
fue por divina mano fabricado (…);
soberbio techo, cuyas cimbrias de oro (…)
ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta, y tus virtudes reza.”-
se libra de las garras inclementes del tiempo. Digo, obviamente, el amor. Quevedo, más experto que don Luis en esas lides, creo, lo vio con claridad: “al amor si no lo aniquila la  hambre lo mata el tiempo.”
Y qué decir de la Justicia. Aspiración ancestral e irrealizable. Para Aristóteles (aunque es probable que la frase fuese de Píndaro,  al que no citó) la salida y la puesta del sol no eran tan dignas de admiración; pues bien, el tiempo ultraja la Justicia hasta desnaturalizarla y convertirla, incluso, en injusticia. Conocido es el aforismo “Justicia diferida es Justicia denegada”. Incluso el emperador Domiciano, hombre cruel hasta con las moscas -según cuenta Suetonio-, consciente, sin embargo, de tal cosa, mandó que el pleiteante que prorrogase el pleito más de un año fuese de roma públicamente desterrado. Esto, al menos, es lo que refiere Antonio de Guevara en su “Menosprecio de corte y alabanza de aldea” (y, aunque no es exactamente así, se aproxima mucho a lo que escribió Suetonio: que Domiciano administró justicia con diligencia y absolvió a todos los acusados cuyo nombre hubiese sido fijado en las puertas del erario público con anterioridad a los últimos cinco años y no permitió que fueran procesados de nuevo, a no ser dentro de aquel mismo año…). Sea o no así, lo cierto es que si algo caracteriza al tiempo es su devastadora naturaleza. El tiempo todo lo corroe, hasta lo más noble –si es que algo elevado, aparte de las artes, puede haber siendo humano-. Todo lo estraga el tiempo. Juan Boscán lo dijo bellamente:
El tiempo en toda cosa puede tanto,
que aun la fama por él inmortal muere;
no hay fuerza tal que el tiempo, si la hiere,
no le ponga señal de algún quebranto.
Y también Borges, que se ocupó extensamente del asunto en poemas y ensayos -hasta el punto de escribir la “Historia de la eternidad”-, lo sintetiza en un par de versos de su genial poema “El reloj de arena”: …todo lo arrastra y pierde este incansable/ hilo sutil de arena numerosa
Pero no quiero hoy hablar de lo evidente. El tiempo posee otras propiedades menos explícitas. El tiempo goza de una extraña cualidad reparadora, revitalizante y redentora.
El tiempo que todo lo destruye y corroe es, paradójicamente, paladín de pusilánimes, sostenedor de inicuos y redentor de réprobos. Y es que la paradoja es la sustancia del tiempo; que lo diga, si no, la ciencia moderna desde Einstein.
El tiempo que se alimenta de desdichas, defeca paradojas.
Aquí, por desgracia, no han faltado los que han sabido aprovecharse de ello. Digo entre los políticos; tan espabilados cuando se trata de lo suyo. Es de dominio público que entre las armas secretas de Franco (el brazo incorrupto de santa Teresa y la bruja Mersida) ocupaba lugar preeminente el cajón de los asuntos entregados al cuidado reparador del tiempo. Rajoy, como es registrador, lo supo y, como alumno aplicado, lo practica. También nuestra esperanza de Triana, aunque menos ilustrada más lista. Pero sobre todos ellos, el que más provecho está sacando de esta paradoja es, sin duda, Pedro Estornudo (no confundir con el escribano cervantino de Daganzo), me refiero a Pedro Snchz, líder del PSOE. Como Franco, ha confiado al tiempo la solución de sus problemas. De su principal problema: su supervivencia. Sabe que mientras no se oficie el funeral y se celebre el sepelio el cadáver estará de cuerpo presente. Esa es su salvación.
Pedro Estornudo es un cadáver insepulto. Un difunto muy vivo, sin embargo. Aunque, como tal, apesta. Por eso no hará nada y todo su afán consistirá en que nada se lleve a cabo.
¡Ay, el tiempo y sus puñeteras paradojas!
Agosto, 2016

MEMORIAS APÓCRIFAS

Refiere don Latino que estando con Max tomando un Rute en ca Pica Lagartos, en la calle de la Montera, oyó la siguiente conversación que mantenían unos que jugaban al mus en la mesa de al lado. Eran los musolaris un guindilla grande y fortachón, propenso a la rijosidad, con fama en el barrio de manso y bonachón, un matasanos de la beneficiencia, con más humanidad que un picador en buen año y que debía más muertos que Billy el Niño, un plumilla del Buey Apis, de ojos pequeños y cara de malas pulgas y un empleado del fielato de Vallecas, aficionado a la tipografía y un tanto enteraillo:


EL GUINDILLA: Pa mí, en mi poca ignorancia, que esa tía es colega de La Lunares.
El EMPLEADO DEL FIELATO: ¿Por qué lo dices?
EL GUINDILLA: Porque hace un momento estaba ahí, en la puerta de la taberna, enseñando hasta la “ramailla” del culo.
EL PLUMILLA: ¿Ahí, sin más, coram populo?
EL GALENO: ¿Coram populo? No entiendo eso, yo soy un hombre lerdo.
El GUINDILLA: ¿Qué dice que es?
El DEL FIELATO: ¡¡Un cerdo con ele!!

Agosto, 2016