NADA NUEVO BAJO EL SOL

Si es cierto lo que muchos afirman, que el Eclesiastés es obra del rey Salomón, a nadie extrañará, pues, que el hombre más sabio de la antigüedad advirtiera ya en aquellos remotos tiempos, y de modo tajante, que nada nuevo hay bajo el sol.

Después, durante siglos, se ha repetido la sentencia -nihil novum sub sole, y sus variaciones- hasta la saciedad, creando así una especie de consenso atemporal sobre la validez universal del aserto salomónico.

Siendo eso así, no sería disparatado afirmar igualmente que ninguna palabra ha sido dicha que ya antes no hubiese sido pronunciada, ni siquiera lo inefable o aquello que, como el nombre de Dios, es innombrable. Todas las palabras, dichas o escritas o pensadas o rumiadas y no pronunciadas finalmente por los labios, no son pues sino las voces de los muertos. El eco de las voces de los muertos. Un lejano eco. Quevedo, un hombre sabio también, nos lo recordaba:

...vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos...


Son entonces las palabras como la luz de las estrellas muertas, que hace miles o millones de años se extinguieron, dejaron de existir y, sin embargo, nos iluminan en nuestros días, su legado para la humanidad.

Del mismo modo, ninguna historia hay que no haya sido antaño vivida y contada. Ninguna desdicha que no haya sido padecida otrora por otros. Ningún sufrimiento o dolor que no los haya antes que a nosotros afligido. Ninguna lágrima que no haya sido ya derramada. Ninguna esperanza que no haya sido defraudada. Ese es el legado imperecedero de la humanidad: eco. El eco de lo que fue es el legado recibido, como será asimismo el que dejaremos a las generaciones venideras, mientras la humanidad subsista. Vidas ya vividas, palabras ya dichas. Nada nuevo mientras el sol alumbre.


Marzo de 2025