Curioseando
en el perfil de wasap de miss Mary, me demoro en la contemplación de la foto
que lo ilustra: una pelota de tenis entre los coloridos cojines. Sin duda, “su”
pelota, pienso.
Inmóvil –más bien petrificada, como una estatua-, condenada ya para siempre a
la acinesia, y al olvido. Regurgito el dolor por los ojos; amargas lágrimas.
Y
cavilo que, sin embargo, no
bastaría, para aliviarlo, deshacerse de ella, digo de su pelota, de sus
cosas. No serviría, me digo; todo quedó impregnado. En todos los espacios que
habitó quedó su estigma. Contaminado todo, lo cotidiano evoca su memoria (y su
desdicha): la huella de sus mordisqueos infantiles en las gafas de lectura, la
pluma, el radiador, las gruesas cubiertas de los libros colocados en el plúteo
inferior de la estantería… las naranjas yacentes –y aburridas, ahora- en el
césped…
Cosas
mudas que, paradójicamente, hablan de ella en su silencio. Extrañamente sigilosas, decía Borges:
“…ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.”
No
saben que te fuiste. Nunca sabrán.
Mayo, 2017