Hace
ya muchos años en uno de los libros sapienciales de la Biblia –atribuido al
sabio rey Salomón- se ponía de manifiesto la tremenda inconsistencia de las cosas
mundanas: “…omnia vanitas”. También la mitología registró la evidencia, para
aviso y amonestación de los cándidos mortales.
La
sentencia alumbraba –por contrapunto- un fin trascendente: “…el hombre y la bestia tienen la misma
suerte…en nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad…¿Quién sabe
si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba…?”
Hoy,
tres mil años después, la humana condición ha conseguido superar a las
bestias…en su animalidad. Hemos conseguido rebajar la futilidad de los humanos
afanes a mera frivolidad y espectáculo chungo. Las bestias no pueden ya
igualársenos.
Vivimos
una vida banalizada (“vanalizada” leí el otro día en una sentencia del Tribunal
Supremo. ¡Oh, témpora…!) La moderna ingeniería social –con su ética del
relativismo, el pensamiento único y el correctismo
político- está ganando la batalla del adoctrinamiento de las masas. Los
medios de comunicación de masas -¡qué cabal el concepto!: masas”- se han encargado, por su parte, de convertir la vida en
espectáculo. Esa es su contribución y su papel en el modelo que se nos impone,
impregnado de totalitarismo hasta la médula.
Ya
no hay espacio para el individuo. Ni libertad. El poder ha invadido toda
privacidad y toda individualidad es encorsetada en el colectivismo. El poder –y
sus medios de comunicación de masas- dictan ya hasta los sentimientos. Todo es
corrupción. Nada queda ya íntegro. No hay espacio ni siquiera para el
sufrimiento.
El
sufrimiento convertido en show. A nadie conmueven ya los dramas de los desdichados,
servidos como un plato más a la hora del telediario. Los cadáveres de los niños
sirven de entretenimiento a los ociosos y de reclamo publicitario a los
filántropos mercaderes de las ONGs. ¡ONG! Mienten hasta en el nombre estas
organizaciones mercantiles que alimentan sus burocráticas estructuras con los
fondos gubernamentales. La solidaridad ya no existe. Tampoco los voluntarios,
ahora mercenarios o, si acaso, necesitados trabajadores explotados por la
oligarquía filantrópica. Las burocráticas multinacionales de la filantropía han
corrompido la compasión. Espectáculo y negocio.
Y,
por supuesto, en la política encontramos lo peor. Si algo hay hoy en la
política patria es eso: frivolidad y espectáculo. Y negocio. Claro que para que hubiese
nobleza en la política sería preciso que los sujetos fuesen ciudadanos, no
masa. La democracia requiere ciudadanía soberana, no rebaño pastoreado. La
democracia, pues, no existe, al menos aquí. Es pura ficción, embeleco.
Y
ya lo que nos faltaba, el premio Nobel de literatura a Bob Dylan. ¿Qué quedará
pronto que ennoblezca lo humano?
Tal
vez por eso, cada vez me gustan más los perros.
Octubre, 2016.