SOBRE LA DENOMINADA ‘GESTACIÓN SUBROGADA’


Siendo, como suele decirse en los medios, un asunto de rabiosa actualidad, he pensado aprovechar la ocasión para recordar lo que en el año 2016 escribí sobre el tema. Lo titulé “La voz de la manada”, el lector perseverante -y desocupado- descubrirá por qué, si sigue leyendo. No obstante, creo que es obligado llamar la atención sobre cierto detalle: cuando se dieron los primeros casos, se dio nombre el suceso llamándolos ‘vientres de alquiler’. Después -cuando escribí la referida pieza- la ideología progre ya había descubierto en ello un atajo para satisfacer las demandas -primordialmente del colectivo LGTBI- salvando los obstáculos que la naturaleza objetaba frente a los deseos de paternidad y eludiendo los engorrosos trámites y condicionamientos legales, tan inciertos y azarosos en sus resultados, pero, sobre toda otra consideración, se hacía necesario ‘ennoblecer’ y ‘connaturalizar’ el hecho y borrar todo rastro de mercantilismo. Así pues, el asunto pasó a ser referido por la progresía en el poder -y sus sumisas terminales mediáticas- como ‘maternidad subrogada’; nadie o casi nadie osaba ya hacer referencia a un negocio jurídico de naturaleza sinalagmática, a una relación contractual, tan capitalista y tan ajena al tinte connatural, generoso y altruista con que pretendía encubrirse la realidad del asunto. Pasando el tiempo fue necesario de nuevo redefinir el concepto, pues el término ‘maternidad’ chocaba frontalmente con los nuevos conceptos acuñados por la imperante ideología de género. Ya sabemos que en esta aberrante ideología no tiene cabida la palabra ‘madre’ -tal vez porque sus ideólogos no conocieron a la suya-, y que prefieren, y han dispuesto, sustituir la palabra por la de ‘progenitor gestante’. Era, por tanto, obligado liquidar el término ‘maternidad subrogada’ y sustituirlo por otro que armonizara más con su ideario: ‘gestación subrogada’, pues. Como hemos repetido hasta la saciedad, la manipulación del lenguaje va siempre por delante en la acción de los totalitarismos.

Bueno, sin más exordios, reproduzco a continuación lo que escribí entonces al respecto:




LA VOZ DE LA MANADA

A estas alturas de la Historia, nadie cuestiona que todas las ideologías impregnadas de totalitarismo comienzan por corromper el lenguaje. Lo señaló acertadamente George Orwell, incluso le dio nombre: neolengua.

Digo esto porque hace poco tiempo leí algo que me dejó patidifuso. Leí que cierto famosillo nacional iba a ser padre mediante el recurso de la “maternidad subrogada”. Luego, los papeles han dado noticia de otros casos, y no he podido sustraerme a expresar mi opinión.

Vaya por delante que no tengo nada en contra de la homosexualidad, ¡faltaría más! Como amante de la libertad, creo que cada persona debe ser dueña absoluta de su vida –máxime en lo concerniente a lo más íntimo-, sin más límites que el respeto a la libertad de los demás. A lo que me opongo es, precisamente, a lo contrario. A los ataques a la libertad, al adoctrinamiento y a la mentira; al todopoderoso –y muy millonariamente subvencionado- lobby LGBT que promueve rabiosamente la persecución de la libertad de expresión y de conciencia de cualquiera que ose cuestionar su dogma.

Vivimos en una sociedad globalizada en la que un imbécil acuña un concepto carente de sentido y racionalidad -incluso frontalmente contrario a la razón- y una legión de borregos (comenzando por los creadores profesionales de opinión, tertulianos y especies afines) lo vocean sin someterlo al tamiz del juicio ni al más mínimo escrutinio. El balido del rebaño. O como decía, en El hombre que mató a Liberty Valance, el lúcido –y valiente, sí- editor del Shinbone Star, la voz de la manada.

La expresión en cuestión -“maternidad subrogada”- constituye un oxímoron. Una contradictio in terminis. Es, en suma, una expresión absurda. Se ve que la estupidez humana no conoce límites.

Estos ideólogos del relativismo ético, de la ética del consenso, de la ética de la conveniencia utilitarista, que practican la ingeniería social, ignoran hasta lo más elemental. Ignoran que hay acciones que necesariamente ha de hacer uno por sí mismo. Aquéllas que son por uno mismo o no son. Que no pueden ser transferidas ni delegadas en modo alguno, ni mediante ningún negocio jurídico, por imaginativo y creativo que éste resulte. La teoría jurídica hace tiempo que les dio nombre: actos personalísimos. Pero sobre todo, la madre Naturaleza se ha encargado siempre de poner las cosas en su sitio. Por eso, constituye una solemne estupidez hablar de maternidad subrogada, como lo sería –y, sin duda, a nadie se le ocurriría usar la expresión- hablar de defecación subrogada o copulación subrogada.

Claro que, en el fondo, la cuestión esencial no es semántica, sino ética. El problema consiste en lo que se trata de esconder detrás de las palabras. La aterradora y vergonzosa realidad que esas dos palabras pretenden enmascarar: la cosificación de la persona. El comercio con seres humanos. Compraventa de personas -madres e hijos-. Hasta los antiguos romanos sabían que incluso hay cosas que deben estar fuera del comercio humano (Res extra comercium); aquí, ahora, vamos aún más lejos y no se respeta ni a las personas.

La estupidez no conoce límites, pero tampoco la desvergüenza e inmoralidad de quienes violentan la ley natural, ínsita en la razón; de quienes tratan de imponer –enmascarando la realidad- un modelo de sociedad contrario a la razón y a los Derechos Humanos.

Kant, en su Fundamentación para una metafísica de las costumbres, ya lo advertía: Una cosa es todo cuanto puede ser utilizado de un modo meramente instrumental, mientras que la persona existe como un fin en sí mismo, no simplemente como un medio para ser utilizado discrecionalmente por esta o aquella voluntad... Y sobre ello formulaba el siguiente imperativo práctico: “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como un fin y nunca simplemente como medio”.

¡A dónde hemos llegado! ¡Pobre Kant!

¡Basta ya! O, al menos, que llamen a las cosas por su nombre, sin mentiras encubridoras de la verdad.