No
albergo duda alguna sobre una cuestión: que la ideología progre –con todos sus
dogmas sobre el multiculturalismo, la ideología de género, el ecologismo
apocalíptico, el igualitarismo, etc.- y, en particular, el feminismo, está
impregnada de totalitarismo. Es totalitaria porque no considera al individuo
como tal –así, contados de uno en uno,
como dijo el poeta- sino como integrante de un colectivo; no como un fin en sí
mismo sino como un medio para un propósito que consideran superior (Calvo, se
lo recordaba hace poco a Carmen Maura: niña, lo importante es el colectivo. También, la zarina de Galapagar: “El machismo no son ‘hombres que se portan
mal’. Es estructural, no individual. Por eso las soluciones sí incluyen a todos
los hombres.”) Es totalitaria porque promueve la intromisión del Estado en
el ámbito personal. Promueve que los poderes del Estado regulen asuntos
exclusivamente personales y se inmiscuyan en la vida íntima y privada de las
personas (hasta el detalle de imponer que el hombre debe miccionar sentado),
llegando a penetrar incluso hasta en la orientación de sus sentimientos. Es
totalitaria, pues, porque atenta contra la libertad individual. Es totalitaria
porque pretende imponer sus tesis como
si fuesen dogmas, y, por tanto, convierte en tabú no ya su cuestionamiento sino
su mero escrutinio. Es totalitaria porque estigmatiza y criminaliza, feroz y
despiadadamente, a quien se atreva a cuestionar sus dogmas. Valga como ejemplo
la sañuda persecución –arbitraria, despótica y prevaricadora, por parte de
algunos poderes públicos; antidemocrática y violenta por parte de algunas
organizaciones políticas y asociaciones feministas- desatada contra la
organización Hazte Oír por atreverse
a publicitar la siguiente opinión que reproduzco literalmente: “No es violencia de género, es violencia
doméstica. Las leyes de género discriminan al hombre”.
Es
la nueva religión. Que, por desgracia, profesa la mayoría social; y que, como
toda religión, se asienta en la fe (creer lo que los ojos no ven) y no en la
razón. Y ¡ay de los herejes! ¡Pobre de aquél que no comulgue con sus dogmas!
Los réprobos serán marcados con el estigma de fachas, condenados a la exclusión
social -no ya en un imaginario
purgatorio o en otros lugares de una vida futura sino en ésta- y degradados
personal y profesionalmente a la categoría de excremento. Eso si no son
enviados directamente a la cárcel.
Como
toda ideología y, más aún, como ideología totalitaria, el feminismo está basado
en la mentira. La mentira forma parte de su esencia, es una componente orgánica, una protección sin la cual no podría
sobrevivir. La ideología feminista constituye -como advirtió Jean-François
Revel en ‘El conocimiento inútil’- una triple dispensa: dispensa intelectual,
dispensa práctica y dispensa moral (…) y se fundamenta en una comunión en la mentira, implicando el ostracismo
automático de quienquiera que rehúse compartirla.”
La
ideología feminista deriva sus tesis de una hipótesis absolutamente falsa: que
vivimos en una sociedad patriarcal, en la que el hombre goza de derechos y
privilegios sociales que no están al alcance de la mujer. Donde la existencia
de la mujer –sólo de la mujer, ojo- resulta dramática: “más de la mitad de la población del planeta pagamos un particular y
dramático peaje por ser mujeres” (Calvo dixit). Las feministas están ancladas en las mismas
tesis –porque conviene a sus intereses, obviamente- que en el siglo XIX formuló
John Stuart Mill en ‘El sometimiento de
las mujeres’; cuando en Inglaterra, como en el resto de naciones
occidentales, efectivamente se vivía bajo un modelo de sociedad patriarcal.
Incluso, más recientemente, los que somos mayores, hemos vivido en una sociedad
en la que la mujer era ciudadana de segunda categoría y bajo unas leyes que,
indiscutiblemente, la discriminaban. Las feministas de hoy siguen ancladas en
ese pasado. No perciben, o no quieren percibir, que la sociedad actual no es
una sociedad patriarcal. Y que, desde la Constitución de 1978, los hombres y
las mujeres gozan de los mismos derechos. Obvian, pues, los hechos. Manipulan
la realidad y hablan de desigualdad. Por ejemplo, la cacareada brecha salarial. Una burda manipulación
estadística de la realidad. Porque yo reto a quienquiera a que muestre en qué
relación de puestos de trabajo funcionarial, se paga menos si el puesto lo
ocupa una mujer. En qué convenio colectivo se establecen diferencias salariales
en función no ya de la categoría profesional sino del sexo del trabajador. En
qué contrato con la Administración se paga menos al contratista si ésta es
mujer. Reto a que se me diga qué juez o qué policía o qué ingeniera o qué
médica o qué cajera o qué empleada de banca o qué limpiadora gana menos por ser
mujer que los hombres en el mismo desempeño. Que me digan en qué ley o convenio
viene establecido. Porque no olvidemos que si en la práctica se dieran casos
de discriminación tenemos leyes, tribunales y una Inspección de Trabajo para
corregir la desigualdad y sancionar al autor. Entonces, ¿de dónde sacan que la
mujer recibe un salario inferior sólo por el hecho de ser mujer?
Todo
ello es, pues, una gran mentira. Hoy, afortunadamente, no vivimos en una
sociedad patriarcal y nuestro ordenamiento jurídico consagra la igualdad ante
la ley sin que pueda haber discriminación alguna por razón de sexo. Sin
embargo, el feminismo niega esa realidad y, no sólo eso, sino que culpabiliza
al sexo masculino como si se tratara del sujeto de una conspiración para
perjudicar a las mujeres y obtener beneficios a su costa. El feminismo no busca
la igualdad entre el hombre y la mujer, porque eso ya lo garantizan la
Constitución, las leyes y las Instituciones, lo que persigue es justamente lo
contrario: la supremacía de la mujer sobre el hombre. El feminismo aviva la
guerra de sexos, una canallada impúdica. Y es que, como señalaba Revel, la
ideología distorsiona la percepción de la realidad y suspende el ejercicio de
la conciencia moral.
Frente
a ello, casi nadie se atreve a levantar la voz. Por eso, las pocas mujeres que
osan desacreditar, negro sobre blanco, la mentira del feminismo merecen el
reconocimiento de su honradez intelectual y moral y, sobre todo, de su
valentía, rayana en la heroicidad. Voces que claman en el desierto frente a la
estupidez de unas y la cobardía de otras. Por cierto, resulta clamoroso el
silencio del feminismo en nuestra sociedad ante la inmigración musulmana. Éste
colectivo sí que practica el patriarcado y somete a la mujer, salvajemente.
Ante éstos, obviamente, silencio; callan para no chocar con otro de sus dogmas:
el multiculturalismo, conforme al cual vienen a decir: “es su cultura y hay que respetarla”.
Un
punto de humor para terminar. Lean el Manifiesto
feminista para la huelga del 8M-2019, si no se escandalizan, se van a reír;
sobre los motivos, viene a decir, en síntesis, que lo que pretenden es “…plantar cara al orden patriarcal, racista,
colonizador, capitalista y depredador con el medio ambiente. Proponemos otra
forma de ver, entender y estar en el mundo, de relacionarnos, en definitiva
nuestra propuesta supone un nuevo sentido común.”
Y
si quieren ya descojonarse –y perdón por la expresión, no por soez sino por
heteropatriarcal-, lean lo que dice la vigente ley española al respecto:
“La huelga es ilegal:
a) Cuando se inicie o
sostenga por motivos políticos o con cualquier otra finalidad ajena al interés
profesional de los trabajadores afectados.”
Jajajajaja, me parto. ¡Qué país!
Marzo, 2019.