LOS UBÚ

Añorando, mucho más que evocando, un feliz viaje que años atrás hicimos a Bretaña, un flash puso ante mis ojos el recuerdo del momento en que pisamos las baldosas de la rue Alfred Jarry, en el centro de Rennes, capital de la región. La asociación, ese reconfortante mecanismo neuronal que nos redime -o nos condena, váyase a saber-, de que lo vivido no sea equiparable a lo soñado o lo fantaseado, suprimiendo así el pasado y convirtiendo cada día en el día inaugural de nuestra existencia, pero también esa especie de insidioso Pepito Grillo del que se vale la memoria para aguijonear nuestra conciencia, o causar fastidio a la de otros, me abdujo en una concatenación de reflexiones, que expondré seguidamente al lector, pero cuya conclusión no puedo dejar de anticipar: ¿Cómo es posible -terminé preguntándome- que la ingente cofradía de la ‘santa columna’ con su legión de plumíferos haya pasado por alto el hecho -que yo ahora veía tan evidente- de que Sánchez, nuestro Perro Sánchez, y su señora, Bego.frundaiser, son tal cual como los personajes Papá y Mamá Ubú, de la vanguardista obra de Jarry, Ubú rey, tan ambiciosos, tan mentirosos y tan sin escrúpulos?

Hay quien sostiene que los Sánchez son como los Macbeth; ¡ya quisieran!, los Sánchez, digo. La comparación es inapropiada por excesiva. Los Macbeth cumplían los designios del Hado, marionetas del destino, de un destino histórico con mayúsculas; eran, en suma, como somos nosotros: humanos, movidos por mano ajena. Personajes, aun en su abyección, ilustrativos y pedagógicos, nacidos para la leyenda, para hacer realidad los retorcidos caprichos del destino, y servir de amonestación a las generaciones futuras sobre las consecuencias de la ambición desmedida. Los Sánchez, por el contrario, carecen de toda grandeza, son personajes de marionetas bufas o de nefasto sainete. Los Sánchez, a despecho del Hado y de la ética, se han labrado personalmente, sirviéndose hábil y vilmente de la ambición de otros como ellos, su propio destino de fantoches, infame destino, ajeno a lo humano, ajeno a la escasa nobleza de lo humano pero colmado sin embargo de lo más despreciable de sus vicios; mas rentable al bolsillo y al ego, es verdad; ya veremos hasta cuándo.

A quien de verdad, pues, se parecen los Sánchez son a los grotescos personajes de la obra de Jarry: a Papá y Mamá Ubú.

Al matrimonio Sánchez, como a los Ubú, lo único que les importa es el poder y el dinero. Poder y dinero, es todo lo que les motiva. Las señoras dominadas por una desmesurada ambición por el dinero, aguijonean a sus maridos para hacerse con el poder, con todo el poder, de cualquier modo o manera, sin disimulos. Poder absoluto, para valerse de ello como medio o instrumento de asegurarse satisfacer su desbordada codicia. Los Sánchez, como los Ubú, no dejan de ser los zafios personajes de una historia zafia. Ellos ambiciosos déspotas, ellas oportunistas y calculadoras codiciosas; todos ahítos de vileza y exentos de decencia y dignidad. Primero voy a reformar la Justicia, después la Hacienda: estableceré un impuesto sobre la propiedad, sobre el comercio, sobre la industria, sobre los casamientos y hasta sobre los fallecimientos, decía Ubú, insaciable. A lo que Madre Ubú, conocedora de los clásicos, no como esta ágrafa catedrática nuestra, objetaba: si no repartes carne y oro serás destronado antes de dos horas...

¿Les suena de algo?

Recuerdo cuando allá por los primeros años ochenta del pasado siglo -¡cómo pasan los años!; como decía mi madre: estos cuarenta años se me han pasado volando-, se estrenó en el Teatro Lope de Vega de Sevilla Ubú rey, lo primero que nos sorprendió y nos dejó en cierto modo atónitos, pese a tener asumido que nos enfrentábamos a una obra vanguardista, fue el extraño hecho de que al acceder al teatro, tras entregar la entrada, nos facilitaron una hermosa bolsa de plástico, o de cartón, no recuerdo ese detalle, colmada hasta los topes de gurruños de papel. ¿Qué narices es esto? nos preguntábamos, cuando decepcionados al ver su contenido que, cándidamente, habíamos imaginado podrían ser delicatessen del obrador de Ochoa o de La Campana, para pasar un buen intermedio, supimos que lo facilitado no era otra cosa que munición bélica, para la batalla que, en su momento, habría de librarse entre espectadores y figurantes. Llegado el acto escénico, agredidos por los figurantes de la obra con las mismas armas que nos habían sido facilitadas a la entrada, respondimos al ataque con valentía y entusiasmo. Me figuro que a los del gallinero les darían también un tirachinas -o como se decía en mi pueblo y en algunos otros pueblos cordobeses, una lastiquera; vocablo hermoso, desafortunadamente perdido, tal vez por su escasa o nula utilidad en estos tiempos de desmesurado desarrollo de la tecnología y del asunto armamentístico- para tener alguna posibilidad de alcanzar al enemigo. En el fragor de la batalla no sabíamos ya con certeza si luchábamos para derrocar al tirano o contra sus enemigos los polacos para defenderlo y sostenerlo. Ahora se me antoja que aquello bien pudiera ser alegoría de esta confusa situación política que vivimos estos días. Quiero decir que aquellos gurruños no son sino esas mismas papeletas electorales que de modo parejo arrojamos a las urnas como antaño arrojábamos al escenario las bolas de papel. Y que, igual que entonces, imaginamos que servirán para acabar con la tiranía del sátrapa, cuando, por el contrario, por la naturaleza de las cosas -por no decir crudamente partitocracia-, sirven para perpetuarlo en el trono usurpado y facilitar su rapiña. Y todavía hay ingenuos -el club de los inocentes, les bautizó cínicamente el maquiavélico Münzenberg- que llaman a esto democracia y fantasean que son ellos los que mueven los hilos de la trama. ¡Angelitos!

Octubre de 2024