Hay veces en que coincidir en
opinión o gustos con las personas que uno admira es motivo de desazón más que
de orgullo o satisfacción. Lo digo porque el otro día oí a José Luis Garci –a
quien admiro como escritor y cineasta- afirmar que ya no ve en la televisión
otro programa que “Alienígenas”, al principio me hizo gracia la coincidencia,
que no tardé en guasapear a quienes
se burlan de mí por lo mismo; pero al cabo consideré que la cosa tenía poca
gracia. Lo que Garci quería decir trascendía la mera opinión sobre el fenómeno
estólido, zafio y chabacano en que consiste hoy la televisión patria. Iba un
poco más lejos, más profundo: hablaba de nosotros, de todos nosotros, los
españolitos. No nos queremos –decía
apesadumbrado-, nos falta pegamento.
Sólo con ocasión de grandes catástrofes consideramos al vecino, decía. Y, por
desgracia, tiene razón.
Soy de los que piensan, desde
hace ya tiempo, que este país –este país de todos los demonios- no tiene
enmienda ni remedio. La envidia es nuestro pecado capital. Borges afirmaba que los españoles siempre están pensando en la
envidia; para decir que algo es bueno dicen: ‘Es envidiable’. Y es que en
esta España nuestra hay más regocijo en el dolor ajeno que en la dicha propia.
Como decía Sir David Lindsay, la nobleza, el seso, el valor o la fortuna podrán
otorgar a su poseedor todas las dignidades, pero
la envidia -persiguiendo como el lebrel persigue el rastro de la corza- llegará
a abatirlas, una por una, a todas.
Somos de la estirpe de Caín, y
no nos podemos desprender de esa pulsión cainita que nos impregna. Mucho menos
en la política, donde nada noble hay, y donde -está acreditado- somos capaces
de sacar lo más negro de nuestra naturaleza. Los tiempos que vivimos no son
sino la enésima manifestación de ello.
Partidos como el PSOE (y su
brazo sindical, UGT), PCE, PNV y ERC, que escribieron con sangre algunas de las
páginas más negras de nuestra reciente Historia, en lugar de estar disueltos
–precisamente por ello-, como sería moralmente lo natural y obligado en una
sociedad íntegra, justa y fraternal, o de promover la concordia después de tan
dramática experiencia, alientan ahora, sin embargo, el odio y el rencor entre
conciudadanos y avivan la llama del guerracivilismo. En un macabro intento de
ajustarle las cuentas a la Historia -tal vez porque, como Caín, no consiguen expulsar la culpa de su
conciencia- pretenden dividir a los españoles mediante un maniqueo sectarismo
de buenos y malos; en el que,
naturalmente, ellos son los buenos y todos aquellos que no estén con ellos, los
malos.
Siendo tan pérfidos, hipócritas
e inmorales, tan maquiavélicos en suma, habría que recordarles, sin embargo,
las palabras de Maquiavelo: ¡Sembráis cizaña
y queréis que maduren las espigas!
Octubre, 2019