QUIEN NO TE CONOZCA QUE TE VOTE (2)


En las elecciones del año 2015 cometí la ingenua estupidez –imperdonable en alguien de mis años- de votar a Ciudadanos. Lo hice, como muchos otros que conozco, en la creencia –demostrada errónea- de que se trataba de un partido regenerador. Daba a entender Cs que el diagnóstico de la situación política en Andalucía bien podría definirse en una sola variable: la corrupción. La corrupción institucionalizada, para ser exactos, que es su forma más detestable y perniciosa. No se trata sólo de la corrupción de los dirigentes del partido o de algunos oportunistas bien situados –cuatro golfos, Chaves dixit-, sino de las instituciones de gobierno parasitadas por el partido. Obviamente, en un régimen de tal naturaleza (totalitario: que todo lo impregna, controla y corrompe, y clientelar: que reparte pródigamente el ‘maná’ bajo la forma de subvenciones y administra sin descanso ni descuido su ‘huxleyano soma’, aquí llamado Canal Sur) el latrocinio, el nepotismo y los diversos escándalos que diariamente caracterizan la vida pública andaluza no los protagoniza el partido (PSOE) sino las instituciones públicas que parasita (Junta de Andalucía). Sobra cualquier comentario al respecto: en las hemerotecas y en los sumarios judiciales está la prueba de lo que afirmo.
Pues bien, en la creencia de que ese era el diagnóstico y de que, en consecuencia, el fin último de toda acción política posible consistía en la liquidación de tal régimen, algunos ingenuos votamos a Cs.
Nuestro voto sirvió, sin embargo, para todo lo contrario: para apuntalar a un régimen en horas bajas y sacarlo del bache, como se ha encargado de demostrar la tozuda realidad. Ahora no volveré a tropezar en la misma piedra. No votaré, por tanto, a Ciudadanos.
Tampoco al PP que, con su acreditada desidia, su blandura opositora, su incuria y adocenamiento, parece estar gritando: “votadme, mas no en demasía; no sea que ganemos y tengamos que trabajar”. O sea, que parecen estar muy cómodos instalados en la oposición, ajenos a las preocupaciones del gobierno.
Tampoco –a estas alturas- seré tan estúpido de votar a IU o a los podemitas o como quiera que se llamen ahora, pues no son –ahora y antes- sino la máscara tras la que se esconde el Partido Comunista. Estos –como Cs- ya me engañaron cuando surgió IU (donde fui afiliado y cotizante) como un pretendido movimiento ciudadano independiente de los partidos, cuando la realidad era que el PC movía –y mueve- los hilos de la marioneta, cualquiera que sea el nombre con que la designen.  Todo muy leninista –como se encarga de recordar de vez en cuando Pablo, el Coletas-; pues ¿se imaginan que sucedería si el PC concurriera a las elecciones con sus propias siglas?, no les votarían ni sus propios afiliados. Hay, por tanto, que ponerse la careta y engañar a los ingenuos haciéndoles creer que votan otra cosa. ¡Qué más da el nombre!, lo importante -como dijo Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda, que se lo digan si no a Pinocho Sánchez. Así pues, no tropezaré tampoco en esa piedra. Surge ahora, al parecer con posibilidades, Vox. Tampoco les votaré, aunque tienen propuestas atractivas en su programa. Después de lo de Cs, desconfío de los regeneradores. No quiero votar a ciegas.
No votaré, por tanto. No votaré, como, por otra parte, he venido haciendo desde 1996, con la excepción indicada.
No votaré mientras este país esté dispuesto a ser pastoreado como un manso rebaño por una casta política que esquilma la cabaña y sólo atiende codiciosamente a su provecho. Como dice un personaje de una novela de William Faulkner: “Si alguna vez me canso de relacionarme con gente bien nacida, sé muy bien lo que haré: presentarme como candidata para el congreso…”. Da la impresión –tras cuarenta años de corrupción y de no levantar la cabeza, ni el espinazo- que este pueblo esté hecho, como el buey, para el yugo. Como dijo Etienne de la Boetie, no amamos la libertad, pues si en verdad la deseáramos, seríamos libres.
Noviembre, 2018.