CERRALBOS DEL SELLA

Sin más causa o razón que un deseo caprichoso, se me antojó el otro día volver a ver la trilogía -trilogía de tres películas, como dice un buen amigo mío- de Cerralbos del Sella. Antojo, por otra parte, que no resulta inusual en mí, pues no dejo pasar mucho tiempo sin sucumbir al deseo vehemente de ver alguna de las películas de José Luis Garci, que me encantan.

Se ha definido el cine como lenguaje visual; siendo así, muchas de sus películas, no sólo las de Cerralbos del Sella, son, pues, poesía visual. En general, me gustan casi todas, por no pararme a pensar si hay alguna que no me guste; historias tan reales, llenas de amables personajes -interpretados soberbiamente-, cargados de ternura y humanismo y de melancólica tristeza, de diálogos tan auténticos como refinados y no exentos en muchas ocasiones de un simpático y exquisito sentido del humor, los magníficos decorados de Gil Parrondo, la cuidada fotografía… Me agrada la recurrencia de una serie de elementos que configuran sus señas de identidad: la nostalgia de otro tiempo, tal vez menos próspero, incluso atrasado, pero más entrañable y cercano; y de otros lugares, siempre presentes y añorados: Manhatan y su Madison Square, la Penn station, la Quinta avenida…; Asturias, sus playas, sus pueblos, sus ciudades; Madrid, por supuesto, Madrid, visto desde el cielo y la tierra, el Madrid antiguo y el nuevo, el Manzanares, sus jardines, sus plazas…; la nostalgia de los deleitosos placeres del espíritu: la Navidad, su Atleti, el boxeo, la cantata Jesús alegría de los hombres de Bach, el mus…, todos siempre ahí en sus historias, como la lluvia en las de Theo Angelopoulos. Pero, discúlpeme el lector el excurso, y regresemos a Cerralbos del Sella. Allí cae lánguida la sedeña nieve y su albura va alfombrando de gala las pocas calles del pueblo. El radiante manto ampo acentúa, en la oscuridad temprana de la noche, el contraste de luces y sombras, haciendo la estampa más bella y primorosa. En la esquina cercana a la taberna, donde sopla quejumbroso el aire, se arremolinan los copos como si ejecutaran una alegre danza, representada bajo los acordes del silencio -desatendido y despreciado silencio, en este tiempo amante del alboroto y la trivialidad, ignorante de que el silencio es la música de los dioses y de la errante luna y del alma-.

Si fuese sábado, en la calle de la taberna se oiría, sin embargo, el eco de las voces de John Wayne o de Humphrey Bogart, pues la taberna de Cerralbos del Sella no es sólo taberna sino salón de cine, de juegos, de baile y de cualquier otra actividad festiva o cultural. Asomo mi imaginación a la ventana, casi opacada por el vaho del cálido ambiente interior, y me embeleso complacido contemplando el ambiente apacible y cordial que se respira. En un rincón, las fuerzas vivas del pueblo -el cabo de la Guardia Civil, el alcalde, el cura y el boticario- juegan al dominó; los paisanos se solazan con el clarete y la tía Gala discute con don Matías, el cura, desde su mesa, mientras reproduce, solitaria, una partida del inmortal Alekhine, en un tablero con piezas Staunton 6, en el que curiosamente las blancas juegan con dos reyes, cosa, amén de irregular, insólita, pues en el tablero, como en la vida, la corona solo puede descansar sobre una cabeza. Un fallo de utilería, que pasó desapercibido a Garci, lo que me inclina a pensar que entre sus aficiones no figura el ajedrez. Pero, olvidemos eso, que carece de importancia. Lo importante es que le dan a uno ganas de vivir en un pueblo así.

Me conmueve ver esas historias, como siempre, hasta hacer brotar alguna lágrima, pese a haberlas visto tantas veces. Y me acuesto llevándolas conmigo y reproduciendo in mente sus secuencias. Me veo entrando en el pueblo por la estrecha carretera, me da la bienvenida en su cabalgadura el jinete del anuncio de Nitrato de Chile, cuyos azulejos ocupan casi todo el muro de la casilla de los peones camineros, y en el sopor del sueño no sé si llego a Cerralbos o a Cabra, si son recuerdos o ensoñaciones lo que discurre. En el fondo da igual, pues memoria y fantasía son la misma cosa. En todo caso, pienso o imagino pensar, lo importante es que esa nostalgia de un tiempo y un lugar que remite a los lejanos días felices de la niñez, sea real o soñada, resulta un dulce bálsamo para aliviar las cotidianas congojas.

Marzo de 2024