El
azar me eligió –o el cromosoma-;
quiso
que yo jugara esta partida
en
el extraño y singular tablero
de
tenebrosas noches
y
vacilantes días.
Me
asignó mi lugar en los trebejos,
lejos
de los monarcas;
no
fui digno de recibir honores,
no
me fue concedida
la
diocesana dignidad del alfil
-oblicuo
y solapado, cual obispo-
ni
el ardor rectilíneo
y
marcial de las torres,
ni
siquiera geométrico caballo
de
saltos pitagóricos.
Alejado
del centro,
modesto
peón de torre fue mi rol.
Sobrio
superviviente,
inadvertido
e insignificante,
casi
un espectador en el tablero.
Esperando
inactivo e impotente
la
derrota final,
la conclusión del juego.
Agosto de 2022