Un dicho
inglés (atribuido a Thomas Coke) afirma que el
hogar de un hombre es su castillo. Ahora más que nunca, por causa de un
virus letal, y por decreto inapelable de un gobierno de ineptos, tan letal como
el virus, que sacrifica a su estúpido sectarismo y su desbocada ambición de
poder la salud y la vida de los ciudadanos; y que sigue sin estar a la altura
de las trágicas circunstancias: más de dos meses después de las serias
advertencias de la OMS –y de otras instituciones científicas patrias- el personal
sanitario continúa gravemente expuesto por la falta de material médico
necesario para el desempeño de su labor en condiciones aceptables. Más de dos
meses después de ser advertido, los enfermos mueren por falta de respiradores
mecánicos y plazas en las UCIs, y las residencias de ancianos se han convertido
en establecimientos a medio camino entre hotel y morgue.
El hombre
en su castillo. Me viene a la memoria la serie de TV y me estremece de nuevo
recordar esa secuencia –que Philip K. Dick no registra en su novela- en la que
el protagonista pregunta a un policía por el origen y causa de esa ceniza que
cae del cielo: “Ah, eso. Es del hospital,
los lunes incineran a los tullidos y a los terminales.” Y pienso, como
aquí, ahora. Ancianos y terminales. Como aquí ahora, el horror.
Contengo
a duras penas las lágrimas oyendo el testimonio de unos médicos forzados a ser
dioses: tú muere, nada podemos hacer por
ti; y tú, ya viviste muchos años, es suficiente; tú vivirás, sin embargo.
Forzados a interpretar el papel de dios por este gobierno incurioso y nocivo,
que después de más de dos meses sigue siendo incapaz de dotar de lo necesario y
vital a los médicos.
Ancianos
y terminales. Desechos. Humo y ceniza de los lunes. O ni siquiera eso, porque
los crematorios no dan abasto.
Vivimos
hoy como en la más desalentadora distopía. A eso hemos llegado, o nos ha
llevado este oscuro gobierno. A conocer el horror y el miedo. “Toda una experiencia vivir con miedo, eso
significa ser esclavo”, decía Roy Batty en la mítica secuencia de Blade
Runner –que tampoco registra Philip K. Dick en la novela que inspiró la película.-
Ellos no, sin embargo.
Ellos –las
Irene, las Begoñas, las Calvo, los Garzón, los Pedro y Pablos- no. Ellos están
a salvo. La vida les sonríe y la ceniza blanquecina de los crematorios se les
antoja una dulce nevada sobre el verde césped
de sus chalets. Lo bello y lo sublime, que diría Kant.
Y me
acuerdo –mordido por la indignación y la impotencia y la rabia y la tristeza-
de ese diálogo de la Lista de Schindler, entre Oskar Schindler y Itzhak Sten:
- Schindler:
No te preocupes, tendrás un trato
especial.
- Sten: Las órdenes de Berlín hablan de un trato
especial. Digamos, pues, un trato preferencial.
- Schindler:
¿Será preciso inventar otro lenguaje?
Pues eso.
Ellos y nosotros. Trato preferencial y trato especial. Castillo, o celda o, tal
vez, ataúd.
Negativo
no concluyente.
Marzo negro de 2020