Leo con
estupor que varias administraciones públicas gobernadas por el Partido
Socialista y por Podemos, o sus confluencias
o marcas regionales, han impuesto o pretenden imponer una sanción pecuniaria al
Corte Inglés por un cartel publicitario, realizado con ocasión del Día de la Madre, en el que sobreimpreso
sobre la imagen de una mujer se decía lo siguiente: "97% entregada, 3% egoísmo, 0% quejas, 100% madre".
Se conoce
que quienes se sienten ofendidos por el lema publicitario no han tenido madre o
no la han conocido o son hijos de mala madre. Los que hemos tenido la inmensa
dicha de tener madre (y la desdicha de perderla), de tener una buena madre,
sabemos que, efectivamente, ser madre es amor incondicionado e irracional; o
sea, entrega sin límites y sacrificios sin tasa. Ni siquiera la vejez, a la que
suele acompañar el egoísmo, hace merma en la abnegación maternal. Mi madre era
así, múltenme.
Hasta
Stalin tuvo madre, y hasta instituyó el título honorífico de Madre Heroína para aquellas que tuviesen
diez o más hijos; y hasta Silvio Rodríguez –creo que inspirado por el padrecito y respetuoso con
el orden soviético- las cantó, enalteciendo, sobre cualquier otra virtud, su heroica
abnegación, su sacrificio:
Me estremeció la mujer
que parió once hijos
en el tiempo de la
harina y un quilo de pan
y los miró endurecerse
mascando carijos.
Es decir,
en tiempos de escasez, los crio quitándose el pan de la boca, mascando aire
ella, o sea, mascando nada, carajos. Ni más ni menos, como las madres cuyo amor,
merecido o no, hemos
tenido la fortuna de recibir. Claro que, en este ejemplo, no es cosa de multar
a Silvio o prohibir sus canciones, es uno de los nuestros, puede, pues, incluso
decir:
Me estremeció la mujer
del poeta, el caudillo,
siempre a la sombra y
llenando un espacio vital.
Sin que
ello constituya agravio hetereopatriarcal, ni ofensa a la exquisita
sensibilidad de progres y feministas. ¡Ay, si eso lo hubiese dicho alguien de
Vox!
Pero,
yendo al fondo, lo preocupante no es la anécdota –aunque lo es-, sino la
categoría. Es decir, que los dogmas ideológicos de la izquierda hayan llegado a
convertirse en leyes; en leyes que atentan contra los derechos constitucionales
de las personas. Lo preocupante es que existan leyes que impidan a un ciudadano
manifestar públicamente su idea de la maternidad; que impidan a cualquiera
decir que el concepto de madre entraña sacrificio y entrega. Lo preocupante es,
como advirtió R.L. Stevenson, que “el
griterío de las calles pueda turbar incluso las mentes de los legisladores.”,
y que, de tal modo, existan leyes ideológicas que atentan contra los
elementales derechos humanos; cuya Declaración Universal, suscrita por el
Estado español, proclama en su artículo 19 que: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión;
este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de
investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin
limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”; y de la que se
hace eco nuestra Constitución en su artículo 20: “Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir
libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito
o cualquier otro medio de reproducción...”
Lo
preocupante, en suma, es que en este país la libertad de expresión está
amenazada; está en peligro la libertad, simplemente, sin apellidos. Hoy, los negacionistas de los dogmas ideológicos
de la izquierda, quienes se niegan a aceptar sus mentiras y las desacreditan,
son perseguidos sañudamente, como antaño los herejes. Por desgracia, son cada vez
más numerosos los ejemplos.
De modo
que, como señaló Tácito en los Anales,
y Montaigne recogió en uno de sus Ensayos,
“…igual que antaño los crímenes, ahora
sufrimos las leyes.” La deriva totalitaria es evidente: el Estado –que es
del común de sus ciudadanos y debe velar por el interés común o general- toma,
sin embargo, partido y se alinea a favor de una facción. No otra cosa son las
leyes ideológicas; oxímoron, por otra
parte. Y al tiempo que esto sucede, el Estado, que hace lo que no debe, impide
hacer a los ciudadanos aquello a lo que tienen pleno derecho. Como dijo Alexis
de Tocqueville, “las instituciones
humanas son por su naturaleza tan imperfectas que basta casi siempre para
destruirlas sacar todas las consecuencias de sus principios.” En eso
estamos.
Va dando
vergüenza ser ciudadano –súbdito- de un país como este. De seguir así, aborregados
y mansos, dejándonos arrebatar la libertad, llegará un momento en que,
lamentablemente, tendremos que dar la razón a Thoreau, cuando afirmaba que “el único lugar decente para un ciudadano
honrado de una nación cuyas leyes protegen la servidumbre es la cárcel.”
Mayo, 2019