Estando
el otro día en el restaurante no pude evitar escuchar lo que hablaban mis
vecinos de mesa, una pareja de sexagenarios. No me tengo por persona cotilla, y
considero que no está bien husmear ni prestar oídos a las conversaciones
ajenas. Y si, además de la involuntaria injerencia en su intimidad, cuento
ahora coram populo lo que los maduros
enamorados hablaron no es por morbosidad sino por el embeleso que me produjo lo
que me pareció una irónica declaración de amor magistral. Cúlpese, pues, no mi
indiscreción sino el afán de negocio del mesonero, por atiborrar el local de
mesas a costa de la intimidad de los comensales.
Esto
dijeron:
-
Él: En tu familia estáis todas locas. Tu
tía Concha perdió la cabeza con cinco años menos de los que tú tienes ahora.
-
Ella: Yo perdí la cabeza el día que te
conocí.
Abril, 2019