I.
El
charlatán irresponsable
¿Por
qué Lázaro? ¿Por qué Estornudo?, se preguntará el lector distraído; de manera
que, para que no se desoriente respecto a los sujetos –y sujetas- de esta
pieza, hago recordatorio. El lector sabe de sobra que Pedro Sánchez es más
vanidoso que capaz, afirmación que sostengo en las evidencias: en su currículo
no hay prueba alguna de sus méritos, sí de sus enchufes, debidos a las eficaces influencias de sus padres entre
sus contactos y amistades (fuente: Wikipedia); de su vanidad, por el contrario,
no deja de dar muestras.
De
modo que, emulando a personajes famosos –¿Por
qué yo voy a ser menos que ZP, RbCb, FG o el mismísimo JFK?, se dijo-, no dudó
en recurrir a la acronimia para dejar también su huella en la Historia.
Así, tuvo la ocurrencia de referirse a sí
mismo en la web oficial del Psoe como Pdro Snchz. No observó que la cosa
no daba para un acrónimo y que, fonéticamente, más se parecía a un estornudo.
Curiosamente, un escribano cervantino, personaje del entremés La elección de los alcaldes de Daganzo,
era del mismo nombre: Pedro Estornudo. Quedaba, pues, bautizado. Pero sucedió,
como todo el mundo sabe, que los dirigentes de su propio partido, hartos de ver
como Pdro Estornudo, lentamente pero sin desfallecimiento y con ahínco, los
llevaba al desastre se rebelaron y lo destituyeron de la Secretaría General.
Volvió hace ahora un año, el 39 Congreso del partido lo resucitó cuando ya
todos lo daban por muerto. O sea, como Lázaro, salió de la tumba donde había
sido sepultado, mal sepultado. Así pues, Lázaro
Estornudo.
Salió
del sepulcro como Lázaro y, como Lázaro, apestando el aire. Pues sus primeras
palabras fueron -¡cómo no!- para agraviar a la Nación (consulte el lector, si
lo desea, lo que escribí al respecto).
Ahora
–conforme a la inexorable ley de Murphy que determina que ‘Si algo malo puede pasar, pasará’- lo tenemos de presidente del
Gobierno. No puede ser peor. Dicen sus acólitos y los plumillas lamebraguetas
que esto es el premio a su audacia. La
Fortuna ayuda a los audaces, como afirma el adagio romano, dicen.
Pero
si nos paramos a analizar las cosas, la sentencia romana no es aplicable al
caso. ¿De qué audacia hablamos? ¿Qué arriesgó Estornudo? ¿Qué ardid fue el
suyo, digno de memoria?
Aquí
lo que sucede, más bien, es lo que dijo Camilo José Cela en su discurso de
recepción del premio Príncipe de Asturias: ‘el
que resiste, gana’. Ese ha sido el único mérito de este nuestro Lázaro:
resistir. No por nada, sólo por ambición personal y por despecho.
Su
única virtud ha sido su ambición desmedida. Decía CJC en ese discurso: “El que espera tiene a su lado un buen
compañero en el tiempo, nos dejó dicho Saavedra Fajardo en sus Empresas
políticas (…) Se dará tiempo al tiempo —pensaba y escribía Cervantes en La
gitanilla—, que suele ser dulce salida a muchas amargas dificultades. Y en Las
dos doncellas: Dejad el cuidado al tiempo, que es gran maestro en dar y hallar
remedio. Y en el Quijote: Dejando al tiempo que haga de las suyas, que es el
mejor médico de estas y de otras mayores dificultades’.
Y
yo (discúlpeme el lector este feo vicio) también advertí hace dos años sobre
ello: “El tiempo goza de una extraña
cualidad reparadora, revitalizante y redentora. El tiempo que todo lo destruye
y corroe es, paradójicamente, paladín de pusilánimes, sostenedor de inicuos y
redentor de réprobos. Y es que la paradoja es la sustancia del tiempo; que lo
diga, si no, la ciencia moderna desde Einstein. El tiempo que se alimenta de
desdichas, defeca paradojas.
Aquí, por
desgracia, no han faltado los que han sabido aprovecharse de ello. Digo entre
los políticos; tan espabilados cuando se trata de lo suyo. Es de dominio
público que entre las armas secretas de Franco (el brazo incorrupto de santa
Teresa y la bruja Mersida) ocupaba lugar preeminente el cajón de los asuntos
entregados al cuidado reparador del tiempo. Rajoy, como es registrador, lo supo
y, como alumno aplicado, lo practica. También nuestra esperanza de Triana,
aunque menos ilustrada más lista. Pero sobre todos ellos, el que más provecho
está sacando de esta paradoja es, sin duda, Pedro Estornudo (no confundir con
el escribano cervantino de Daganzo), me refiero a Pedro Snchz, líder del PSOE.
Como Franco, ha confiado al tiempo la solución de sus problemas. De su
principal problema: su supervivencia. Sabe que mientras no se oficie el funeral
y se celebre el sepelio el cadáver estará de cuerpo presente. Esa es su
salvación. Pedro Estornudo es un cadáver insepulto. Un difunto muy vivo, sin
embargo. Aunque, como tal, apesta. Por eso no hará nada y todo su afán
consistirá en que nada se lleve a cabo.”
Como
podrá constatar el lector a la vista de los hechos, no me equivoqué, por
desgracia.
El
tiempo, pues. El tiempo y la ambición son las fuerzas generatrices de este
Gobierno. Sin embargo, concurre ahora un matiz relevante que antes por la
propia naturaleza de las cosas no estaba presente. Quiero decir que la disposición
del presidente Estornudo ante el tiempo era, antes de su asalto a la
Presidencia del Gobierno, puramente pasiva. Se limitaba a confiar en el poder
redentor del tiempo.
Ahora,
sin embargo, su actitud es bien distinta: se sirve del tiempo para eludir su
responsabilidad ante hipotecas imposibles; ante promesas o compromisos
–explícitos o implícitos, ya lo sabremos- realizados a tirios y troyanos, de
naturaleza, por tanto, antagónica y, consecuentemente, de imposible
satisfacción.
Su
talante, lejos de las enseñanzas cervantinas y de la praxis política de Felipe II, Franco, Rajoy y tantos otros
gobernantes, es más bien el del charlatán irresponsable de la fábula de
Samaniego: Un charlatán presumía de que podía enseñar a hablar elocuentemente a
un borrico. Súpolo el rey y lo llamó a su presencia. Como el charlatán se
reafirmaba en sus pretensiones, el rey le ordenó que enseñara a hablar a un burro,
para lo cual le concedía un plazo de 10 años, bien entendido que si al término
del plazo el burro no hablaba el maestro asnal sería ahorcado. El charlatán
aceptó el trato. Continúa Samaniego su fábula:
El doctor asegura nuevamente
sacar un orador asno elocuente.
Dícele callandito un cortesano:
‘Escuche, buen hermano:
Su frescura me espanta.
¡A cáñamo me huele su garganta!’
‘No temáis, señor mío,
respondió el charlatán, pues yo me río;
en diez años de plazo que tenemos,
¿el rey, el asno o yo no moriremos?’
Tal
que así es la actitud del que por maldad del hado hoy nos gobierna: la de un
charlatán irresponsable.
Junio, 2018