Torretriana,
comienza la jornada. El funcionario llega a la barrera de control, baja la
ventanilla del coche y extiende el brazo fuera para acercar la tarjeta
magnética al dispositivo de apertura de la valla. Súbitamente una rata salta a
su muñeca y recorre incontinenti su desnudo brazo hasta el hombro, como un
calambre, más rápida que el relámpago. Salen los vigilantes de la garita, ya
alertados por precedentes tentativas -mas no suficientemente dispuestos, por lo
que se ve-, en vano empeño de impedir la ocupación ya consumada del vehículo
funcionarial. No es ficción. No invento nada, es la versión de la víctima.
En
este país resulta rentable delinquir. La ocupación (la RAE pronto admitirá
okupación, como ha admitido ya okupa. ¡Si Borges levantara la cabeza…! ¡Qué
pena!) de viviendas se está convirtiendo en un serio problema. No debe
olvidarse que el núcleo fundacional del Estado moderno reside en la protección
de vida y hacienda, a cambio de lo cual el individuo cede libertad y se somete
a la autoridad pública. Es verdad que desde esa simple posición el Estado evolucionó
a Estado prestacional y, posteriormente, al actual estado de bienestar, hoy puro
embeleco. No nos engañemos, el ciudadano medio –el que sostiene con el
sacrificio de sus impuestos esta inmensa y absurda bacanal que es hoy día la
res pública- no sólo no recibe del Estado nada que antes no haya pagado, sino
que cuando demanda algún servicio ha de pagarlo doblemente: sanidad, educación,
residencias de tercera edad, infraestructuras como las autopistas, aeropuertos,
etc., etc.
Por
tanto, si el Estado no garantiza lo que constituye su fin primordial ¿para qué
queremos políticos –que son legión, en el sentido evangélico del término- y
jueces y policías y fiscales y alguaciles y su puñetera madre? ¿A qué sirve
este carísimo, mastodóntico e ineficaz aparato, este monstruoso leviatán, sino
a justificar de modo tautológico su propia existencia y el sustento de los
servidores que no sirven sino a sí mismos? La ciudadanía comienza a estar ya
hasta las narices de tanto latrocinio e ineficacia.
Por
otra parte, la rata okupa me lleva también a otra alegoría. Escribí no hace
mucho sobre este tipo de ratas (ratas
eminentes), no piensen que estas deseen abandonar el barco susánido. No, al
menos no tan pronto. Lo que sucede es que los recortes –que nunca han existido
en Andaluzuela; pero que, como las meigas, haberlos haylos y no cesan- han
dejado a muchas de estas eminentes ratas sin su coche oficial. Así las cosas,
las más dispuestas se están procurando la forma de viajar como polizones a su confortable
destino playero en los coches de los funcionarios arrodrigados, o sea, aquellos a los que la señora no les da carta
de libertad para quedarse en Sevilla, cuasirodriguez.
En
fin, lo que hay que ver por culpa de los recortes. ¡A lo que hemos llegado por
culpa de Rajoy! ¡¡¡Porco governo!!!
Agosto,
2017