Nadie
–desde la razón- puede estar del todo satisfecho y feliz en un mundo donde se
impone la injusticia, el dolor y el sufrimiento, salvo que sea un desalmado. Un
mundo donde los cuatro jinetes del apocalipsis no han tomado vacaciones un solo
día, desde que la humanidad tiene memoria. Ni un solo minuto de paz universal
ha conocido la especie humana desde su existencia. Parece, pues, que guerra y humanidad son consustanciales. Ya lo
dijo el griego: la vida es guerra; y un
poeta nuestro, sabio y profundo, que dio nombre a unas lentes, lo sentenció: “La guerra es de por vida en los hombres, porque es guerra
la vida…”. Del mismo modo, el hambre, la
miseria, la enfermedad y el sufrimiento, indeseables -e inseparables- parientes
de la vida.
Así las
cosas, la sabiduría popular, que en el fondo no gusta engañarse, acuñó el dicho
de que sólo los tontos y los locos son felices. Aristóteles había venido a
decir lo mismo, aunque, como es natural, de modo más elegante y sutil: el carácter melancólico es propio de las personas
inteligentes. Hipótesis exaltada a la categoría de arte por genios como
Lars Von Triers o Woody Allen.
Frente a
ello, es sabido que la religión actúa, si no como antídoto, como paliativo,
aportando consuelo o resignación ante la angustia existencial.
Hay, sin
embargo, personas a las que no les ha sido otorgada la gracia de la fe, o a las
que por rebeldía intelectual se les atragantan en la razón las religiones
trascendentes. ¡Qué más quisiéramos muchos de éstos que estar equivocados y que
existieran, por el contrario, esa otra vida o vidas futuras, donde se premie a
los justos y se castigue la maldad de los réprobos!
Algunos de
éstos (los descreídos, no los réprobos), entre los que me hallo, hemos encontrado, no obstante, un remedio al
aparente dilema: el arte elevado a la categoría de religión. Y no me refiero a
la naturaleza redentora del arte, que tiene la virtud de elevar el espíritu y
ennoblecer las acciones humanas.
Me explico: No
sé cuántos seremos los que admiramos la genialidad de la película El gran Lebowski y a su protagonista;
pero a alguno se le ocurrió pensar que el sentimiento de admiración no
expresaba la realidad del fenómeno; lo que muchos sentíamos por el estilo de
vida del Nota se describía mejor con la expresión fervor religioso. Y así, en
el año 2011, surgió el Dudeísmo, también llamado Notismo. Religión cuya
doctrina no ofrece consuelo en otra vida futura ni exige resignación ante las
penalidades de la presente; y cuyo profeta, cómo no, es el Nota, o Su Notísima.
Su dogma sólo contiene un precepto: buscar la felicidad en las cosas sencillas
de la vida.
Y no admito
que nadie traiga a colación a Lao Tsé o a Epicuro, ¡hasta ahí podríamos llegar,
compararlos con el Nota! El Notismo no se revuelca en el lodo del hedonismo, ni
es tan trascendente como el Taoísmo. Está, como señaló Aristóteles, en el punto
donde se halla la virtud: en el justo medio.
Así que, ya
que no podemos ser plenamente felices, procuremos, al menos no desaprovechar
los momentos de felicidad que podemos hallar en las cosas más simples y
cotidianas. En el nombre del Nota, que así sea.
Mayo, 2017