Vuelvo
de admirar las reliquias de la libertad
romana, de caminar sobre tumbas ilustres, de hollar el polvo que, tal vez,
otrora pisaran Catón o Virgilio o Cicerón o Séneca o tantos otros a los que
debemos tanto. Vuelvo -invadido ya por la nostalgia- y voy directo al consuelo
de la Eneida y del Marco Bruto: “La
sabiduría romana, que tuvo por maestro a su pobreza para premiar la virtud y la
valentía, labró moneda con el cuño de la honra (…) Honraron con una hojas de
laurel una frente; dieron satisfacción con una insignia en el escudo a un
linaje; pagaron grandes y soberanas victorias con las aclamaciones de un
triunfo; recompensaron vidas casi divinas con una estatua; y para que no decaeciesen
de prerrogativas de tesoro los ramos y las yerbas y el mármol y las voces, no
las permitieron a la pretensión, sino al mérito. Cobráronlas las hazañas; no
las daban ni vendían la codicia ni la pasión (…) Tuvo aquel senado crédito
hasta que por las coronas y señales y flores dio paso a los ociosos; y hallóse
fallido luego que empezó a llenar bolsas y dejó de coronar sienes.”
Y
pienso que si algo aprendimos, aquí ya está olvidado, pese a las advertencias
de los más lúcidos: “Cuando el pueblo, en
cuya memoria no tiene vida lo pasado, vende al interés propio la libertad,
pobre por la sujeción mas bien socorrida.” Lo dijeron Quevedo y, siglos
después, Tocqueville.
Regreso
levitando, emocionado hasta la médula, como si no supiese a dónde vuelvo –que así
es la mente humana: pronta a olvidar, si tiene ocasión, aquello que le acongoja-,
y me doy de bruces con la infamia de un régimen que todo lo invade y lo
controla. Y todo lo corrompe.
Vuelvo,
pues, al rebaño, a la auspiciadora sumisión. Vuelvo al asco. Vuelvo al
despotismo provisor, que presagió Tocqueville.
Pues
de eso se trata: despotismo. Ni siquiera ilustrado; cuyo lema “todo para el
pueblo, pero sin el pueblo” ha sido reformulado por este régimen para sustituir
el “todo” por unas migajas. O sea, despotismo chungo, como corresponde a la
calaña de los déspotas que lo ejercen. Lo que, por otra parte, no le resta un
ápice de iniquidad.
Enésimo
“coup de force” del régimen; garrotazo a la soberanía –que, para los confiados ingenuos,
dice la Carta Magna reside en el Pueblo- y a las sagradas formas de la
democracia parlamentaria. “Coup de force” perpetrado con el auxilio necesario
de quien ya, hoy en día, no ofrece duda alguna sobre su condición de partido
mamporrero del régimen. Me refiero, obviamente, a Ciudadanos.
Suscita
mi indignación no ya el uso perverso y abusivo que este régimen hace del decreto-ley
para usurpar la potestad legislativa del Parlamento -que, por cierto,
mansamente se la deja arrebatar, sin ni siquiera exhalar un balido-, sino una
exquisita variante de la infamia: camuflar bajo el concepto “corrección de
errores” un procedimiento espurio, chabacano y grotesco de elaboración de
leyes.
Me
refiero a la “Corrección de errores del
Decreto-ley 1/2017, de 28 de marzo, de medidas urgentes para favorecer la
escolarización en el primer ciclo de la educación infantil en Andalucía”,
publicada recientemente en el BOJA, que encubre bajo la categoría de “error”
una verdadera modificación de dicho Decreto-Ley. Un magnífico ejercicio de dolo
y cinismo político.
La
corrección de errores no es tal, sino que consiste en añadir al Decreto-Ley un supuesto
que no estaba previsto inicialmente en la norma presentada al Parlamento. A
primera vista, aun siendo un asunto grave, podríamos haber pensado que se
trataba de un caso más de negligencia, torpeza, incompetencia o incuria
manifiesta, con un toque de prepotencia, a los que nos tiene acostumbrados el sempiterno
gobierno socialista andaluz. Sin embargo, analizando las circunstancias que lo
rodean, se pone de manifiesto la verdadera naturaleza de la infamia. Y la
calaña de sus protagonistas.
Veamos:
el 9 de abril “El Mundo” se hacía eco de una entrevista concedida por Juan
Marín, presidente de Ciudadanos en Andalucía, a la agencia de noticias Europa
Press. En ella, Juan Marín afirmaba que tumbaría el decreto-ley si no incluía ciertas
modificaciones. Citaba textualmente “El Mundo”: “no hay por qué cerrar unas convocatorias en una fecha determinada (…) por ello ha advertido que si la Junta no da
marcha atrás e incluye convocatorias extraordinarias, que podrían ser varias al
año, no lo vamos a apoyar…”
Y,
a los pocos días -¡voilá!- aparece la puñetera “corrección de errores” en el
sentido indicado por Juan Marín, el felón. O sea, don Juan y doña Susana hicieron
en San Telmo la escena del sofá: ¿no es
verdad, ángel de amor…? solo que aquí no había burlador y seducida, sino compinches
cómplices.
Se
supone que el Parlamento es la sede donde han de debatirse y, en su caso,
aprobarse las leyes, y no los sofás de San Telmo. Y ha de hacerse, además, conforme
a los trámites y procedimientos democráticamente establecidos para ello en el
Estatuto de Autonomía, en las leyes y en los reglamentos que regulan la
actividad parlamentaria. Las
Instituciones están para algo; por lo menos que se guarden las formas, y las apariencias.
Esta
forma de actuar del PSOE y Ciudadanos prescinde de todas esas normas y de las
formas. Y, en su desprecio y prepotencia, hasta de las apariencias. Esa forma
de actuar, más propia de los regímenes autoritarios, desplaza la sede de la
soberanía popular y sustituye la legitimidad democrática del hemiciclo -con su
luz y taquígrafos- por la opacidad partidista de los encuentros de mesa
camilla. Un gravísimo atentado a las formas democráticas. Un desprecio
insultante de la institución parlamentaria y una afrenta al resto de los grupos
políticos –que se ven privados de la posibilidad de presentar enmiendas y
participar en un debate sobre el texto-; y una burla –otra- a la ciudadanía
andaluza.
Abril, 2017