No es mi intención hacer un
panegírico de la juez ni tampoco un alegato contra las calumnias, injurias y
vituperios de los que viene siendo objeto. Para lo primero, de ser justos,
sería necesaria cuando menos la inflamada oratoria de Marco Antonio ante el cadáver
de César; y no la humilde pluma de un diletante. Para lo segundo, cualquier discurso
sería un empeño inútil, pues la ebúrnea juez no precisa defensores. Su irrefutable
defensa la proclama por sí sola la catadura moral de sus detractores.
Después de soportar estoicamente las
infamias de la insolente y estólida dirigencia del Psoe (por no decir sus
ladridos y rebuznos, para no ofender a inocentes y nobles animales); después de
padecer los escraches –impunes- ante la puerta del juzgado de los sindicalistas
apesebrados y cebados como puercos (que los puercos me perdonen) en las
zahúrdas del régimen; después de sufrir en los medios –los de ellos, casi
todos- el horrísono concierto del repugnante coro de voceros mercenarios;
después de todo eso, digo, ha entrado en escena la justicia para representar el
último acto de este drama: El sitio y aniquilación de Alaya.
Dice Cervantes -nunca deja uno de
disfrutar ni de aprender con él- que así
como los cometas cuando se muestran siempre causan temores de desgracias e
infortunios, ni más ni menos la justicia.
Sólo que ahora el signo de las
desgracias es algo más que un cometa: es una conjunción pajiniana (no sean
malpensados, lo digo por doña Leire) que ha alineado a tres elementos de cuidado:
la jueza Núñez Bolaños que, cual Penélope, desinstruye por las noches lo que
Alaya instruyó de día; O que, como Jack el Destripador, te despieza un sumario
antes que un carnicero un pollo. Penélope la Despiezadora.
Luego, en el centro del eje: el Juez
Supremo de Andalucía. El que se reunió con Griñán en San Telmo justo cuando la
jauría de Alaya ya le estaba oliendo a éste el trasero. Sin que, por cierto, el
Psoe –ni sus satélites- se rasgaran las vestiduras, ni pidieran explicaciones a
los reunidos y, menos aún, presentaran denuncia a la Fiscalía. Claro que –ahora
lo hemos sabido por la prensa canalla- no hablaron de cómo neutralizar la
acción de la jueza sobre los altos dirigentes junteros sino de lo caros que se
habían puesto los alquileres con la dichosa burbuja inmobiliaria. Si en lugar
de en Granada don Lorenzo, el Magnífico, estuviese en la Grecia de Pericles los
atenienses dirían de él que le caben 1300 bueyes en la boca. Pues para
referirse a los jueces que no actuaban como era debido, decían: “ese tiene un buey en la lengua”, ya que
una de las monedas que usaban estaba sellada con la figura de un buey.
Y en el otro extremo, cerrando la
tríada justiciera, el inefable consejero de Justicia, no podía faltar. Claro
que, en cierto modo, comprendo y no me sorprende que el Notorio Detractor –llamémosle
así, como hizo Alaya ante el CGPJ- no muestre respeto alguno por la Justicia o,
más aún, que la desprecie y ultraje, aun siendo fiscal de profesión; o,
precisamente, por eso. Al fin y al cabo, está en la naturaleza humana que
aquello que se acomete sin pasión, sin convicción y por obligación termine no
sólo corrompido por el orín de la rutina sino, además, siendo despreciado. Sin
embargo, no consigo comprender, y me sorprende y no le perdono, que siendo el
Nota (notorio, según la RAE) un connaisseur (o, como dicen en mi pueblo, un
enterao) no haya mostrado algún respeto -ya que no a la justicia- a la belleza.
Pues, como dijo un sabio perro cervantino, por nombre Cipión, es prerrogativa
de la hermosura que siempre se la tenga respeto.
O sea, que todo está dispuesto
para repetir el espectáculo -que ya resulta aburrido, por conocido y reiterado-
de cómo el régimen socialista andaluz se cisca en la justicia.
Después de esto, encontrar en Andalucía
a un juez que se atreva a hacer justicia a los poderosos será tan improbable
como que una higuera dé nueces. Llegado el caso, el remedio apropiado tal vez
fuera el que proponía aquél perspicaz editor de la mítica ciudad de Liberty, en
el lejano oeste: si han de prevalecer la Ley y la Justicia en nuestra tierra,
la primera medida es echar de las ciudades a los jueces… y luego cazarlos a
tiros como a perros. El pobre viejo era un poco radical.
Max Estrella, cesante de
hombre libre
Septiembre, 2015